domingo, 31 de enero de 2016

Carta al Director de mis exalumnos

Compañeros y amigos: no se si merezco tanto, pero de lo que estoy segura es de que son muchos maestros y maestras los que lo merecen. Por eso, me siento agradecida.

A NUESTRA MAESTRA ISABEL AGÜEEA
 
Elena Murillo Paños, Profesora Magisterio Sagrado Corazón/Córdoba 
(Resumen del texto leído en el homenaje)

Querida Isabel y queridos compañeros: Mi deseo en este momento es enhebrar unas cuantas palabras con las que expresar el profundo sentimiento de emoción que nos inunda hoy. Este día ha supuesto una meta alcanzada después de una larga carrera que comenzó en mi mente hace ya unos años. Siempre os he tenido muy presentes a todos, de manera especial a nuestra "seño Isabel", por los intensos años que compartimos; años clave en nuestras vidas, al menos para mí y, según he podido comprobar, importantes para todos. 
Durante estos largos años he intentado estar al tanto de la ingente obra de nuestra profesora; regresaban a mi memoria las imágenes de un aula creativa en la que Isabel nos iba modelando como personas haciéndonos trabajar, como si de un juego se tratara, la expresión escrita, con diarios, poesías, cuentos, cartas,aquella nuestra "Diosilandia de personajes" ...; la expresión plástica, a través del dibujo abstracto o ilustrando los textos que escribíamos; la expresión musical (---¿recordáis las sinfonías de Beethoven?)..., en definitiva, aprendiendo todas las disciplinas de una manera diferente a como lo hacía el resto, teniendo muy claro que habíamos sido alumnos verdaderamente privilegiados. 
Por supuesto, en todas y cada una de las ocasiones que era posible, ella nos hacía ocupar un papel protagonista: en la radio para dar a conocer nuestras creaciones literarias, en algún debate en otros colegios, presentaciones de libros, exposición de trabajos en la Diputación Provincial...; niños afortunados y queridos por una maestra con mayúsculas, que nos iba a dejar marcados para siempre. 
"Niños creativos, niños con futuro", era su lema y así lo ha sido: todos, hoy, somos personas cualificadas y bien situadas.
Por todo ello, en nombre de todos, te doy las gracia. 


 

martes, 19 de enero de 2016

Llevar el Mensaje a García

DIARIO CÓRDOBA/EDUCACIÓN 
20/01/2016


Saber improvisar un sombrero con una hoja de periódico, es creatividad, 
es saber buscar soluciones

Solía recordarnos mi padre la anécdota del Mensaje a García, aquel soldado que sin pregunta alguna, sin teléfono, sin correo, llevó el mensaje a García, que estaba en algún sitio de las densas montañas cubanas, pero realmente nadie sabía dónde. Ante esta situación, ¿qué se podía hacer? Buscar a alguien que llevara el mensaje a mano. Y tras el paso de muchos voluntarios que precisaban toda clase de referencias, al fin uno se limitó a preguntar:  ¿dónde está el mensaje?  Y sin más cumplió la compleja misiva.
Todo esto viene dado porque me maravilla la variedad de nombres que damos en educación a lo que es tan básico como enseñar a pensar, a ser autónomos, a ser ejecutivos, decisivos, creativos. En una palabra, en teoría no basta con una excelente formación académica, hay que enseñar paralelamente a vivir, a desenvolverse en la vida, a dar pasos sin precisar muletas.
Recuerdo cómo hace muchos años, en una excursión al campo, enseñaba a los alumnos a encender fuego con cuatro pajas. Un alumno, ya hombre, me comentaba: ¡de cuánto me ha servido, aquella enseñanza!  Pero cambiando teorías, nomenclatura, más de lo  mismo a cuestas, caminamos: objetivos, estrategias, competencias básicas y lo último: competencias clave. Los términos, impecables. Pero, ¿qué asignatura, qué día, qué hora, cuando y cómo funcionan las novedosas competencias? No basta con papeles que dejen conformes a todos, mientras la realidad siga siendo  idéntica a la de toda la vida: libros de texto, exámenes, notas, tareas, etc. Lo básico, la clave de la práctica educativa va mucho más lejos: enseñar a vivir, a desenvolverse en un conflicto, en un banco, en una emergencia, en una cocina? Sí, en una cocina, porque cumplen la mayoría de edad y hay que seguir metiéndoles la cuchara por la boca para que coman.  

Y en estos tiempos, en los que la situación mundial y nacional anda tan enmarañada y tan oscura, recuerdo unas palabras del filósofo griego Epícteto: "engrandecerás a tu pueblo --a la educación, digo yo--, no elevando los tejados de sus viviendas, sino las almas de sus habitantes". Y aquí y ahora, las almas del alumnado las queremos engrandecer cambiando de nombre a lo esencial y básico, en tanto ellos por su cuenta manejan, que es un gusto, móviles y artilugios electrónicos, pero no le pidas que lleven el mensaje a García porque te preguntarán hasta qué número de calzado gasta y te pedirán billete de ida y vuelta, bocata, remuneración, mapa. brújula y hasta un cepillo para los dientes. 

lunes, 11 de enero de 2016

Memorias de una maestra III

CAPÍTULO III
Un día  cuando, sola en la parroquia, lloraba sin saber qué hacer ni a dónde ir, alguien se me acercó: pasa a la sacristía, por favor -me propuso, desde la oscuridad de la hora una voz -; tenemos que hablar. Era don Antonio Camaño, el párroco. Un excelente sacerdote en el que veo la mano de Dios velando por mi vida. Por primera vez hablo con alguien de mi situación. Se sorprende que sobreviva y trabaje en tales condiciones: apenas como, apenas duermo, apenas vivo. Sólo trabajo y trabajo sin pausa. Él, con algunos conocimientos médicos -había sido mancebo en una farmacia durante largo años-, se preocupa, no sólo de mi alma, sino sobre todo de mi cuerpo: cada día, con un par de monaguillos, me manda alimentos y medicinas, y  puedo notar, al fin, que le importo a alguien
No obstante, mi vida es casi un delirio. Deambulo por las calles, en una tremenda debilidad, camino de mi escuela. Allí permanezco de la mañana a la noche. Aquella puerta jamás se cierra. Y acude gente a que le escriba cartas, y a que se las lea, y a contarme problemas, y a pedirme consejo... Pero los días pasaban y mi salud, a pesar de los desvelos del párroco, se quebrantó bastante más de lo que ya estaba. Por otra parte, las dos buenas señoras de mi pensión decidieron subirme algo: Está la vida  mal -me comentaba, tímidamente, la buena de doña Lola-. Nosotras la queremos y nos hacemos cargo, pero... Lo entiendo. No se preocupen; me buscaré unas clases particulares entre alumnos de bachillerato. ¿Y por qué no las "permanencias"? Aquí todos los maestros se ganan sus buenos dineros. Usted se tiene que espabilar que le echan todo lo que no quieren los demás. Los que no pueden pagarlas, vaya.
Efectivamente, aquel sistema de clases particulares, llamado permanencias y por el que los alumnos pagan cincuenta pesetas al mes, crea una dinámica discriminatoria. Maestros y maestras desaprensivos que, claramente, y en razón de la economía casera de los alumnos , los admiten o no en sus aulas.
Personalmente, no puedo soportar aquella injusticia. Mis largas horas de permanencia en el aula forman parte de la vocación que siempre sentí por el magisterio, y son precisamente, aquellas niñas, aquella gente necesitada el objetivo que me estimula y mantiene, a pesar de las grandes dificultades por las que atravieso.
Pero pronto, muy pronto, la primera  "factura" me llegaría...

jueves, 7 de enero de 2016

Memorias de una Maestra II

Hoy, día de regreso a las aulas para muchos maestros y alumnos, vuelvo a mi obra Memorias de una Maestra para animar, sobre todo, a los jóvenes maestros, muchos en la creencia de que les ha tocado vivir los peores tiempos profesionales. Los maestros antes, tal vez tuviéramos ganado el respeto, pero no teníamos casa, ni coche, ni tan siquiera un sueldo que nos permitiera vivir con algo de dignidad. En fin, sigo con mi aventura de ser maestra, y sigo con el capítulo anterior,
 Aquel año, y por razones de salud, me encuentro desplazada de  cierta institución religiosa en la que había pasado unos años, dedicada totalmente a la enseñanza e integrada en plenitud  y de la que no deseaba salir por nada del mundo.  
Previamente, mis superiores me habían ordenado preparar oposiciones al magisterio. Obtuve plaza en la provincia de Córdoba. Y fue entonces, cuando me comunicaron la decisión de mi salida a un apostolado por los pueblos, lejos de aquella vida para la que tan diestramente había sido preparada, lejos de mi familia que, por previa y contundente recomendación, ignoraba mi situación, sola y lejos de todos, enferma -enfermedad, fruto de mi entrega sin reservas-, sin dinero -no ganaba para pagarme la más modesta de las pensiones de entonces -,  sin amigos... Todo mi haber, aquella escuela de sesenta y cinco niñas y aquel barrio, campo marginal, que yo recibí como mi mejor destino.
Más bien por caridad, dos buenas mujeres mayores, solteras y de mediana posición social, por intervención de una maestra, que tiene algunas referencias mías, aceden a darme hospitalidad en su casa. Y allí, en el hueco de una escalera, y sobre una vieja cama, comida de manos de pintura negra, deposito la maleta  con mis pobres pertenencias. ¡Cómo recuerdo aquellas largas noches de insomnio! En mis pensamientos, aquella casa  en la que yo dormía en el rescoldo rojizo de la lamparilla del sagrario, entre olores a incienso, cantos gregorianos y horas de silencio y recogimiento. Y mi familia, cercana pero al mismo tiempo tan distante e ignorante de mi situación.   
¿Hacia dónde caminaba yo? ¿Qué futuro me aguardaba? Mi refugio era el sagrario. Allí, en la soledad de la parroquia de San Francisco, en los atardeceres interminables de aquellos días primeros de curso, mientras por las calles cunde el bullicio de la gente en trasiego de vida, yo, una niña - ¡lo tendré que repetir tantas veces.. !-  me pasaba horas llorando en una especie de bilocación, porque si bien mi cuerpo estaba allí, en realidad algo de mi,  involuntariamente, escapaba de aquel mundo. No sabía, no podía desprogramarme con la urgencia que las circunstancia requerían.
Y deseaba regresar, y pedía a Dios fuerzas para cumplir aquella dura realidad que empezaba a ser mi vida.



lunes, 4 de enero de 2016

De Memorias de una Maestra

 Hoy, amigos, os traigo un resumen del capítulo primero de mi obra, editada por Desclée “Memorias de una Maestra”. Y lo hago porque ser maestro es algo más que estudiar una carrera y sacar un título. Ser maestro es una vocación que conlleva en todos los tiempos decisión y coraje para luchar contra las adversidades, que son muchas y variopintas  Esta obra la reescribo y dedico a mi nieta Amalia que será una gran maestra y a mi hija Isabel  que ya lo es                                                              
En septiembre del mil novecientos cincuenta y ocho sin más equipaje que una pesada maleta de madera, llego a Palma del Río donde me aguarda mi primera escuela: unitaria número cinco, situada en un barrio marginal del pueblo, Duque y Flores. Allí estuve un curso como provisional. Las escuelas -una para niños y otra para niñas- eran de nueva creación. Al tomar posesión, alguien me advirtió: Es un barrio muy difícil. La gente vive en chozos y  lo mismo están amancebados los padres con las hijas que los hermanos con las hermanas.
En mis deseos de ser maestra  aquellas advertencias, no sólo no me asustaron sino que, por el contrario, me estimularon: me entregaría en cuerpo y alma a la escuela, al barrio, a todo lo que fuera necesario. La escuela era alegre. Estaba rodeada de huertas que, en todos los tiempos, exhalaban fragancias y matizaban de tonos verdes el paisaje de aquel lugar. Algo más alejados estaban los chozos, la pobreza, la miseria moral y humana de la que tanto me habían hablado. 
Un día, al poco de llegar, decido dar una vuelta por aquel lugar. Había llovido. Unas niñas me acompañaban. Recuerdo cómo sufrí, en mis pocos años, con el espectáculo que presencié: personas mayores, niños, animales... revueltos en barro, viviendo y durmiendo en charcos. Sus miradas, increíblemente, negras, y sus carnes, entre andrajos, curtidas por las intemperies de muchos días y noches, eran claro exponente de hambre, miseria, abandono... Un sarmentoso anciano, medio paralítico, apontocado sobre una viejísima vaca, me dijo:  váyase de aquí señorita; no es sitio para usted...

No obstante, aquel lugar, aquella gente me quitaban el sueño. ¿Cómo ayudarles? ¿Qué hacer por ellos? Con muchas idas y venidas, logré leche en polvo y queso americanos, no sólo para mis alumnas, sino también para familias del barrio, carentes de todo y a las que yo, cada tarde, al terminar las clases y mediante una campana, convocaba. 
Y allí, rodeada de azahares, en aquellos luminosos atardeceres de huertas junto al río, mi reencuentro diario con pequeños y mayor No recuerdo palabras, sólo como un sueño ancestral, mis deseos de dignificar la escuela publica, de trabajar por aquellas setenta niñas, por aquel barrio que nunca, nunca   podré olvidar, pero sucedieron tantas cosas…