martes, 18 de septiembre de 2018

Primeros días de clase


Hace años, el primer día de clase, un pequeño lloraba sin consuelo. Lo cogí en brazos y traté de tranquilizarlo. Cuando me di cuenta, se había quedado dormido. Como pude, lo sostuve en medio de la algarabía propia del día. En unos minutos abrió los ojos y exclamó: ¡me voy a jugar mamá! Nunca he podido olvidar aquellas bellas palabras dichas tal vez por casualidad, pero mi reflexión la creo válida para estos primeros días.
Al entrar, dijo el maestro: no vengo a enseñar, sino a cultivar; no vengo a imponer, sino a compartir; no vengo a vigilar, sino a acompañar (B. Cano). Y es justo lo que yo creo deben ser los grandes y primeros objetivos del maestro. Y hoy, como hermana mayor, me permito opinar. Estos días, queridos maestros, volvéis a ser protagonistas para miles de alumnos que volverán a las aulas con las mochilas repletas de expectativas, como mínimo, para comenzar o continuar una andadura maravillosa como es la de aprender.
Y en el umbral de este estrenado día, mirad más a sus ojos que a sus costosos libros. Proponeos ser guías que vayáis despejando de malas hierbas el difícil camino del aprendizaje, causa tal vez, que les impida ver el horizonte, quedando perdidos en la oscuridad de un mundo empeñado en dar por finiquitados los amaneceres y hacernos caer en la trampa de ocasos sin remedio. Es decir, empeñados en sacar a los niños de su círculo mágico e integrarlo en el duro mundo de  falsas realidades.
Nuevo curso, nuevos o viejos alumnos. Que lo importante, insisto, sea conocer sus caras, sus nombres, vidas, antes, mucho antes que su número,  que sus costosos e inútiles, prácticamente,  libros de texto. Importante esa primera sonrisa que todos y cada uno espera, y esas primeras palabras de acogida que no defrauden la carga de sueños que llevan sobre sus espaldas. Importante humanizar antes que tecnificar, ilusionar, antes que enseñar, individualizar antes que generalizar. Valoradlos, amadlos sin vara de medir, sin palabras duras, sin caras de  vuelta a la rutina... Arreglaos y recordad que la imagen de sus maestros es  terminante para los alumnos, mostrar alegría, optimismo, ganas, etc. etc. Y así, esos pequeños que tan temprano abandonan, perezosamente, la almohada, «soñarán y despertarán» con la palabra “mamá” en los labios, cuando recuerden que es día de escuela y que la escuela es una prolongación de su hogar.