Mi
pobre Julián, en lugar de cartera, arrastraba siempre un viejo morralillo
rebosante de papeles. A pesar de mis muchas estrategias, Julián estaba siempre desmotivado y ausente.
Un día, lo sorprendí
eclipsado en la suntuosa exposición de material que un compañero hacía ante los
demás y que incluía bocadillo, trompo y algunas pesetillas. Al día siguiente,
le regalé una bonita cartera con materiales para clase, incluyendo -¡cómo no!-
bocadillo, trompo y unas pesetas.
Abriendo mucho los
ojos, exclamó: ¡Qué guay!
Y empezó a trabajar.
Contenta,
me dije:
Verdaderamente, el amor es la mejor
estrategia, pero precisa la atención la
ternura propias de una celosa madre que sabe en cada momento
por qué “llora” su pequeño.
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