Al aproximarnos a un nuevo curso escolar, vamos a ir reflexionando sobre temas educativos. Hoy, una experiencia, no precisamente para demostrar lo buena maestra que he sido, soy. No, ni mucho menos, mi mayor deseo es que entendamos que un maestro no es solo el profesor de cualquier nivel que da su clase y hasta mañana, no, mi concepto de cualquier maestro o profesor va mucho más lejos: hay que empezar por conocer a los hijos, a los alumnos, conocer su tipo de inteligencia, sus posibles problemas, familias, situación económica, etc. etc.
Para ello, hoy, “Una alumna sumida en ausencias”
Este fue el caso de mi pequeña Cora -nombre falso-. Llegó a mi clase en tercero de EGB. Era una niña sensible, cariñosa... No obstante, se pasaba las horas con los ojos perdidos en un no sabía yo qué pero que le imprimían un halo de tristeza en una total ausencia de cuanto la rodeaba. Como siempre, al empezar con un grupo nuevo de alumnos, los primeros días fueron de charlas, presentaciones, currículos y alguna que otras actividades de cara a confeccionar un Organizador Previo. y, sobre todo por mi parte, observación atenta a todos y cada uno de mis nuevos alumnos.
Cora, muy a instancias mías, intervenía cuando no tenía otro remedio, pero el resto del tiempo lo pasaba sumida es sus impenetrables ausencias que comencé por respetar, tal y cómo si no las advirtiese. Pasados unos días, le pregunté: ¿en qué piensas? ¿por qué no trabajas? Parece que siempre estás en otra cosa. La pequeña, como si desde el primer día hubiese esperado aquella pregunta, se me echó a llorar sin consuelo. ¿Estás enferma? ¿Qué te pasa? ¿Quieres que llame a tu madre? -le insistí preocupada-. Es que mi padre -me contestó en incesante congoja- lleva dos noches sin venir a mi casa, y no sabemos dónde está. Como bebe... Y mi padre es bueno, y yo lo entiendo porque, cuando llega a mi casa bebido, yo le preparo la cama y le ayudo a acostarse, porque mi madre se pone muy nerviosa, pero... ¡no sé dónde está! ¡Y a lo mejor está durmiendo por las calles!
Como siempre, mi primer paso, fue recurrir a la madre que, en idénticas condiciones que Cora, me relató el drama que había en su casa: No sé qué hacer, señorita. Yo sé que mis hijos están sufriendo como yo, sobre todo mi Cora, pero, ¿qué podemos hacer? ¿No ha intentado rehabilitarse? Es que eso cuesta dinero y...
También esta vez recabé cuánta información pude de asistentes sociales, hasta conseguir una ayuda para que marchara a Valencia y allí fue posible su rehabilitación y, lo más importante, aquella niña, como otra más, sonreía y aprendía.
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