Muchas veces he sido tutora de alumnos que, llegado a
determinado nivel, abandonaban las aulas. Casi obligatoriamente me veía
convertida en promotora, cuerpo y alma, de un viaje de fin de estudios que,
promoción tras promoción, resultaba polémico: ¿dónde ir? Mis propuestas siempre
conllevaban una intencionalidad cultural, simultaneada, como era normal, con
diversión, ocio, etc. Pero los alumnos, intuyendo, o más bien desechando sin
reparos todo tipo de programas culturales, se manifestaban en la línea de que
les aburría visitar museos y monumentos.
Era evidente: preferían la playa, la discoteca, el
trasnochar, el sentirse libres de todo aquello que pudiera recordarle a libros.
Y, desgraciadamente, aquella historia se sigue repitiendo: «no queremos ver
paredes» -oí decir a una alumna hace poco-. Efectivamente, los adultos no hemos
sido educados para valorar las maravillas que pueden ser unas piedras, cuando
en ellas puede leerse la fe, las costumbres, los valores, el arte, el alma, la
historia de otros pueblos, de otras gentes. De ahí que no podamos trasnmitir
entusiasmo, curiosidad, motivación ni tan siquiera por aquellos monumentos que
son patrimonio de nuestras propias ciudades, que son huellas vivas del pasado y
que están ahí, al paso diario de nuestro cotidiano vivir, ignorados, anónimos
y, en muchos casos, medio derruidos.
Me estoy refiriendo, en este caso, a
nuestros Triunfos dedicados al Arcángel San Rafael, cuya onomástica celebramos.
Es obvio que esta falta de interés y desconocimiento es claro exponente de
incultura. Pero, desde mi punto de vista, injustificable para cualquier maestro
o padre el que sus alumnos, hijos no conozcan en Córdoba los monumentos,
estatuas y en el caso de nuestra fiesta, los monumentos a nuestro Arcángel San
Rafael, denominados Triunfos.