domingo, 31 de mayo de 2009

Literatura Infantil entre todos


- Minicuento para mis chiquitines -

EL JARDÍN Y LOS GAMBERROS



Esto era un jardín al que acudían viejecitos a tomar el sol en los inviernos y la sombra en los veranos.

También acudían niños que jugaban y eran muy felices rodeados de pájaros, árboles, fuentes...


Un día aparecieron por allí unos gamberros dispuestos a tirar piedras a los pájaros, a los árboles. y hasta a las bombillas de las farolas.


Un viejecito se enfadó con ellos y les dijo:
-Eso no se hace. Los animales y las plantas son seres vivos que hay que respetar.Ellos, como nosotros, tienen derecho a que se les respete y deje vivir en paz.

Los niños gamberros comprendieron y, arrepentidos, dijeron:
-Perdón, señor. No volveremos a tirar pedras. Es verdad lo que nos dice.

Y, a partir de aquel día, se convirtieron en guardianes del jardín para que nadie hiciera daño a los seres vivos del aquel bonito lugar.

Y, ¡tararí, tararí! Así de prontito hemos llegado al FIN


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APARICIONES DE SAN RAFAEL EN CÓRDOBA



Dice la historia que Andrés de las Roelas nació en Córdoba en 1525 y que vivió en el barrio de San Lorenzo varios años. Marchó a Posadas y regresó a nuestra ciudad cuando contaba cincuenta y dos años de edad, pasando a residir en la casa sobre la que más tarde se construiría la Iglesia del Juramento. Aquejado por la enfermedad, rogaba todos los días a los Santos Mártires, de los que era devoto, al objeto de que intercedieran ante Dios para que lograra la salud, muy necesaria en su empeño de trabajar en pro de los demás.

Durante cinco noches, dice el padre Roelas, estuvo sin ver persona ni visión alguna, pero parece que le decían: “Sal al campo y tendrás salud":


Haciendo un gran esfuerzo sale a dar un paseo por las afueras, por la cercana Puerta de Plasencia, pero tiene que sentarse algo cansado y sediento.
-¡Qué mal estoy! -exclamaba- Me voy a morir, pero que se haga, Señor, tu voluntad. Quisiera vivir para seguir ayudándole a los pobres



En un instante se ve sorprendido por cinco jóvenes que le dijeron: Por vuestra vida, señor, pues sois sacerdote, vais al Prelado o a quien esté en su lugar y le decís que aquel sepulcro que se halló en la iglesia de San Pedro y huesos de los santos que los tengáis en mucha veneración, porque vendrán a esta ciudad muchos trabajos y enfermedades y mediante ellos seréis libres.
Los cinco jóvenes desaparecieron repentinamente y el Padre Roelas comprueba con asombro que han desaparecido los síntomas de su enfermedad.


Pero, durante cuatro noches distintas, cuenta la historia, que siempre a media noche, cuando acababa el rezo, recibía la misteriosa aparición de un hombre vestido de blanco que le pedía que cumpliese el encargo de los cinco caballeros, a lo que temeroso se resistía pensando que todo fuese un engaño de los sentidos.



Y el Padre Roelas, preocupado, consultó con sacerdotes y prelados, contándoles con detalles todo lo sucedido y su preocupación y hasta miedos por si se trataba de alucinaciones debido a su estado tan débil y enfermo.


La quinta noche, siendo ya de madrugada del miércoles 7 de mayo de 1578, aquel aparecido le dijo:

Yo te juro por Jesucristo Crucificado, que soy Rafael Ángel a quien Dios tiene puesto por guarda de esta ciudad.
(Y con este juramento, los cordobeses tienen la protección divina ya manifestada tiempos atrás al venerable a otro fraile llamado Simón de Sousa.)

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Jamás deberíamos obligar a los alumnos/as a leer; no exite en lectura el imperativo.

Jamás deberíamos propiciar maratones lectores; vale más leer menos y comprender más.

Jamás deberíamos fomentar la lectura como deber; la lectura debe ser, ante todo, un placer.


CUENTOS ESCRITOS E ILUSTRADOS POR ALUMNOS Y ALUMNAS



Carioca Loca

Carlos era un pequeño de nueve años que, desde que nació, vivó en el campo con sus padres y rodeado de animalillos, con los que hablaba y jugaba, y rodeado también de plantas y flores. Se paseaba por los alrededores en una borriquilla trotóna a la que había puesto el nombre de Perica.

Carlos era feliz en aquel lugar que se llamaba Virgen Santa.

Lo que más le gustaba a Carlos era abrazarse a las ovejas porque decía, sobre todo en los inviernos, que estaban muy calentitas.
Pero a sus padres comenzó a preocuparles el que no pudiera asisitr a la escuela y aprender a leer, a escribir y, sobre todo, a relacionarse con otros niños y niñas.
Un día, la borriquilla Perica tuvo un precioso borriquito.

Carlos daba saltos de alegría y repetía:

-¡Qué bien, que alegría! ¿Es macho o hembra? -preguntaba a su padre.
-Es hembra - le contestó su padre.
-Entonces, la voy a llamar Carioca Loca.
Y la borriquilla se quedó con aquel gracioso nombre.


Pasó el verano y, como todos los años, fueron al pueblo a comprar alimentos y ropas para el invierno. La madre de Carlos dijo:

-Al niño hay que comprarle unas buenas botas y un chaquetón y calcecines...

Y se pusieron en camino. Carlos montado en la burra Perica y sus padres andando.
Cuando estaban en la zapatería, entró un señor muy simpático que dijo:

-¡Vaya! A este niño no lo veo yo por la escuela. ¿Dónde vive?

La madre, con algo de tristeza, contestó:
-¡Cómo lo va a ver en la escuela! Vivimos en el cortijo Virgen Santa y está lejos para que venga andando.
Aquel señor, que era el maestro del pueblo, exclamó:
-¡Cómo lo siento! ¿Y no hay forma de que pueda venir montado , aunque sea en esa borriquilla?
Carlos, que se probaba las botas, dio un salto de alegría y exclamó:
-¡Sí, en mi Carioca Loca puedo venir al colegio!
-¿Qué es eso de Carioca Loca? -preguntó el maestro.
-Una borriquilla que ha parido la Perica.
-Pues, me parece -dijo el maestro- que es una buena idea. La cuidaremos entre todos.
Y, cuando comenzó el curso, Carlos con su cartera y su Carioca Loca iba todos los días a la escuela. Y los niños los esperaban con deseos de acariciar a la borriquilla que parecía de seda. Y le daban para que comiera ramos de flores.

Y todos los niños y niñas del pueblo, querían darse un paseo a lomos de Carioca Loca, pero Carlos les decía:
-Cuando sea un poco más vieja. Todavía no tiene muchas fuerzas.
Y los niños jugaban alrededor de la borriquilla y se lo pasaban de rechupete.


Carlos aprendió a escribir y a leer, y la gente toda del pueblo, comprendió el esfuerzo de aquel pequeño que, con calor y con frío, no faltaba a la escuela jamás. Y, al finalizar el curso, le hicieron una gran fiesta. Carlos y sus padres , muy contentos, uy agradecidos, se despidieron.
Y colorín, colorado, de ser analfabeto, Carioca Loca ha Carlos ha librado.

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