jueves, 20 de noviembre de 2014

Escuchar a los niños


Queridos amigos/as, compañeros/as: todos los días tendríamos que celebrar algo dedicado a la infancia. No basta con un día al año. Por eso este fin de semana lo quiero dedicar  especialmente a ellos.
Precioso dibujo de mi nieto de cuatro años. 
Jardín de la abuela, llama a mi terraza.

Un alumno de seis años me decía: Seño, mi madre, por mucho que le hablo, no me contesta. Será que no te oye -le dije por contestar algo-. Sí me oye -insistió rotundo el pequeño-, porque mi padre le habla  muy  bajito y ella le contesta. ¡Mi madre no es sorda! 
Un día quise investigar qué podía pasarle a la madre para que el pequeño tuviera aquella idea de no ser oído. La madre, una mujer joven y receptiva, me facilitó el trabajo:  con una forzada sonrisa, exclamó: ¡Lleva razón el niño..! Pero es que tengo seis hijos, señorita, y él es el mayor. Dos son mellizos, y la verdad es que no tengo tiempo de pararme  a escucharlos.. ¡Todo el tiempo es poco para arreglar la casa, hacerles la comida y tenerles las ropas a punto! ¡Si me tuviera que parar a escucharlos..! 
Por supuesto entiendo cuán necesario es para una madre atender, en primer lugar, las necesidades llamadas básicas: comidas, ropas, etc. No obstante, desde mi punto de vista es sumamente básica también la necesidad de sacar tiempo y oír lo que dicen los niños.
 No debería haber oídos sordos para las palabras de un niño, ni debería haber cie­gos para los escritos de un niño. Ellos sólo tienen pala­bras, bien orales, bien es­cri­tas. Los mayores te­ne­mos además la obliga­ción de escucharlos y entenderlos y, entre otras razones, porque la infancia se nos escapa mucho antes de lo que creemos y la madre y maestra calle ¡sí que los escuchara, entenderá y marcará para siempre!

Cuando un niño cuenta, pregunta...  descubrá­monos para oírlo,  por­que seguro que algo nos exige, algo nos reprocha, algo nos aplaude,  mucho nos condena. ( I. Agüera )

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