Esto era una vez una escuela y más de cuarenta alumnas, tratando de hacer gimnasia en suelo terrizo y empedrado. Detrás lo que llamábamos aula.
Buenos días, amigos y compañeros: esta madrugada,
siguiendo con la nueva versión que hago de Memorias de una Maestra, me he
detenido en unos párrafos que transcribo, ante todo y para que sirva de ánimo al magisterio al que di mi vida y al que sigo amando por encima de
todo. Que tengáis un feliz domingo.
POCO
me han importado siempre las críticas de compañeros y compañeras; mi escuela
rompía moldes, y yo era consciente de ello, pero una especie de intuición me
guiaba hacia aquellas actividades que -ahora lo sé- desarrollaban el pensamiento divergente de
forma que hubiera posibilidad de que todos los talentos se manifestaran y
pudieran encontrar su propio cauce. Jamás he querido hacer de mis alumnos/as
una prolongación mía. Sus raíces -yo lo sabía- estaban allí, pero sus
ramas... Sus ramas deberían crecer de
cara al futuro, y en él yo quedaría relegada al vientecillo fresco, a la gota
de agua, al amor primero que les ayudó a crecer.
No teníamos, como vivienda, nada más que una
pequeña habitación alquilada con derecho a cocina, derecho bien vigilado por el dueño de aquella casona, por si usaba
algo que no fuera de mi propiedad. No teníamos baño, ni agua caliente ni nada.
Mis dos hijos pequeñitos no salían de la habitación nada más que para
acompañarme a la escuela que era una micro- escuela donde apena si se podía
respirar, pero se daba la paradoja de sentirme feliz entre mis muchas alumnas
para las que organicé, en horas extras, un taller al que las alumnas accedían
voluntariamente y en el que podían optar
por varias actividades: cuidar un pequeño jardín, escribir en cuadernos grandes
en los que, por sugerencia mía, había libertad para expresar toda clase de
opiniones, reclamaciones, etc. También se sugerían actividades de dibujo, pintura, costura, etc.
Hoy, al leer y transcribir, me emociona el
gran salto que en Andalucía ha dado la
educación, los maestros… Es cierto que hay muchos problemas, pero, al
menos, el magisterio tiene dignidad, piso, coche y grandes Centros escolares en
los que faltan cosas, muchas, pero yo solo
tuve un sueño…
Sí, tuve, tengo un sueño: que la educación en Andalucía, tierra que tanto
amo y por la que ha transcurrido mi vida, sea escenario de hombre y mujeres
libres, capacitados, responsables, cultos, con gran energía interior capaces de plantearse un proyecto de vida y llevarlo acabo
a pesar de los obstáculos y de las dificultades.
Sí, yo sigo teniendo un sueño que se llama esperanza, y como el poeta digo:
No se mantiene absolutamente nada sino por la infanta esperanza,
porque por ella todo siempre empieza de nuevo.
la esperanza siempre promete y garantiza todo,
asegura el mañana para hoy,
y el hoy para mañana.
y la vida para la vida
y hasta la eternidad para el tiempo.
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