Recuerdo, y no me
pesa - eran las cosas de los tiempos- que ni un sólo caramelo saboreé a gusto
en los años de mi infancia. ¡Los chinitos! Siempre los chinitos se me
atravesaban, porque se suponía que ni un céntimo podía gastar en
superficialidades entre las cuales,
claro, estaba el prosaico caramelo. Cualquier perrilla que cayera en mis manos
tendría que acabar en la hucha de los chinitos. Y quien dice esto, dice
cualquier otra cosa: sacrificios, muchos sacrificios se nos imponía a las
“Niñas Reparadoras”, a las “Hijas de María”, a las “Aspirantes de Acción
Católica y... ¡qué sé yo! Sacrificios,
renuncias, miedos que nos crearon una conciencia negativa con respecto a todo
lo placentero por ingenuo que fuera.
De ahí que hoy
tanta gente mayor no sepa gozar de la vida como no se esté constantemente
flagelando. Pero de ahí también que haya tan poco respeto, tanta intransigencia, dureza y agresividad
con respecto a los demás. Es como si quisiéramos transferir a cuantos nos rodean nuestras ancestrales frustraciones. En
educación hay que tener siempre muy presente el futuro. Es decir, el
sembrador debe conocer la dimensión de
su cosecha en cuanto a rentabilidad, utilidad, proyección, etc. De ninguna
manera puede quedarse perdido en la contemplación de sus semillas una vez
depositadas en la tierra. Se perderían sin remedio.
Padres y maestros debemos
ser conscientes de que la felicidad no es un bien que pertenece a los vaivenes
de la vida, sino que, ante todo, es una actitud que hay que potenciar desde el
convencimiento de que todo está preparado para la felicidad; sólo falta
descubrirlo. Es evidente que los niños no son felices con las muchas cosas que
hoy por hoy poseen, sino que sería preciso educarlos para saber gozar de ellas
y, sobre todo, aunque no las posean, deberían saber cuántas y sencillas
cotidianidades pueden hacernos felices, y deberían saber que la vida no es una estación
de espera donde puede llegarnos empaquetada la felicidad, sino que, en paladear
un simple caramelo, puede haber mucho de felicidad.
Falta que los mayores así lo entendamos, lo vivamos, lo
compartamos... Falta que los educadores
seamos felices, porque de lo contrario, ¿cómo sacar agua de un pozo seco..?
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