miércoles, 20 de septiembre de 2017

educar para ser feliz


Recuerdo, y no me pesa - eran las cosas de los tiempos- que ni un sólo caramelo saboreé a gusto en los años de mi infancia. ¡Los chinitos! Siempre los chinitos se me atravesaban, porque se suponía que ni un céntimo podía gastar en superficialidades  entre las cuales, claro, estaba el prosaico caramelo. Cualquier perrilla que cayera en mis manos tendría que acabar en la hucha de los chinitos. Y quien dice esto, dice cualquier otra cosa: sacrificios, muchos sacrificios se nos imponía a las “Niñas Reparadoras”, a las “Hijas de María”, a las “Aspirantes de Acción Católica y... ¡qué sé yo!  Sacrificios, renuncias, miedos que nos crearon una conciencia negativa con respecto a todo lo placentero por ingenuo que fuera.
De ahí que hoy tanta gente mayor no sepa gozar de la vida como no se esté constantemente flagelando. Pero de ahí también que haya tan poco respeto,  tanta intransigencia, dureza y agresividad con respecto a los demás. Es como si quisiéramos transferir  a cuantos nos rodean  nuestras ancestrales frustraciones. En educación hay que tener siempre muy presente el futuro. Es decir, el sembrador  debe conocer la dimensión de su cosecha en cuanto a rentabilidad, utilidad, proyección, etc. De ninguna manera puede quedarse perdido en la contemplación de sus semillas una vez depositadas en la tierra. Se perderían sin remedio.
 Padres y maestros debemos ser conscientes de que la felicidad no es un bien que pertenece a los vaivenes de la vida, sino que, ante todo, es una actitud que hay que potenciar desde el convencimiento de que todo está preparado para la felicidad; sólo falta descubrirlo. Es evidente que los niños no son felices con las muchas cosas que hoy por hoy poseen, sino que sería preciso educarlos para saber gozar de ellas y, sobre todo, aunque no las posean, deberían saber cuántas y sencillas cotidianidades pueden hacernos felices, y deberían saber que la vida no es una estación de espera donde puede llegarnos empaquetada la felicidad, sino que, en paladear un simple caramelo, puede haber mucho de felicidad.
Falta que los mayores así lo entendamos, lo vivamos, lo compartamos...  Falta que los educadores seamos felices, porque de lo contrario, ¿cómo sacar agua de un pozo seco..?


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