domingo, 16 de junio de 2013

Carta a un alumno disminuido

(El nombre de Pablo es un seudónimo)


DIBUJO DE PABLO. ME DIJO: ESTOS SOMOS TÚ Y YO.

¡Cómo buscabas mi mano y qué grande me veías!

Mi reflexión, desde entonces, que hoy finalizando ya el curso,
quiero trasladar a los maestros/as, no es otra que
una incesante interrogante:
¿Yo lo mejor para alguien?
Si eso es así me habrá valido la pena nacer,  ser maestra, vivir y morir.
Pablo era aquel niño menudito, de gafillas y piel de melocotón que, durante tres años me tuvo como tutora y del que más de una vez he escrito. 
Todavía puedo verlo enel aula ausente de cuanto le rodeaba y sumergido en un mundo de realidades que ni entendía ni aceptaba.
Y hoy, cuando han pasado casi veinte años, me has sorprendido, mi querido Pablo, en el Polígono Industrial de Chinales
A pesar del tiempo, no he dudado un instante en reconocerte: has crecido, pero sigues siendo aquel pequeño de rabietas, transformadas en lágrimas que churreteaban tu rostro desconcertado ante el más mínimo gesto crítico de los mayores que, solías interpretar, y no estabas descaminado, como evidente violación a tu compleja personalidad, a tu singular forma de ser.
Te has abalanzado en un abrazo a mi cuello, nada más descubrirme y, en pocas palabras, pero en profundo significado, he conocido el drama de tu vida, si bien, créeme: al pensar en ti a lo largo de estos quince años, casi que lo había adivinado.
No encuentro trabajo - me decías -. Nada más levantarme, me lanzo a la calle en busca de lo que sea, pero, ¡está la cosa tan mal!, y luego, mi madre que me está hundiendo: se pasa los días diciéndome que soy un inútil, que no sirvo para nada.
Tus palabras, mi querido Pablo, me estaban haciendo daño en el alma. Me dijiste que no tenías amigos, que, nada más llegar a las empresas, ni te escuchaban, que, a ratos, leías, a ratos, llorabas y que, me recordabas como lo mejor de tu vida...
Y mientras tales tribulaciones me confiabas, tu mirada, fija en la mía, era como un SOS que necesitaba urgentes respuestas.
He escrito un libro -me dijiste- Como usted nos enseñó... Se lo voy a llevar a su casa.
¡Cuánta impotencia y cuánta pena! Ni una sóla noche, tras aquella mañana, me he entregado al sueño sin recordarte, sin imaginarte llamando de puerta en puerta de una sociedad, de un mundo donde no hay sitio para ti, ni para los que son como tú, pero es injusto y bárbaro negarte el trabajo que, sin condiciones, buscas, necesitas sobre todas las cosas, desde hace... ¡tantos, tantos años! ¡En qué cruel y despiadada sociedad vivimos! ¿Qué clase de  seres humanos somos?
Una tarde, hace unos meses, Pablo llamó a mi puerta; me traía su libro caligrafiado y prosaicamente encuadernado:  Se lo regalo. Se llama la “Gallina de los huevos de oro”, pero no es como la historia de verdad; este libro es de risa.
Lo he leído y releído mil veces, pero lo que más me emociona, lo que jamás podré agradecer bastante, son las palabras de la dedicatoria: Para ti porque has sido lo mejor de mi vida.

Y mi reflexión,  desde entonces, que hoy finalizando ya el curso, quiero trasladar a los maestros/as, no es otra que  una incesante interrogante: ¿Yo lo mejor para alguien? Si eso es así me habrá valido la pena nacer, vivir y morir.

1 comentario:

  1. No sabes como me ha emocionado tu relato.Lo triste es que sigue habiendo muchos Pablos y pocas personas como tú. Claro que ha valido la pena que hayas nacido y sigas viviendo y deseo que por mucho tiempo.Un abrazo.

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