sábado, 4 de octubre de 2014

Enseñar y corregir


Dos compañeros de trabajo, hombre y mujer, en una reunión de empresa, discutieron. El hombre, en el fragor del altercado, ofendió gravemente a la mujer  que, por respuesta, guardó  silencio. 
Pasado algún tiempo,  y mediante carta, con numerosas faltas de ortografía, el hombre pidió ayuda a la mujer para un asunto familiar urgente. Enterados amigos de la mujer exclamaron: ¡Es tu hora! Págale con la misma moneda. La mujer  dijo: no se trata de  “cobrar” sino de enseñar.   
Y contestó al escrito del hombre accediendo con gusto  a su petición, pero procuró  que en su texto aparecieran  bien escritas las detectadas faltas de ortografía. El hombre leyó y releyó satisfecho la carta de la mujer cayendo en la cuenta de cómo en la suya había descuidado sus ortografía. Se dijo: ¡Vaya si puse faltas! ¡Qué prudencia la de esta mujer! También en aquella ocasión fue prudente. ¡Si señor! Merece mi respeto y sobre todo merece que no vuelva a equivocarme.

Sin moraleja.

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