Recopilando artículos de educación -más de mil
quinientos- he tropezado con esta carta que dediqué a mi hija cuando, al fin,
lograba su primer destino. Creo que a los maestros/as de esta Red, y a los que
no lo son, les puede gustar. Así que la reproduzco para todos, queridos amigos.
A mi hija Isabel María
Por fin, eres maestra, querida hija, y para que tengas una idea
aproximada de lo que tu madre piensa, cree y practica como maestra, te quiero
dedicar este artículo en tu primer año al frente de una escuela. Llegará el
día, y es lo deseable y mejor que pueda sucederte, que escribas
tus propias conclusiones, pero hoy, equivocadas o no, recibe las mías
que son auténticas y de eso sí te puedo dar fe. .Y es que hablar del maestro es
algo tan delicado, tan importante, tan bonito y trascendente que siento miedo
como si mis mejores palabras no sirvieran ni tan siquiera para esbozar los
pensares y sentires que, desde niña, han anidado en lo más profundo de mi
ser sobre esta profesión que,
sin ejercer de maestro, me transmitió el mejor de los maestros: mi
padre.
Y en los muchos años de trabajo como maestra, lo he tenido siempre claro:
ser maestro de escuela es lo más trascendente que se puede ser en la vida, porque entraña una inquietud constante por
hacer correr la llama del saber, conscientes de que la cultura es uno de los
mayores bienes que podemos legar a la humanidad. Donde haya un hombre culto,
habrá un germen, una fuerza viva capaz de fermentar, en sabores nuevos, nuestra
sociedad tan corrompida de egoísmos que
inevitablemente nos arrastran para defender, proteger y salir a flote con
nuestras individualidades.
Ser maestro de escuela es gozar del privilegio de poder conducir a los alumnos hasta el umbral de sus propias
mentes donde yacen adormecidas las auroras de sus entendimientos. Ser maestro
de escuela es respetar la individualidad y creatividad ilusionada y expectante
de cada uno de los alumnos, olvidados de un tradicional y malsano paternalismo
que engendraba individuos sumisos, impersonales, receptores de la escala de
valores, implacable, patriarcal y dominadora, de sus maestros.
Ser maestro de escuela es notar que, de una manera natural, sencilla y
transparente, fluye del alma, contagiosa, la felicidad, la alegría, el amor, la
generosidad, la compasión... la flexibilidad. Notar la plenitud de un cielo
denso que puede explotar siempre en lluvia de estrellas. Pero ser maestro de
escuela, ante todo y sobre todo, es ser un luchador, un infatigable luchador,
cuyo campo de batalla es el mundo y cuya causa, la vida en toda su amplitud, en
todas sus facetas. Jamás un maestro debe ser conformista, un pasivo y burgués
espectador que se limita a cumplir con su deber las horas
diarias que dura su trabajo en el aula. Tan importante debe ser para él,
cumplir sus horarios y programas como la
preocupación por una fábrica lejana donde se elaboran los ladrillos para las
paredes de las escuelas, o por los albañiles que construirán tales edificios, o
por los carpinteros que diseñan y trabajan en nuevos y mejores modelos de mobiliario, y por un
larguísimo etcétera.
Un maestro de escuela no puede caminar con la vista hacia atrás. El progreso no es solamente
mejorar el pasado: es moverlo hacia el futuro. Por eso, los cambios no pueden
ni deben generar nostalgias e inseguridades.
Un maestro, sin hacer proselitismo, debe presentarse al mundo, a pecho
descubierto y no tratar, en aras de una
legítima moral, arropar con sus mejores fervores, la definición sincera y clara
de toda la gama de sus ideologías, porque el mérito del hombre no está en su
color, ni en su fe, ni en su raza, ni en su origen, radica, y no puede
ocultarse, en su conocimiento y en sus
hechos.
Un maestro tiene que vivir inserto en la realidad social de sus alumnos:
conocer el barrio, saber a qué huelen sus calles, qué pasa en sus esquinas,
cómo son por dentro las caras de sus
gentes, en qué sueñan, cuál es su dios, quién su esperanza, dónde sus
alegrías y dónde sus tristezas.
Un maestro de escuela no puede dormir tranquilo, mientras el hijo del
barrendero, y n tenga que ser irremediablemente, barrendero –y no trato con
ello de despreciar a nadie ni a nada- y el hijo del médico, irremediablemente,
médico, mientras sus alumnos carezcan de bibliotecas para estudiar, de
laboratorios donde investigar, de
gimnasios donde ejercitar prácticas deportivas tan necesarias e importantes, de
profesores especializados en determinadas áreas, mientras la masificación siga
siendo una agobiante realidad con el consiguiente deterioro para la calidad de
la enseñanza, mientras los colegios no dispongan de un mínimo de calefacción
real y refrigeración, a nivel siquiera de cualquier oficina o edificio público,
mientras los alumnos, en nubes de polvo o en lagunas embarradas pasen sus ratos
de recreo, mientras los colegios, limpios y acomodados no sean una prolongación
de nuestras casas.
Un maestro tiene que estar al día en las innovaciones pedagógicas, en
todo lo referente a su profesión, en todo lo que de una forma o de otras
implique a la escuela. No puede enquistarse ni quedar desfasado. Su formación
sigue una trayectoria que no admite pausas ni nostalgias. Que nadie pueda
decir, maestro de escuela, que estamos llenos de ruidos y vacíos de sonidos,
que somos como esos saltimbanquis que nos hacen reír cuando lloran y nos hacen
llorar cuando ríen, que entre nuestra corona de espinas no hay también oculta
una de laureles. Que nuestras almas talentosas salgan a la luz con una viola en
las manos para consolar espíritus con música para acercar a nuestros semejantes
a los misterios profundos del amor, de
la vida, y de la belleza. Y nuestras vidas serán antorchan que iluminen el
camina negro y tortuoso que conduce a la salvación.
Ser maestro, y con esto termino,
es nacer cada día, con los ojos abiertos, con la mente despierta, con el corazón ilusionado, con la
voluntad puesta, decidida y firme, en colaborar
para que nuestro mundo, en la parte que nos corresponde, al caer la
tarde, sea un poco mejor que al despuntar la mañana.
A ti, mi querida hija maestra, porque sabrás serlo, a todos los maestros
por lo ignorado y desconsiderado que resulta su trabajo, a mi misma por tratar
de ser maestra, los felicito y me felicito en estas fechas en las que, un año
más, se aproxima el Día del Maestro
De todo corazón, te quiere esta
aprendiz de maestra, tu madre.
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