Amigos, buenos días. Hoy
os resumo una historia real. Un poco larga, no obstante, pero vale la pena
detenerse unos minutos y leerla, y no por mí, ¡ni mucho menos! sino para que
seamos conscientes de cuántas responsabilidades nos excusamos por
desconocimiento, a veces, y por comodidad y creerlas ajenas, casi siempre.
Los mayores de la clase me
pusieron sobre la pista: cerca del río, en una casa vieja, hay un chaval que se
droga. Estuvo un año con usted. ¿No se acuerda? Durante unos días, anduve
inquieta. Lo recordaba perfectamente. No descansaba a gusto. En mi cabeza,
aquel muchacho, alumno que dejó de preocuparme en la creencia de que todo le
iría bien. Pero las palabras de aquellos alumnos, repentinamente me hicieron
sentir una tremenda responsabilidad. Lo imaginaba como abandono, como olvido...
al que yo había contribuido y hacia el cual me sentía comprometida con
urgencia.
Con ayuda de algunos alumnos de los más responsables y con toda prudencia,
pude encontrarlo. Me acompañaron hasta una casa de vecinos con reminiscencias
de tiempos perdidos. ¡Ahí es! -exclamaron-. ¡En la puerta gris! Y, por
indicación mía, se alejaron.
Allí, me encontré, a bocajarro, en un patio
compartido en el que, pegadas a sus respectivas ventanas, diez o doce personas
clavaban sus miradas inquisidoras en mí. Una puerta gris, con muchas manos de
pintura, se abrió, tras golpearla sigilosamente varias veces. Frente a mí una
buhardilla descuidada con intenso olor a tabaco negro. ¿Puedo entrar..?
-pregunté al hombre que era ya José y que con mal aspecto, barba descuidada,
ropas desarrapadas, con la cabeza perdida entre los hombros, sólo como
respuesta exclamó, dando un portazo y mirando de reojo a las mujeres del patio:
¡Tías putas y marranas!
Como único mobiliario, una cama catre cubierta por una
manta de cuadros y, como única decoración, una estampa de María Auxiliadora,
sujeta, por cuatro chinchetas, a la pared. El chaval, mi desconcertante
descubrimiento, se quedó allí, agazapado en el catre: ciego, sordo, mudo...
Echada en la pared, opté por una postura serena y casi reverente, como si
temiera romper, con mi presencia, el vaso de barro de algún recóndito
maleficio, o profanara la intimidad sagrada de un místico retiro. Pasaron unos
minutos. El muchacho, con un leve movimiento de su cuerpo, me invitó a sentarme
junto a él en la única silla que, como todo confort acompañaba a la cama catre.
Fue entonces, cuando me decidí a pronunciar las primeras palabras: me han dicho
que estabas aquí y... Sin levantar la cabeza, silenciando con un gesto mi boca,
simultaneando quejidos y silencios, largos y angustiosos silencios, suspiros y
lágrimas, prorrumpió en un dramático monólogo: Por favor, no diga nada. Todo
está dicho. ¡Qué terrible oscuridad! Todo es negro como en mis miedos de niño.
Todo está encantado por la mano siniestra del destino. Detrás de mí, no hay
nadie. Mis sueños están rotos en mil pedazos. Todo está muerto, ¡muerto,
muerto! -repetía en una apocalíptica desolación- Es mejor estar muerto que
vivir en la sombra de un recuerdo: ¡Mi madre! Ella era mi mamá. Sabía bordar,
pintar... Tenía las manos finas como la seda! ¡Maldita sea! Se fue. Yo tuve
juegos de niño, y besos, y días de Reyes, y Primera Comunión, y cumpleaños... Ahora
no sé cómo fueron aquellos días... Sí, la droga me consume, pero... Mi viejo no
sabe. Se fue a Barcelona con otra…
Lo interrumpí, con un hilo de voz: ¿Desde
cuando estás metido en esto..? ¡Mi madre! –fue su respuesta-, ¡Maldita sea!
¿Por qué tuvo que irse? Sus palabras impusieron tal silencio, tal dramatismo
que mi larga ya experiencia en el trato con chavales, quedó reducida a un no
saber qué hacer, qué decir... Al fin, notándome impotente dije algo, echándole
un brazo por los hombros: no sé muy bien qué puedo hacer por ti, pero no voy a
dejarte... No se preocupe -me contestó en un gesto que me pareció dulce-. Todo
está escrito, todo está hecho..
Desde luego, no lo
abandoné. Hice gestiones en Asuntos Sociales del barrio. Movilicé a gente, se
tomaron medidas de rehabilitación a las que el chaval colaboró. Hoy sé por él
mismo que estudió, se casó y es feliz con su mujer e hijos.
Para
un maestro, los alumnos no se quedan en el aula cuando termina la clase, los
alumnos, para un maestro son vidas que, para siempre, se ubican en el alma.
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