Para empezar, mi más sincera felicitación a
este periódico, cuyos directores, a lo largo de estos treinta años, han sido
conscientes de la importancia y trascendencia social de la educación y de su
compleja problemática, manteniendo en prensa semanal, páginas que me consta han
llegado lejos sirviendo de norte, tanto en temas de actualidad como en todo
aquello concerniente a la educación, y de interés para maestros y familias. Mi
enhorabuena a Carmen Aumente, coordinadora de este suplemento, por su entrega,
tesón y afinidad absoluta con el magisterio.También yo me felicito por mis
ininterrumpidas colaboraciones desde el primer día que nació este suplemento.
Treinta años son muchos días y muchas y variopintas las circunstancias, las
noticias por las que la educación ha sido motivo de actualidad, opiniones y
polémicas.
No obstante, páginas como éstas son una
constante reivindicación, una puesta al día, una persistente llamada a los
interlocutores educativos para que activen alarmas y no se dejen arrastrar por
ese agente educativo en que se ha convertido la sociedad, agente que tanto
puede deformar a los individuos, dado que sus mensajes, por todos los medios,
exhortan a disfrutar, día a día, el tiempo que se nos ha brindado y gozar al
máximo los placeres de la vida dejando a un lado el incierto futuro. Pero el
cometido de la educación es precisamente preparar al individuo para que,
desarrollando el pensamiento divergente, competencias y valores, sea realmente
persona, germen capaz de aportar soluciones, de enfrentarse a los grandes retos
de un mundo globalizado que no es el mismo desde que las nuevas tecnologías nos
pusieron en la mano medios de comunicación e información. En palabras de
Emmanuel Kant los niños deben ser educados no para el presente, sino para una
condición futura, posiblemente mejorada, de manera que se adapte a la idea de
humanidad y al destino de hombre.
De ahí que la educación hoy en día debe ser
otra cosa que nada tenga que ver con lo que se venía haciendo, y en mucho se
hace en las aulas de nuestro país. Y es ahí donde radica el gran problema.
Varios han sido los sistemas educativos impuestos en estos treinta años, pero
seguimos, prácticamente, inamovibles en cuanto a métodos, organización,
programas, etc. y todo aquello que directamente afecta al alumnado. Es cierto
que han mejorado, en mucho, los centros escolares, los medios con los que
cuentan profesores y alumnos, pero la esencia de la educación no radica
precisamente en edificios y medios sino en métodos, sistemas cercanos y acordes
con la realidad, así como en valoración y atención a la dignidad de los
maestros que en tantas ocasiones sufren humillaciones, impotencias y grandes
depresiones.
Tuve, y tengo un sueño-dije
el día que se me otorgó la Medalla de
Andalucía a la Educación: que Andalucía sea escenario de
hombres y mujeres libres, capacitados, responsables, cultos, con gran energía
interior capaces de plantearse un proyecto de vida y llevarlo a cabo a pesar de
los obstáculos y de las dificultades. Una vez más reivindico, una vez más sigo
soñando.
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