Buen día, amigos: no podemos saber
cómo será el crepúsculo, pero el amanecer ha sido, es, de fotos más fotos. ¿Dónde vas tan temprano?
–me suelen preguntar como ya he contado en alguna ocasión-. ¡A vivir!
–contesto, porque, desde mi punto de vista, el amanecer es como resucitar a un
nuevo día acompañada de magia e ilusión. Sea cual sea nuestro momento primero de la mañana, mirad al cielo.
Nos invita a vivir en paz.
Hoy, de nuevo, DIARIO CÓRDOBA/ EDUCACIÓN
Sí, más, porque, treinta años escribiendo en
esta columna, más no sé cuántas obras publicadas, cursillos impartidos,
congresos, etc. tratando de aportar
ideas, experiencias, métodos, tratando de reivindicar un cambio en los sistemas
educativos, programas, métodos... y hoy seguimos igual que ayer y me temo que
igual que mañana. La razón es muy simple: de arriba a abajo se piensa más en el
aprendizaje que en los niños, olvidando algo que es prioritario: los niños
aprenden solos cuando algo les resulta placentero, de acuerdo a sus intereses y
sobre todo a su condición de niños. ¿Quién enseña a un niño de cinco años a
manejar y saber más de un móvil, por ejemplo, que muchos adultos?
Hace unos
días le dije a mi nieto de seis años: «¿Quieres que te cuente una historia muy
bonita?». Como un rayo me contestó: «¿Qué es real o virtual?». Ya sé que el
aprender es objetivo de primera, pero, como dice Einstein, «si buscas
resultados distintos, no hagas siempre lo mismo».
Y lo mismo se sigue haciendo,
en general, aunque seguro que hay maestros innovadores. En los supermercados la
gente habla de todo, y allí escuché a una madre contarle a otra cómo su hijo
argumentaba sus malas notas con esta exclamación: «¡si es que los maestros
están amargados!», capítulo que no habría que apartar de cualquier reforma,
porque los maestros se sienten, a veces, desprovistos de atención en sus muchos
y grandes problemas. En mi mente un reforma tal que no dejaría títere con
cabeza, etc.
(Corto por ahí el artículo, porque no he
podido añadir la siguiente anécdota totalmente verídica)
En una ocasión me preguntaba un alumno de
nueve años: seño, ¿qué es la vida? La vida -le contesté- es el aire, la lluvia, el sol, los pájaros,
la hoja que cae, el tren que pasa, las
nubes que llegan la música, la enfermedad, las personas, tú, el otro, los
libros… Al llegar aquí el pequeño me interrumpió: ¿y la escuela también? Sí,
claro –le contesté-, la escuela también.
Y exclamó: ¡ah, no lo sabía!
(No hace falta moraleja.)
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