Se aproximan las vacaciones de los niños. Es frecuente que
entre otras tareas lleven por recomendación o imposición de sus maestros, la lectura de determinados títulos de obras. Hay mucho que decir sobre el tema de las tareas, en general y de la lectura en particular. Hoy
tan solo os adelanto una experiencia pedagógica y una frase que “acuñé” desde
mi primer día de clase: la lectura nunca puede ser tarea; la lectura debe ser,
ante todo, un placer.
En una ocasión me lleco al aula un paquete de libros para lectura de alumnos de cuarto nivel. Nada
más ver el título y leer las primeras líneas comprendí que para nada podía
pedir a los alumnos que los leyeran: temas, palabras, renglones, tipo de letra,
lustraciones etc. etc. que hasta para mí venían a ser como un paisaje de agua negra y estancada en una pequeña laguna.
No obstante, estaba previsto, como objetivo, una especie de
evaluación acerca del contenido. Y se me
ocurrió una estrategia: dejar encima de mi mesa, unos cuantos de aquellos
libros y, de vez en cuando, coger uno y mientras ellos trabajaban, pasear la clase leyendo y hojeando.
De ahí que ellos, que siempre observan lo que hacen sus
maestros, cuando se acercaban a la mesa, intentaban coger alguno.
Inmediatamente, les decía: no, no puedes cogerlo. Cada vez los intentos eran
más y mucho más el interés que por ellos empezaban a mostrar: ¿de qué tratan, maestra?
¿Los podemos coger? ¿Los podemos leer? ¿Cuántos han mandado? ¿Para quién son?
Etc.
Una mañana, nada más entrar a clase, les dije: bueno, hoy, el que quiera, puede coger un
libro, pero con la condición de llevarlo a casa para leerlo y
dentro de unos días traer un resumen escrito.
¿A qué os imagináis qué paso? Pues, si, eso, se abalanzaron a
los libros y hasta hubo alguno que pregunto si podía llevarse dos, como si de
un caramelo se tratara y, efectivamente, a la semana, cuando les pedí las conclusiones,
todos las llevaban escritas, aunque todavía no entiendo cómo pudieron leer
libros que nada y tenían que ver con sus
gustos, intereses y, sobre todo, con su nivel de conocimientos.
De ahí, padres y maestros que entendamos que nada aviva más
el deseo que la prohibición
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