jueves, 16 de junio de 2016

Experiencias pedagógicas

Se aproximan las vacaciones de los niños. Es frecuente que entre otras tareas lleven por recomendación o imposición de  sus maestros, la lectura de determinados  títulos  de obras. Hay mucho que decir sobre el tema de las tareas,  en general y de la lectura en particular. Hoy tan solo os adelanto una experiencia pedagógica y una frase que “acuñé” desde mi primer día de clase: la lectura nunca puede ser tarea; la lectura debe ser, ante todo, un placer.
 
  
En una ocasión me lleco al aula un paquete de libros  para lectura de alumnos de cuarto nivel. Nada más ver el título y leer las primeras líneas comprendí que para nada podía pedir a los alumnos que los leyeran: temas, palabras, renglones, tipo de letra, lustraciones etc. etc. que hasta para mí venían a ser como un paisaje de  agua negra y estancada en una pequeña laguna.
No obstante, estaba previsto, como objetivo, una especie de evaluación acerca  del contenido. Y se me ocurrió una estrategia: dejar encima de mi mesa, unos cuantos de aquellos libros y, de vez en cuando, coger uno y mientras ellos trabajaban, pasear   la clase leyendo   y hojeando.
De ahí que ellos, que siempre observan lo que hacen sus maestros, cuando se acercaban a la mesa, intentaban coger alguno. Inmediatamente, les decía: no, no puedes cogerlo. Cada vez los intentos eran más y mucho más el interés que por ellos empezaban a mostrar: ¿de qué tratan, maestra? ¿Los podemos coger? ¿Los podemos leer? ¿Cuántos han mandado? ¿Para quién son? Etc.
Una mañana, nada más entrar a clase, les dije:  bueno, hoy, el que quiera, puede coger un libro, pero con la condición de llevarlo a casa para  leerlo y  dentro de unos días traer un resumen escrito.
¿A qué os imagináis qué paso? Pues, si, eso, se abalanzaron a los libros y hasta hubo alguno que pregunto si podía llevarse dos, como si de un caramelo se tratara y, efectivamente, a la semana, cuando les pedí las conclusiones, todos las llevaban escritas, aunque todavía no entiendo cómo pudieron leer libros que  nada y tenían que ver con sus gustos, intereses y, sobre todo, con su nivel de conocimientos.
De ahí, padres y maestros que entendamos que nada aviva más el deseo que la prohibición

  

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