Un día, contaba a uno de mis
nietos la historia de David y Goliat. Con gran atención me escuchaba sin
proferir palabra, pero cuando terminé, con un brillo especial en sus ojos,
exclamó: ¡a mí no me gusta que maten al gigante! ¿Por qué no lo cogieron y lo hicieron
bueno?
Reflexioné y me dije: A los
niños les entristece la muerte de cualquier ser humano por cruel que pueda ser.
En sus corazones no hay odios; sólo amor. Y desean un final mejor para malas
historias; también yo lo buscaré, lo desearé…
Maestra, si el pez grande se come al pez chico, el último de la
fila, ¿a quién se come? A la ligera
improvisé una contestación: pues, los chicos se comerán unos a otros. ¿Y por
qué los grandes no se comen también a los grandes? –contestó
Reflexioné: Los niños no saben
razones de “grandes” ni de “chicos”, pero, eso sí, saben mucho de justicia.
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