domingo, 11 de febrero de 2018

Una historia inolvidable



Tu dibujo, pequeño. ¡Cuánto para analizar!

C arta para empezar
Hola, querido Toni: te escribo desde muy lejos. Figúrate que casi rozo el filo del mapa por el norte. Me vine, a otras tareas pedagógicas, y sé que alguien te evaluó y te suspendió. Aquí estoy viendo muchas cosas y conociendo a mucha  gente pero me acuerdo de todos vosotros y, especialmente, de ti, pequeño mío.   Porque ya has visto, y lo sé: te han suspendido porque los mayores, los que, por autoridad, deciden estas cosas, consideran­ que tú no has llegado al nivel, exigido. Y aquí, sentada en la playa, distraída con las olas, que tú nunca has visto pero que sabes imaginar como  bocanadas de espuma que escupen las bocas gigantes de los monstruos marinos, pienso en ti, y te estoy viendo con el boletín en las manos  y los ojos llenos de lágrimas gordas que se te van escapando por debajo de las gafillas y van churreteando esa carita de melocotón que se ilumina y se hace transparente, cuando una cosa te pone contento.
No llores, querido Toni. De verdad que se me parte el corazón. Lo tuyo, por ahora, no son las lecciones, los problemas y, mucho menos, ese montón de libros que pesa tanto sobre tus débiles espaldas. Tú eres un creador . Algún día, como tanto deseas, irás a una escuela donde aprenderás lo que a ti te guste.
En mi carpeta, revueltos entre muchos papeles, tengo algunos de tus bonitos cómics. Son una preciosidad, y tengo aquel cuento que titulaste "El hombre que siempre  era de noche", aquel hombrachón negro que sólo  tenía blancas las ventani­tas de sus ojos y el estuche de sus dientes.
¿Te has fijado en el sobresaliente que te he puesto en Dibujo? Enséñaselo a todo el mundo. No te importen las demás notas. ¡Ya las mejorarás! A los creativos como tú, hay que darles su tiempo. Además, mi querido pequeño, con esas notas, y con tus po­cos años, podrías enseñar muchas cosas a los mayores: pedir la palabra en un de­bate, dónde tirar un papel, cómo cuidar nuestra ciudad... Sabes, pequeño, si te gusta o no la OTAN, lo que es la paz y la guerra... Conoces la Quinta y la Novena sinfonía de Beethoven, la Primavera de Vivaldi, el Lago de los Cisnes...
Sabes caminar respirando y descubriendo cosas que se escapan a los mayo­res: una flor, un anciano, un árbol, un olor, una música...
Eres valiente para en­cender la luz de tu dormitorio, cuando en silencio y soledad, padeces alucinacio­nes, sabes escribir una retahíla, hacer un dibujo, un avión de papel, un castillo o un caballo de cartón, juegas con la luna y le llamas tonta, porque no te pilla, cuando te echas carreras con ella, tienes ganas de reír, de jugar, de soñar. Llevas en tus pupilas ese cristal mágico desde el cual las cosas son más bonitas, tienen más calor, más amor...
No llores, querido Toni. Esas notas son tontas y  malas. Algún día, no muy lejano, acabaremos con ellas, porque sólo sirven  para dar disgustos a niños y niñas tan va­liosos como tú.
No te sientas fracasado, pequeño. Sólo fracasa el que no logra el éxito en un pro­yecto, en un trabajo que él mismo se  ha programado, pero tú, al ir al colegio, lo único que llevabas era el proyecto virgen de tus ilusiones, de tu inocencia, de tu de­seo de ser feliz.
Por eso, los fracasados somos nosotros que nos hemos equivocado contigo y hemos cometido la enorme injusticia de pagarte con una moneda falsa tus muchas capaci­dades, tu voluntad, tu singular forma de ser. Quiero que sepas, pequeño, que siento vergüenza, hasta de escribirte, porque siendo consciente de todo esto, he firmado, y con ello corroborado, tu fracaso, o al menos, tu aparente fracaso. Te doy mi palabra de luchar para que las cosas, en lo que esté de mi mano, sean de otra manera, por tu bien y el de tantos niños a los que amo.
Te mando un beso fuerte con olor a playa, con gotas de olas, con granos de arena para que hagas muchos castillos este verano que, aunque se te derrumben, mientras los construyes, vivirás con ilusión que, en definitiva, es  lo  importante para ti y para todos.
Y no te preocupes. Como tú bien dices, falta mucho para el noventa y dos - corrían los años ochenta - y cuando llegue toda esa gente, que a ti te parece que se van a comer toda la comida, ya tendrás trece años, y entenderás que hay muchas cosas que son  auténticos  problemas.
Aunque todavía seas un medio mocoso  para entenderlo, te diré algo: hay que vivir el presente, lo que tenemos hoy como si fuera el pasado que quisieras recordar y el futuro que desearías construir. Escríbelo, querido pe­queño, en tu cuaderno de "cosas bonitas", y espera que llegue el día que puedas en­tenderlo. Entonces, nadie, absolutamente nadie, te comerá el "coco" con urgencias y mentiras.
Tú, pequeño, no eres cera  para moldear  en manos de malos "alfareros" ni eres  monigote, hechura en serie, sin oídos, sin boca, sin ojos, sólo  con pies  para mal an­dar y brazos caídos sin saber qué hacer con ellos. Tú, con tus gafillas, con tu cara de melocotón, con tus arrebatos de mal humor, con tus tontos chistes, con tus  lágri­mas... eres  tú, único, irrepetible y haces bien, pero ¡que muy bien! en rebelarte. Te quiero mucho. Isabel


"Los hombres, pequeño, como los árboles, crecen en forma diferentes: torcidos o erectos, según los vientos que les han soplado  pero, mientras la savia fluya, las hojas germinen, las ramas acunen pajarillos, den sombra... no deberían objetarse las formas del hombre o del árbol"


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