domingo, 3 de enero de 2016

Dos breves relatos

Dos breves relatos de mi obra "Bolitas de Anís", editada por Desclée de Brouwer


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Explicaba en clase, a alumnos de siete años, la diferencia entre animales domésticos y animales salvajes.
Tal vez, ingenuamente, yo insistía en la cuestión más elemental: Los animales salvajes -les decía- no pueden vivir encerrados. Por eso no se pueden tener en las casas.
De pronto, un niño levantó la mano: Entonces –dijo- maestra, yo también soy un animal salvaje. Cuando mi madre me castiga sin salir en mi habitación, me pongo furioso y, cuando no puedo salir de la clase, me pasa lo mismo.

Yo pensé:
Efectivamente; este pequeño lleva razón. Los niños son libertad, juego, magia... De ahí que los sistemas educativos deberían plantearse, al menos para los más pequeños, menos horas de clase, menos libros de texto y más recreos, porque tener a un pequeño de siete años, encerrado, prácticamente, cinco horas puede que les haga sentirse “animales salvajes”

                                                                2

-Dice mi madre -me comentaba una niña que el fin de semana había visitado el zoológico- que los animales están allí para conservarlos y para estudiarlos, pero yo lo que sé es que el león estaba dormido, y el lobo nervioso, y que mi padre pagó dinero para entrar, y que dentro nos bebimos  refrescos y nos compramos bocadillos, y que parecía que el tigre nos miraba queriéndonos comer...
    Yo no supe qué contestar. Ella estaba triste y preocupada.


Me dije:
La intuición de los niños  tiene los “pies” mucho más largos que nuestras piadosas mentiras.

martes, 15 de diciembre de 2015

Vacaciones y Lectura

 DIARIO CÓRDOBA / EDUCACIÓN
ISABEL AGÜERA 16/12/2015

Son tiempos estos en los que se habla mucho de libros, de lectura, tiempos, días que me hacen reflexionar y recordar años de mi infancia en los que los mayores, alrededor de la mesa camilla, en los inviernos, o en la puertas de las casa, en los veranos, nos leían o contaban cuentos que nos embelesaban, tanto por su contenido como por la relajada narración que era pródiga en descripciones, diálogos, comentarios y que predisponía a la motivación, ante todo, por los libros. Hoy día no hay tiempo para compartir con los pequeños la magia de la lectura y en una dejación de responsabilidades los padres esperan que esta labor sea práctica exclusiva de la escuela.
No obstante, la lectura es un valor que debe rebasar el ámbito escolar porque no se trata, simplemente, de un proceso más de aprendizaje, sino sobre todo porque mediante su dominio se adquieren destrezas, actitudes, competencias que les van a resultar imprescindibles en la vida cotidiana y en su integración con grandes posibilidades en la sociedad. De ahí que la familia, los padres deben adquirir conciencia de la definitiva influencia que sus hábitos lectores, por un lado, y la colaboración, por otro, pueden ser determinantes en el valor que para los pequeños represente la práctica lectora.

Llegan las vacaciones y con ellas la gran interrogante de padres, en general: ¿y ahora qué? Los niños tienen idéntico derecho que los mayores a descansar de su cotidianidad laboral en las aulas, derecho que a veces atropellamos tratando de emplearlos en nuevas y constantes tareas. Desde mi punto de vista nada mejor que libros a mano para compartir. Sí, libros que los niños deben elegir de forma que estén en línea con sus gustos y preferencias, libros, lecturas que los padres deben acompañar de forma que ayuden a comprender, trascender e interiorizar. Los hijos deben ser el prioritario valor para los padres. Felices Navidades.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Cuentos de Navidad I

Amigos y compañeros: voy a volver al repertorio de mis Cuentos de Navidad, todos publicados en mis obras y tal vez aquí, pero es bueno recordar a nuestros niños lo que más debe importarnos en estos días y transmitirlo  con la lectura de cuentos: solidaridad y amor

ILEGALES Y NAVIDAD
Aconteció en estos días que se promulgó una ley de extranjería por la que los sin papeles tendrían un plazo entre siete y treinta días para retornar voluntariamente a su país de origen. Un matrimonio de extranjeros, José y María, que estaba en avanzado estado de gestación, llegados en patera, buscaban trabajo en España, pero no encontraban nada porque la gente nada más verlos, repetían: no, no tenemos nada. Volved a vuestra tierra y dejar de andar robando y pidiendo.  

Así caminaban sin rumbo en la noche José y María. Encontraron refugio en una chabola abandonada a las afueras de una gran ciudad. Sucedió que el segundo día de pernotar en aquel lugar una grúa municipal los desahució, dejándolos a la intemperie una noche muy fría de un veinticuatro de diciembre del año dos mil quince. Abrazados, y sin saber dónde refugiarse, retomaron el camino. Repentinamente se vieron obligados a detenerse y buscar nuevo refugio ya que María presentaba síntomas de eminente alumbramiento. José, divisó a lo lejos los arcos de un centenario puentecillo. ¡Allí, María –exclamó-, allí podrá nacer nuestro hijo! Buscaré pasto, buscaré leños, encenderé el fuego y esperaremos a nuestro hijo. 

Y José, extendió el pasto, lo cubrió con su vieja chaqueta y el niño nació. María, lo recubrió con su propia ropa y lo recostó en el cálido montón de pacto, junto al fuego preparado por José. 
Aquella madrugada, trabajadores de una fábrica cercana, al cambiar de turno, los encontraron y compadecidos le ofrecieron lo poco que llevaban: se despojaron de algunas de sus ropas, les dieron parte de sus bocadillos y prometieron dar cuenta a los Servicios Sociales para que les ayudasen. 
También un grupo de chicos jóvenes que salían de una discoteca, se detuvieron al verlos y cantaron y bailaron para acompañarlos:

¡Ande, ande, ande este chiquitín

que no tiene cuna y ha nacido aquí
!
No llores, mi niño. 
Vamos a cantar, vamos a bailar

                                          que hoy es noche buena y mañana Navidad.  

Al día siguiente, se personaron en el lugar tres mujeres provistas de todo lo necesario para atender al niño y darles cobijo durante el tiempo preciso para que retomaran camino a su país. 
A coro aquellas mujeres repitieron:  

La patria no es propiedad heredada con papeles, 
sino cielo, dicha y dolor de todos.


Y esta felicitación no es, como se nota en mis nietos, sobre todo, de este año, pero iré poniendo las sucesivas porque ellos son los protagonistas de estas fiestas. Hagámoslos felices.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Un alumno perdido


Amigos, buenos días. Hoy os resumo una historia real. Un poco larga, no obstante, pero vale la pena detenerse unos minutos y leerla, y no por mí, ¡ni mucho menos! sino para que seamos conscientes de cuántas responsabilidades nos excusamos por desconocimiento, a veces, y por comodidad y creerlas ajenas, casi siempre.

Los mayores de la clase me pusieron sobre la pista: cerca del río, en una casa vieja, hay un chaval que se droga. Estuvo un año con usted. ¿No se acuerda? Durante unos días, anduve inquieta. Lo recordaba perfectamente. No descansaba a gusto. En mi cabeza, aquel muchacho, alumno que dejó de preocuparme en la creencia de que todo le iría bien. Pero las palabras de aquellos alumnos, repentinamente me hicieron sentir una tremenda responsabilidad. Lo imaginaba como abandono, como olvido... al que yo había contribuido y hacia el cual me sentía comprometida con urgencia. 
Con ayuda de algunos alumnos de los más responsables y con toda prudencia, pude encontrarlo. Me acompañaron hasta una casa de vecinos con reminiscencias de tiempos perdidos. ¡Ahí es! -exclamaron-. ¡En la puerta gris! Y, por indicación mía, se alejaron. 
Allí, me encontré, a bocajarro, en un patio compartido en el que, pegadas a sus respectivas ventanas, diez o doce personas clavaban sus miradas inquisidoras en mí. Una puerta gris, con muchas manos de pintura, se abrió, tras golpearla sigilosamente varias veces. Frente a mí una buhardilla descuidada con intenso olor a tabaco negro. ¿Puedo entrar..? -pregunté al hombre que era ya José y que con mal aspecto, barba descuidada, ropas desarrapadas, con la cabeza perdida entre los hombros, sólo como respuesta exclamó, dando un portazo y mirando de reojo a las mujeres del patio: ¡Tías putas y marranas! 
Como único mobiliario, una cama catre cubierta por una manta de cuadros y, como única decoración, una estampa de María Auxiliadora, sujeta, por cuatro chinchetas, a la pared. El chaval, mi desconcertante descubrimiento, se quedó allí, agazapado en el catre: ciego, sordo, mudo... Echada en la pared, opté por una postura serena y casi reverente, como si temiera romper, con mi presencia, el vaso de barro de algún recóndito maleficio, o profanara la intimidad sagrada de un místico retiro. Pasaron unos minutos. El muchacho, con un leve movimiento de su cuerpo, me invitó a sentarme junto a él en la única silla que, como todo confort acompañaba a la cama catre. Fue entonces, cuando me decidí a pronunciar las primeras palabras: me han dicho que estabas aquí y... Sin levantar la cabeza, silenciando con un gesto mi boca, simultaneando quejidos y silencios, largos y angustiosos silencios, suspiros y lágrimas, prorrumpió en un dramático monólogo: Por favor, no diga nada. Todo está dicho. ¡Qué terrible oscuridad! Todo es negro como en mis miedos de niño. Todo está encantado por la mano siniestra del destino. Detrás de mí, no hay nadie. Mis sueños están rotos en mil pedazos. Todo está muerto, ¡muerto, muerto! -repetía en una apocalíptica desolación- Es mejor estar muerto que vivir en la sombra de un recuerdo: ¡Mi madre! Ella era mi mamá. Sabía bordar, pintar... Tenía las manos finas como la seda! ¡Maldita sea! Se fue. Yo tuve juegos de niño, y besos, y días de Reyes, y Primera Comunión, y cumpleaños... Ahora no sé cómo fueron aquellos días... Sí, la droga me consume, pero... Mi viejo no sabe. Se fue a Barcelona con otra… 
Lo interrumpí, con un hilo de voz: ¿Desde cuando estás metido en esto..? ¡Mi madre! –fue su respuesta-, ¡Maldita sea! ¿Por qué tuvo que irse? Sus palabras impusieron tal silencio, tal dramatismo que mi larga ya experiencia en el trato con chavales, quedó reducida a un no saber qué hacer, qué decir... Al fin, notándome impotente dije algo, echándole un brazo por los hombros: no sé muy bien qué puedo hacer por ti, pero no voy a dejarte... No se preocupe -me contestó en un gesto que me pareció dulce-. Todo está escrito, todo está hecho..
Desde luego, no lo abandoné. Hice gestiones en Asuntos Sociales del barrio. Movilicé a gente, se tomaron medidas de rehabilitación a las que el chaval colaboró. Hoy sé por él mismo que estudió, se casó y es feliz con su mujer e hijos.

Para un maestro, los alumnos no se quedan en el aula cuando termina la clase, los alumnos, para un maestro son vidas que, para siempre, se ubican en el alma.