Dos breves relatos de mi obra "Bolitas de Anís", editada por Desclée de Brouwer
1
Explicaba en clase, a alumnos de
siete años, la diferencia entre animales domésticos y animales salvajes.
Tal vez, ingenuamente, yo insistía en la cuestión más
elemental: Los animales salvajes -les
decía- no pueden vivir encerrados. Por eso no se pueden tener en las casas.
De pronto, un niño levantó la mano: Entonces –dijo-
maestra, yo también soy un animal salvaje. Cuando mi madre me castiga sin salir
en mi habitación, me pongo furioso y, cuando no puedo salir de la clase, me
pasa lo mismo.
Yo pensé:
Efectivamente; este pequeño lleva
razón. Los niños son libertad, juego, magia... De ahí que los sistemas
educativos deberían plantearse, al menos para los más pequeños, menos horas de
clase, menos libros de texto y más recreos, porque tener a un pequeño de siete
años, encerrado, prácticamente, cinco horas puede que les haga sentirse
“animales salvajes”
2
-Dice mi madre -me comentaba una
niña que el fin de semana había visitado el zoológico- que los animales están
allí para conservarlos y para estudiarlos, pero yo lo que sé es que el león
estaba dormido, y el lobo nervioso, y que mi padre pagó dinero para entrar, y
que dentro nos bebimos refrescos y nos
compramos bocadillos, y que parecía que el tigre nos miraba queriéndonos
comer...
Yo no supe qué contestar. Ella estaba
triste y preocupada.
Me dije:
La
intuición de los niños tiene los “pies”
mucho más largos que nuestras piadosas mentiras.
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