Miércoles 27 de julio de 2016
Pasamos la hoja del almanaque un día más, amigos. ¡Ojalá sea, al final del día, página de luz, página que podamos dejar atrás y sirva de huella a tantos y tantos caminantes perdidos...
Os propongo de lectura mi artículo de ayer. Besos para todos y cada uno.
Diario Córdoba/ Opinión
Desde niña aprendí algo importante: el futuro es dirección, camino hacia adelante, sin que por eso tengamos que reducir el pasado a una total amnesia. También en el internado, y referente al tipo de santidad tan propugnado en aquellos años, la máxima era semejante: si no se progresa, se retrocede. Lo que es idéntico a decir que no vale el quedarse estacionado ni en santidad, ni en cultura, ni en técnicas, ni tan siquiera en cualquier chuche que nos guste.
Resulta que en estos tiempos ni progresamos ni regresamos, porque, por ejemplo, criticamos el uso de nuevas tecnologías, redes sociales, móviles, etc. ¿pero quién vuelve a la pila, a fregar de rodillas, a guisar en hornillas de carbón, por citar algo? Bien conocido es el dicho, jamás se arrepiente uno de callar, y sí de hablar. Pues, hoy todo es hablar y definir términos que nos sitúan en extremos tales que imposible aproximarnos algo para darnos la mano. Por mi parte lo tengo bien claro: entre el blanco y el negro hay una gran variedad de matices, y entre progresar o quedarse parado, también los hay. Sí, se puede progresar respetando todo aquello que siga siendo útil, valioso y erradicando todo lo que ha contribuido a crear desigualdades, injusticias, pobreza..., porque, claro, sería innecesario un cambio de cocina, pongo por caso, porque se atranque el fregadero. Es decir, cambios, necesarios, progresos ordenados y estableciendo prioridades, que hay que hacerlas y que son muchas.
El camino del progreso no es ni rápido ni fácil --Marie Curie--. Así, que no nos quedemos atrás, llorando lo que fue y ya no es ni será, porque la felicidad radica en izar velas y remar, avanzar paso a paso hacia aquello que nos importa como bien de la humanidad. Termino con otra frase: No podemos esperar un mundo mejor si cada uno de nosotros no mejora como persona.

DESDE EL AULA DE MI ORDENADOR Querido compañero/a, amigo/a: Un día descubrí que el magisterio es como un Sacramento que imprime carácter. Es decir, se nace y se muere maestro/a pero desde una concepción universal que abarca, como aula, el mundo y como alumnos/as todos los seres humanos sin excepción. Por eso, sigo y seguiré empeñada en ser alumna y maestra.
miércoles, 27 de julio de 2016
miércoles, 22 de junio de 2016
Conocer a los alumnos
Conocer a los alumnos es sentirlos muy cerca, atenderlos,
y amarlos porque el futuro de los niños es hoy. No lo dejemos pasar
Quiero seguir hoy
con el tema de la educación porque son tantas y tantas las cosas que habría que
debatir, aprender, conocer, en definitiva: la gran trascendencia del tema,
prioridad que debería ser para padres y maestros.
Hay algo que a cada paso me recuerda comentarios de
madres que con motivo de las recientes
evaluaciones, se pronuncian con opiniones tan variopintas e incluso
disparatadas desde el punto de vista pedagógico y psicológico, tales como las
comparaciones con hermanos, las amenazas, los premios o los castigos, etc. tema
complejo y amplio, pero es evidente el desconocimiento que se tiene acerca de
cuál puede ser el motivo por el que un niño saque, por ejemplo, malas notas, se
porte mal, etc. De ahí que, en mi larga vida de presencia en las aulas y cuando
un alumno, rayando, incluso, un índice
superior de inteligencia, no estudiaba, sacaba malas notas, me preocupaba por
conocerlo al máximo para ver de entender la causa.
En una ocasión, me llegó un
alumno de quinto de EGB que la madre entró al aula de un medio empujón
exclamando: a ver, maestra que hace con este traste que no estudia porque no le
da la gana.
Bueno, lo acogí como a todos con
cariño, pero, a partir de aquel momento me preocupó conocer la causa, si la
había, que justificaran las palabras de la madre que nunca se pueden justificar,
pero era evidente que repetía curso con pésimas calificaciones e informes. A
los dos días, de observar cómo ni abría los libros, cogí unos catálogos de los que dejan en los buzones como propaganda: toma -le dije-, míralos despacio y dime qué te
gustaría tener de todas estas cosas.
Los miró uno por uno y levantando la
mano dijo: ya lo sé, maestra. Mi
sorpresa no pudo ser mayor, porque, cuando yo esperaba que hubiera elegido
juguetes, chucherías, cosas propias de niños, me encontré que de tantas cosas,
lo que deseaba era un dormitorio. Sorprendida le pregunté: ¿y un dormitorio por
qué? Porque tengo tres hermanos pequeños que duermen conmigo y no me dejan
estudiar. Me cogen los libros, me los esconden, se pelean, gritan… Yo quiero
un dormitorio para mí solo y que me dejen tranquilo…
Fue difícil, pero, al fin, tuvo su
dormitorio y todo cambio de forma radical.
No anatemicemos, no califiquemos, no definamos a un niño, sin
previamente preocuparnos de conocerlo.
martes, 21 de junio de 2016
La lectura no es tema de tareas
DIARIO CÓRDOBA/ EDUCACIÓN
Te han robado el corazón,los muchachos de la escuela, ellos pasan tú te quedas, tú me
enseñaste a volar.
Hoy, veintidós de julio, un año más cerramos, cierro mis colaboraciones en
este suplemento con la satisfacción de haber contribuido en algo a la
educación, tema que nació conmigo y conmigo seguirá el resto de mi vida.
Vacaciones, pues, para nuestros niños en tiempos en los que el tema de las
tareas es cuestión muy debatida por profesores y padres.
Mi opinión está en
línea con pensar qué pretenden unos y otros. ¿Imponer tareas que obliguen a los
niños a pasar horas cada día en la cotidianidad escolar? Mi más rotundo no. Son
muchos los maestros que exclaman: ¡no les pongo más tarea que lectura! La
lectura no puede ser jamás una tarea, porque a ella se debe acceder
voluntariamente y como placer. Hay quién opina que las tareas son un medio de
conservar hábitos y no olvidar lo aprendido, algo que me parece un disparate,
porque lo aprendido, cuando ha calado, es como si se depositara en un pozo y
aflorara en el momento oportuno y, con respecto a los hábitos, más de lo mismo,
porque, entre otras razones, los niños difícilmente tienen adquirido el hábito
de hacer tareas o cualquier actividad relacionada con sus clases, que la
mayoría consideran aburridas y rutinarias. Se puede llegar a tener hábito de
algo cuando nos gusta, porque el placer nos llevará a adquirir el hábito. ¿Qué
hacer, pues, en vacaciones? Es turno de padres y deben ser ellos los que
compartan lecturas, conversaciones, paseos, cine… Un buen padre – Rousseau-
vale por cien maestros. Desde esta columna, he repetido que lo mejor que,
personalmente pueda tener, me lo enseñó mi padre.
Menos pensar, pues, en tareas y más compartir días, tal vez, de ocio y de
aprendizaje lúdico y creativo. Días de esa necesaria felicidad que precisan los
niños para crecer y aprender. No los sometamos a rigores que para nosotros no
quisiéramos. Si tienen que recuperar, recuperemos con ellos, si tienen que
leer, leamos con ellos… En definitiva, vivamos con ellos y aprenderán y serán
felices.
jueves, 16 de junio de 2016
Experiencias pedagógicas
Se aproximan las vacaciones de los niños. Es frecuente que
entre otras tareas lleven por recomendación o imposición de sus maestros, la lectura de determinados títulos de obras. Hay mucho que decir sobre el tema de las tareas, en general y de la lectura en particular. Hoy
tan solo os adelanto una experiencia pedagógica y una frase que “acuñé” desde
mi primer día de clase: la lectura nunca puede ser tarea; la lectura debe ser,
ante todo, un placer.
En una ocasión me lleco al aula un paquete de libros para lectura de alumnos de cuarto nivel. Nada
más ver el título y leer las primeras líneas comprendí que para nada podía
pedir a los alumnos que los leyeran: temas, palabras, renglones, tipo de letra,
lustraciones etc. etc. que hasta para mí venían a ser como un paisaje de agua negra y estancada en una pequeña laguna.
No obstante, estaba previsto, como objetivo, una especie de
evaluación acerca del contenido. Y se me
ocurrió una estrategia: dejar encima de mi mesa, unos cuantos de aquellos
libros y, de vez en cuando, coger uno y mientras ellos trabajaban, pasear la clase leyendo y hojeando.
De ahí que ellos, que siempre observan lo que hacen sus
maestros, cuando se acercaban a la mesa, intentaban coger alguno.
Inmediatamente, les decía: no, no puedes cogerlo. Cada vez los intentos eran
más y mucho más el interés que por ellos empezaban a mostrar: ¿de qué tratan, maestra?
¿Los podemos coger? ¿Los podemos leer? ¿Cuántos han mandado? ¿Para quién son?
Etc.
Una mañana, nada más entrar a clase, les dije: bueno, hoy, el que quiera, puede coger un
libro, pero con la condición de llevarlo a casa para leerlo y
dentro de unos días traer un resumen escrito.
¿A qué os imagináis qué paso? Pues, si, eso, se abalanzaron a
los libros y hasta hubo alguno que pregunto si podía llevarse dos, como si de
un caramelo se tratara y, efectivamente, a la semana, cuando les pedí las conclusiones,
todos las llevaban escritas, aunque todavía no entiendo cómo pudieron leer
libros que nada y tenían que ver con sus
gustos, intereses y, sobre todo, con su nivel de conocimientos.
De ahí, padres y maestros que entendamos que nada aviva más
el deseo que la prohibición
martes, 7 de junio de 2016
Mirando al sistema Filandés
DIARIO CÓRDOBA / EDUCACIÓN Isabel Agüera

Arturo Graf Escritor y poeta italiano.
Siempre he pensado que lo que tiene que
aprender un niño cabe y sobra en la palma de la mano y con ello he querido
referirme, a tres cosas primordiales, desde mi punto de vista: ser feliz,
educarse y adquirir conocimientos. También mi insistencia ha ido en línea con
esa mirada que hacemos al Sistema Finlandés, porque, ¿qué hace un niño desde
los tres años en una escuela y desde las nueve de la mañana? ¿Qué hace un niño
de un año más, cargado de libros y de tareas, más clases extras de inglés,
deporte, baile? ¿Cómo evaluar y examinar a niños que tienen edad de jugar y ser
felices? ¿Y dónde van alumnos de doce años a un instituto que les sobra por los
cuatro costados? Si miramos al susodicho sistema, los niños hasta los siete
años no tienen más misiva que, precisamente eso: ser felices, sin escuela, sin
tareas, y sí con juegos propios de un niño.
La razón de nuestra lógica es obvia:
creemos, y es falso, que cuánto antes, mejor. Los seres humanos, al igual que
desarrollamos el cuerpo desarrollamos la mente y no podemos acelerar la mente
cuando todavía el “recipiente” no da la talla.
En España miramos ahora a dicho sistema,
pero, desde mi punto de vista, no habría que irse tan lejos para implantar
cosas tan obvias como las anteriores o como el gran respeto, autoridad y
valoración del magisterio, autoridad y respeto, en muchos casos, y muy cerca de
nosotros, tirados por los suelos con el consiguiente desánimo para maestros
diez que se deprimen y pierden la ilusión.
Educación obligatoria y gratuita, material
gratis, comida, educación personalizada, etc. ¿Todo esto hay que importarlo?
Muy lejos andamos en España de este tipo
de educación y de escuela que en poco o nada ha cambiado con el paso de los
años y que poco o en nada se aproxima siquiera a ese modelo hacia el que hoy
miramos, pero tan distante del nuestro que ni con potentes anteojos podemos
acercarnos a él.
Menos imitar sistemas y más vivir
conscientes de lo que tendríamos que cambiar a la española y dejarnos de copiar
obviedades. (*)Maestra y escritora.
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