Nunca sabremos para qué podemos servir.
Para mí, esta hoja seca es una maravillosa imagen,
alfombra de mis pasos.
Había llegado
el otoño. Los jardines y paseos se iban quedando solos. Los árboles iban
perdiendo sus hojas y nubes negras comenzaron a aparecer por el cielo cantando:
Ya estamos aquí
Nos queremos divertir
mandando la lluvia
a la rosa y al jazmín.
Ya estamos aquí
somos nubes del Señor
sacad los paraguas
que ya se va el sol.
Las hojas de
los árboles empezaban a tiritar de frío y los pajarillos, que dormían entre ellas, se buscaron otro lugar más
calentito.
Una mañana
llegó el viento cantando también y muy contento:
Vengo por las hojas
de este jardín
me las llevaré lejos.
¡muy lejos de aquí!
Soy la escoba del otoño
barro y barro sin cesar,
papeles y hojas con mi soplo volarán.
Una hoja se agarraba fuertemente al árbol y llorando repetía:
-¡No quiero
irme! ¡Tengo mucho miedo! ¿Qué puedo hacer yo sola por la tierra? Te necesito,
árbol, para que me sigas alimentando. Además, me da pena dejarte.
El árbol, muy
sereno, le contestó:
-No tienes que
preocuparte por mí. Ahora, durante el invierno, me quedo dormido y, cuando
llegue la primavera, despertaré con ramas y hojas nuevas.
-Ahora lo
entiendo –replicó enfadada la hoja-. No me quieres porque soy vieja y no te
sirvo para dar sombra. Eres un árbol muy egoísta. No te preocupes que ya me
voy.
-No entiendes
nada, pequeña. Tú no eres vieja. ¡Si tan solo tienes un año! Pero la naturaleza
ha dispuesto que sea así. No tengas miedo. Todavía te quedan cosas por hacer…
Estaba hablando
el árbol, cuando una fuerte racha de viento arrancó la hoja de un golpe.
-¡Hala!
-exclamó el viento-. Vámonos que tenemos que hacer un largo viaje.
La hoja,
arrastrada por el viento, cayó a orillas de un arroyo donde un gusanito pedía socorro.
-¡Que me ahogo,
socorro! –gritaba el gusanito-. ¡Que alguien me ayude, por favor! ¡Hoja, hoja,
auxilio!
La hoja,
envalentonada, contestó:
-¡No tengas
miedo! ¡Aguanta! ¡Ahora mismo voy!
Y así, cuando
la hoja estuvo cerca, el gusanito dio un
pequeño salto y se subió sobre ella que flotaba en el agua como un barquito.
Y el gusanito
muy contento gritaba:
-¡Bien, bien!
¡Me has salvado! Ahora podremos navegar hasta el mar.
Y la hoja, con
el gusanito a cuestas, navegó, navegó en busca de un lejano mar. De vez en
cuando miraba hacia atrás y parecía escuchar la voz del árbol que le decía:
-¡No te
detengas! ¡Al fin, has comprendido que siempre nos queda algo por hacer!
Y la hoja y el
gusanito cantaban:
Somos dos amigos
caminos del mar.
Jugaremos con estrellas
con sirenas muy bellas,
jugaremos, bailaremos
y muy felices seremos.
¡Que sí, que no!
que vaya usted a saber
para que servimos
una y otra vez!
Un honor para las hojas. Precioso. Saludos
ResponderEliminarGracias, amiga. Un abrazo.
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