lunes, 20 de abril de 2015

La aventura de ser maestra 2

Y mis ojos tropezaron  con aquella Virgencita de Guadalupe
Esto era yo una vez, casi niña, con mi maleta de cartón y con mi recién estrenado magisterio, que culminaba un  deseo que nació conmigo: ser maestra de pueblo. Por fin aterricé, tras escabroso viaje en la “Catalana”, -coche de línea- en aquel inédito destino: Fuente Carreteros.
Era tarde, casi noche. Una gran tormenta había  dejado sin luz la  cuatro bombillas callejeras de la aldea. Pero un gran puñado de gente me aguardaba. Casi en volandas fui trasladada directamente a la iglesia. Allí, me esperaba el recién llegado también y joven sacerdote, don José Pérez Galisteo. Cuatro velas más linternas  sirvieron de guía hasta tropezar mis ojos con la preciosa Virgen de Guadalupe. Pude ver también a la izquierda, y me llamó la atención, un gran bulto negro. Es un armonio; está sin estrenar –dijo don José-. Pues, ya lo estrenaremos; algo sé teclear –contesté-.
Y a coro oír repetir: ¡que lo toque, que lo toque! Tiritando y comida de nervios, me senté e inicie el Cantemos al mor de los amores… Un coro de voces, con gran desentono, me siguió. ¡Ya está bien! -exclamó alguien!-. Dejad a la maestra que vendrá mu cansá  De nuevo, y creo que sin pisar el suelo, fui trasladada en dos pasos, a casa de Carmelita. Sinceramente no tengo ni idea de quién me buscó aquella casa como hospedaje, pero allí me trasladaron entre pequeños y mayores.
Era aquella una gran casa y su dueña, una gran  señora, Carmelita, que, escuetamente, me fue presentado a sus hijos, conduciéndome a la habitación que me había asignado como dormitorio dónde dejé mi maleta y una bolsa  de bocadillos. ¡Ea, a comer, que  es tarde! –dijo la hija mayor de Carmelita-.    Sentada
a la mesa y rodeadas de aquel puñado de gente,  se me atragantaban las palabras.   Carmelita me animaba: ¡Coma  que la vida es un pirujo y lo mejor es comer!
Recuerdo que me quedé sorprendida al comprobar aquella cena a base de mucho cerdo –no había mercado alguno-, ensaladilla con gran cantidad de atún y pimientos asados. De postre, un  plato  hondo  rebosante  de natillas con galletas.
No tengo apetito –dije al fin, pensando que todo aquello me iba a caer mal y pensando en mis bocadillos de  queso y mortadela-.  No obstante, por    no parecer descortés, dije: voy a probar las natillas que tienen buena cara. Mañana ya tendré más apetito. 
En aquellos momentos entró, linterna en mano, don José y al comprobar el espectáculo, y con la gracia que lo caracterizaba, exclamó: ¡pero, bueno, os vais a acostar también con la maestra! Lo mejor será dejarla que tiempo habrá…
Y poco a poco  aquella buena gente se fue dispersando en la oscuridad de la aldea que seguía sin luz. Bueno -dije al fin-, me voy  a la cama.
Era temprano. No obstante,   yo deseaba rabiosamente quedarme sola  y comer  mi  gran bocadillo sin testigo alguno, pero, sorpresa que nunca olvidaré : un galgo salía de la habitación con mis suculentos bocadillos en la boca. Creo que estuve a punto de echarnos a llorar.
 No dormí en toda la noche. Por mi cabeza tantas cosas… ¿Era aquel el siguiente paso de los que Dios escribe derecho con renglones torcidos?  ¿Qué hacía yo allí, tan sola y con tan dramática historia a cuestas? Mi cabeza flotaba divagando entre  aquella casa religiosa de mis últimos años y la casa de mis padres donde viví una infancia  tan feliz.
 De madrugada, cuando parecía llegar el sueño, una voz me sacó de la cama de un solivianto: ¡el cabrero, niñas!  Y un cascabeleo  de cabras se confundían  se   con las  lentas campanadas de Misa. De un solivianto me incorporé pero un gran vahído de devolvió a aquella  cama alta de colchones de borra…



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