Y mis ojos tropezaron con aquella Virgencita de Guadalupe
Esto era yo una vez, casi niña, con mi maleta de
cartón y con mi recién estrenado magisterio, que culminaba un deseo que nació conmigo: ser maestra de
pueblo. Por fin aterricé, tras escabroso viaje en la “Catalana”, -coche de
línea- en aquel inédito destino: Fuente Carreteros.
Era tarde, casi noche. Una gran tormenta había dejado sin luz la cuatro bombillas callejeras de la aldea. Pero
un gran puñado de gente me aguardaba. Casi en volandas fui trasladada directamente
a la iglesia. Allí, me esperaba el recién llegado también y joven sacerdote,
don José Pérez Galisteo. Cuatro velas más linternas sirvieron de guía hasta tropezar mis ojos con
la preciosa Virgen de Guadalupe. Pude ver también a la izquierda, y me llamó la
atención, un gran bulto negro. Es un
armonio; está sin estrenar –dijo don
José-. Pues, ya lo estrenaremos; algo sé teclear –contesté-.
Y a coro oír repetir: ¡que lo toque, que lo toque! Tiritando y comida de nervios, me
senté e inicie el Cantemos al mor de los amores… Un coro de voces, con gran
desentono, me siguió. ¡Ya está bien! -exclamó
alguien!-. Dejad a la maestra que vendrá mu cansá De nuevo, y creo que sin pisar el suelo,
fui trasladada en dos pasos, a casa de Carmelita. Sinceramente no tengo ni idea
de quién me buscó aquella casa como hospedaje, pero allí me trasladaron entre
pequeños y mayores.
Era aquella una gran casa y su dueña, una gran señora, Carmelita, que, escuetamente, me fue
presentado a sus hijos, conduciéndome a la habitación que me había asignado
como dormitorio dónde dejé mi maleta y una bolsa de bocadillos. ¡Ea, a comer, que es tarde!
–dijo la hija mayor de Carmelita-. Sentada
a la mesa y rodeadas de aquel puñado de gente, se me atragantaban las palabras. Carmelita
me animaba: ¡Coma que la vida es un pirujo y lo mejor es comer!
Recuerdo que me quedé sorprendida al comprobar
aquella cena a base de mucho cerdo –no había mercado alguno-, ensaladilla con
gran cantidad de atún y pimientos asados. De postre, un plato hondo rebosante de natillas con galletas.
No tengo
apetito –dije al fin, pensando que todo aquello me iba a caer mal y
pensando en mis bocadillos de queso y
mortadela-. No obstante, por no parecer descortés, dije: voy a probar las natillas que tienen buena
cara. Mañana ya tendré más apetito.
En aquellos momentos entró, linterna en mano, don
José y al comprobar el espectáculo, y con la gracia que lo caracterizaba,
exclamó: ¡pero, bueno, os vais a acostar
también con la maestra! Lo mejor será dejarla que tiempo habrá…
Y poco a poco
aquella buena gente se fue dispersando en la oscuridad de la aldea que
seguía sin luz. Bueno -dije al fin-, me
voy a la cama.
Era temprano. No obstante, yo deseaba
rabiosamente quedarme sola y comer mi gran
bocadillo sin testigo alguno, pero, sorpresa que nunca olvidaré : un galgo
salía de la habitación con mis suculentos bocadillos en la boca. Creo que estuve
a punto de echarnos a llorar.
No dormí en toda la noche. Por mi
cabeza tantas cosas… ¿Era aquel el siguiente paso de los que Dios escribe
derecho con renglones torcidos? ¿Qué
hacía yo allí, tan sola y con tan dramática historia a cuestas? Mi cabeza
flotaba divagando entre aquella casa
religiosa de mis últimos años y la casa de mis padres donde viví una
infancia tan feliz.
De madrugada, cuando parecía
llegar el sueño, una voz me sacó de la cama de un solivianto: ¡el cabrero, niñas! Y un cascabeleo de cabras se confundían se con
las lentas campanadas de Misa. De un
solivianto me incorporé pero un gran vahído de devolvió a aquella cama alta de colchones de borra…
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