Puerta de la escuela. A la izquierda, el servicio
Un grupo grande de alumnas, disciplinadas y
silenciosas me esperaba a la puerta de lo que parecía ser la escuela. Una de
ellas, rompió el silencio nada más verme llegar: ¿cuándo se va, maestra? Me
sorprendió la pregunta, y más aún, la expectación de todas esperando mi
respuesta: ¿Irme? ¡Si yo no me voy a ir! –exclamé-, ¿por qué me preguntas eso?
¡Ea, como casi todas se van…!
El lugar llamado escuela, me dejó perpleja: una
especie de callejón oscuro, de paredes desconchadas, techo humedecido, suelo
empedrado, resquicios como de pesebres, puerta y ventana sin
cristales y un pequeño servicio –pozo ciego- sin puerta como wáter.
Sinceramente, y en mis pocos años, nada más lejos de imaginar algo así , por lo
que comprendí la huida de maestras, cosa fácil en aquellos tiempos, a la vez
que sentimientos de ternura y compasión por aquellas niñas se me acrecentaba
por momentos.
Y en poco tiempo de aquel cochambroso, frío e
inhabitable lugar, con ayuda de las alumnas y de aquella gente, logré una acogedora escuelita
limpia, cuajada de macetas, murales, sencillas manualidades, etc. etc.
También en poco tiempo logré, en largas horas de
ocio, ensayar a las alumnas para tener a
punto sencillas representaciones que los domingos por las tardes, y sobre
un elemental tablado, hacíamos para padres, alumnos/as en general. Y la escuela se llenaba, y eclosionaba en estallidos de risas, aplausos,
alegría festiva… Y aquella aldea de chacos, de barro, de trasiego de animales,
de silencios, de sabrosos humos
a pan tostado procedentes de los despertares en chimeneas de las casas,
aquella iglesia, cuyas campanas nos convocaban a Misa y al rosario, aquella
plaza escenario, en los días de sol, de entrañables convivencias y aquellas
alumnas que a todas horas me rodeaban, me cautivaron de tal manera que mi vida
personal que atravesaba penosas circunstancias, mi mundo, mi universo, todo lo
que yo en mis jóvenes años deseaba
estaba allí, compartiendo vidas, sueños, paseos, proyectos, enfermedades…
Nunca, por muchos años que viva, Fuente Carreteros
saldrá de mis mejores recuerdos, porque yo soñaba con ser maestra y escritora,
y el reto, de ambas cosas, lo encontré allí, y si bien mis aficiones favoritas de niña eran dar
clase a niños pobres que encontraba por las calles y escribir cosillas que me sorprendían, el verdadero y sinuoso camino
para ambas cosas fue aquella aldea, transformada hoy, en desconocido y precioso
pueblo.
Creo que todas aquellas niñas siempre te recordarán con cariño y agradecimiento por haberte quedado. Un abrazo
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