Buenos días, amigos: termina el curso escolar y yo me
solidarizo con el magisterio y, desde este aula de mi ordenador, os iré
transcrbiendo historias, relatos vividos en el aula donde siempre me sentí
feliz.
Un maestro/a debe ser la almohada
donde mejor puede un alumno depositar sus sueños
El pequeño Juan me llegó a mediados de curso, por un
traslado de su padre, que era militar. Repetía quinto de EGB. Aquel
chavalillo, rubio, pecoso, mellado, media lengua... era insoportable. A todas
horas incordiaba a los compañeros, alborotaba, era indisciplinado, rebelde...
Un día, se llega a mi mesa y exclama: ¡Yo soy médico! ¿No lo sabías? Si
quieres, te mando algo para el dolor de cabeza -andaba yo por aquellos días con
neuralgias-. Siguiéndole el juego, contestó: ¡Vale! ¡Anda, recétame algo!
Con
toda la soltura del mundo, coge un papel y escribe: Antes del desayuno y
cena, tomará dos cucharadas de jarabe para la cabeza. Y se firmaba:
"Don Juan", y el nombre lo rodeaba con un círculo. A los dos
días, sorprendentemente, vuelve a la mesa y exclama:¡Yo soy cantante! Si
quieres, te dedico una canción. Algo más tarde, deposita sobre mi mesa una
carta. Dice así: Querida Isabel: Soy tu amigo Juan. Quiero ir a tu casa y
que me enseñes tus libros. Quiero estar a solas contigo en el sofá de tu casa.
Firmado: "Don Juan". Y volvía a rodear su nombre con un
círculo.
La verdad es que empecé a comprender algo su mal
comportamiento: tal vez fuera deseo de notoriedad. Mi atención hacia él
fue ya absoluta.
Un día, en el recreo, se me acerca: Isabel -me dice-, yo
tengo un almacén donde guardo las cosas que quiero. ¿Y qué cosas tienes
guardadas? ¡Tu nombre, tu nombre...! -vocea, mientras se aleja corriendo.
Me veo allí, en el recreo, en la esquina de confluencia de dos patios, en una
mañana de mucho frío, rodeada de casi mil niños, con unas lágrimas que me
nublan los cristales de las gafas. ¡Yo, sólo yo era objeto del cariño de aquel
pequeño! ¿Cómo era posible aquello? Juan se convierte en mi obsesión: lo
siento a mi lado, le hago algunos sencillos test, entre ellos el del dibujo de
la familia. Me llama la atención la dispersión de personajes que observo
en sus dibujos. Lo interrogo: ¿Quiénes son estas personas? ¡Pues mi padre, mi
madre, mis hermanas, mi abuela, mi madre otra vez...! Pero, ¿y tú? Yo no
estoy. A mí no me quieren. Mi madre me dice que ¡ojalá me salga un
cáncer en la boca para que no hable tanto! Pero yo tampoco los
quiero a ellos y, cuando gane dinero, me voy de mi casa para siempre. Me caso y
tengo mis niños.
¡Pobre "don Juan"! ¡Cuánto amor quise darle! Lo
invité a merendar aquí conmigo. Se me presentó arreglado de pies a cabeza.
Parecía un hombre con su traje de chaqueta y su pajarita de corbata. Se
interesó por mis libros, por mis pinturas... Todo lo miraba con atención, todo
era objeto de su curiosidad; la felicidad era como luz en sus ojos.
Después se volvió a cambiar de colegio. Le perdí la pista.
Hace aproximadamente un año, en unos grandes almacenes, un guarda jurado me
afrontaba: ¿Se acuerda de mí? Soy Juan. Y allí, todo uniformado, con sus pecas
y su pelo rubio, transformado en hombre, nos abrazamos sin más palabras,
pero los recuerdos se evidenciaban en el silencio que en aquellos primeros
momentos nos aunaron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario