No podemos conocer las maravillas del mar, si sólo nos interesamos por
la superficie. Tampoco un maestro podrá serlo en plenitud si sólo son alumnos
sus alumnos, cuando los tienen delante para enseñarles las “cuatro reglas”
I. Agüera
Hoy reuerdo especialmente a mi alumna, Carmen –nombre falso-, morena, silenciosa, tímida... Estuvo ausente del aula una semana Interesada por ella,
pregunté a los compañeros si sabían qué le sucedía: ¡Ésa está “chalá”! -exclamó un uno de ellos- Le dan depresiones y se pasa los días
llorando.
Necesitaba urgentemente hablar con ella. La llamé por teléfono. No se moleste
-me decía una voz, suplicante y melodiosa-: soy su madre. Ya está bien. Mañana va ya al
colegio.
¡Cómo recuerdo a aquella pobre niña!
Asustada, sentada a mi lado, me contaba en voz muy bajita: me pongo muy mala.
Me siento como dentera por todo el cuerpo y me tienen que llevar a urgencias.
No sé decirle al médico qué me pasa pero me quiero morir de mal que me pongo.
Yo no quiero vivir así.
Sabía exactamente de qué me hablaba porque también
yo, en ocasiones, había sufrido de tan penoso
mal. Traté de
conocer algo de su vida en familia, con los amigos, etc. Y no me hizo falta
gran esfuerzo. A poco que le insinué temas, me contó que su padre bebía y
trataba mal a su madre, y que ella se encerraba en su dormitorio a llorar.
Sinceramente, no sabía qué hacer. La
historia de aquella niña sobrepasaba mis
competencias, porque, ¿cómo intervenir en algo tan enquistado
en el seno familiar? De sobra sabía que de poco sirven en estos casos
medicinas, palabras de aliento y
aparente comprensión. El deprimido las recibe con indiferencia, y es ahí
donde radicaba mi dificultad. Decidí, por tanto, evitar “los consejos” y actuar
en línea de acompañarla cuánto pudiera y ganarme totalmente su confianza.
Así me convertí en su mejor amiga.
Venía a mi casa, me llamaba por teléfono, la invité y fuimos al cine varias
veces, etc. Poco a poco fue
cambiando su rostro triste, sus ausencias y comenzó a interesarse por los
trabajos del aula compartiendo con todos recreos y actividades.
Un día, como todos los alumnos, voló. Estuve años sin verla
pero una mañana la encontré en unos grandes almacenes. Iba
acompañada de un chico: ¡Qué alegría! –exclamó
al verme- Mi maestra –se dirigió al chico-. Ella me ayudó tanto…Si no hubiera sido por
ella…Todavía recuerdo lo sola que estaba
y lo mal que me sentía…
Hoy día está casada, tiene dos preciosos hijos y es feliz.
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