sábado, 6 de junio de 2015

Una alumna acosada

En una ocasión, una alumna de  once años comenzó a estar triste. De notas sobresalientes pasó a constantes suspensos que yo trataba de evitar dándole  nuevas y más elementales oportunidades. Comenzó también a faltar con frecuencia a clase, y la madre me mandaba mensajes: está enferma. 
Una mañana un grupo, de compañeros, de forma totalmente espontanea, comentó: no está mala. Es que hay unos nenes de la clase que le dicen cosas, le meten cartitas en la cartera  y se ríen de ella.  A  ellos no les dije nada, pero, a partir de aquel día, dentro de mi coche, pude descubrir de qué alumnos se trataba. Llamé al padre de la niña acosada y le conté lo que sucedía. Su reacción fue de lo más violenta, pero  lo pude aplacar. No –le dije-  por ese camino, no; sería peor. He podido conseguir una de esas cartitas – cuando  estaba en el recreo la encontré en su cartera- y la he fotocopiado para que ella no la eche de menos. Creo que lo mejor que puede hacer es, sin que la niña se entere, tratar de hablar y enseñarle la carta a cada padre de los niños acosadores y decirles que si volvían a molestar a su hija, llevaría la carta a la policía.
No sé cómo lo hizo exactamente pero aquello funcionó y lo más importante desde mi punto de vista: no se  descubrió a los acosadores. Eran niños y su reputación podía quedar marcada. No se enteró la niña acosada que se podía haber sentido humillada al intervenir su padre y de aquella manera. Creo que todo quedo entre los padres y yo.
Mis conclusiones: prevenir, detectar, vigilar y actuar con diplomacia para no hacer daño a niños.

Por cierto, yo fui una niña tremendamente acosada y lo pasé tan mal que todavía recuerdo el olor de aquellos chavales que me amargaron, durante un tiempo. la vida. Otro día lo cuento  

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