En una ocasión, una alumna de
once años comenzó a estar triste. De notas sobresalientes pasó a
constantes suspensos que yo trataba de evitar dándole nuevas y más elementales oportunidades.
Comenzó también a faltar con frecuencia a clase, y la madre me mandaba
mensajes: está enferma.
Una mañana un grupo, de compañeros, de forma totalmente
espontanea, comentó: no está mala. Es que hay unos nenes de la clase que le
dicen cosas, le meten cartitas en la cartera
y se ríen de ella. A ellos no les dije nada, pero, a partir de aquel
día, dentro de mi coche, pude descubrir de qué alumnos se trataba. Llamé al
padre de la niña acosada y le conté lo que sucedía. Su reacción fue de lo más
violenta, pero lo pude aplacar. No –le
dije- por ese camino, no; sería peor. He
podido conseguir una de esas cartitas – cuando
estaba en el recreo la encontré en su cartera- y la he fotocopiado para
que ella no la eche de menos. Creo que lo mejor que puede hacer es, sin que la
niña se entere, tratar de hablar y enseñarle la carta a cada padre de los niños
acosadores y decirles que si volvían a molestar a su hija, llevaría la carta a
la policía.
No sé cómo lo hizo exactamente pero aquello funcionó y lo más
importante desde mi punto de vista: no se
descubrió a los acosadores. Eran niños y su reputación podía quedar
marcada. No se enteró la niña acosada que se podía haber sentido humillada al
intervenir su padre y de aquella manera. Creo que todo quedo entre los padres y
yo.
Mis conclusiones: prevenir, detectar, vigilar y actuar con
diplomacia para no hacer daño a niños.
Por cierto, yo fui una niña tremendamente acosada y lo pasé
tan mal que todavía recuerdo el olor de aquellos chavales que me amargaron, durante un tiempo. la vida. Otro día lo cuento
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