DIARIO CÓRDOBA / EDUCACIÓN
04/11/2015
Yo creo que
no solo no hablamos a los niños de la muerte, sino lo que, desde mi punto de
vista hay algo peor: no le hablamos de
la vida.
Cada día nacemos y morimos como nace este bello amanecer que,
paso a paso se convertirá
en bellísimo crepúsculo
Un niño de
siete años llegó una mañana a clase con los ojos rojos de haber llorado. Mi
abuelo se ha muerto -me dijo-, y dice mi madre que se ha dormido, pero yo lo
que sé es que el cura se lo ha llevado al cementerio. Tratando de consolarlo,
le dije: "es que en el cementerio se guardan todos los abuelitos
dormidos". Muy resuelto, y yo diría que indignado, el pequeño exclamó: ¡en
el cementerio se guardan los muertos!, y, si mi abuelo está dormido, mejor que
mi madre lo guardé en mi casa. Avergonzada por mi torpeza reflexioné y me dije:
Decirle la verdad es siempre el mejor remedio que podemos ofrecer a un niño.
Una tontería para salir del paso puede resultar una mentira capaz de borrar
todas las verdades que le queden por aprender en la vida.
Solo han
pasado dos fechas del día de los difuntos y me parece, por tanto, recurrente el
tema de la muerte que en mucho sigue siendo tabú para gran mayoría de padres y
maestros.
Por lo general hasta los cinco años, los pequeños creen que la muerte
no es algo definitivo e irreparable, sino que lo entienden como algo
provisional y reversible. Entre los 6 a 8 años, los niños comienzan a
desarrollar un entendimiento más realista sobre la naturaleza y consecuencias
del binomio vida-muerte. Y no podemos evitarlo, por mucho que queramos inventar
mágicas historias que los alejen de la realidad: Si mi abuela está en el cielo
-me decía otra pequeña-, ¿por qué no cae, cuando llueve?. Tratar de protegerlos
con explicaciones vagas o inexactas puede crearle ansiedad, confusión y
desconfianza.
Yo creo que,
cuanto antes, debemos educarlos en una aceptación serena de la realidad que es
la vida y la muerte como proceso natural en todos los seres vivos. Las
explicaciones como "se fue al cielo", "está dormido", crean
grandes interrogantes sin respuesta.
Abrir, sin
miedo, en todo, la puerta de la verdad debe primar siempre.
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