Buenos días, amigos: hoy se celebra el Día
Mundial del Docente y eso quiere decir
que es el día de todos, ya que todos, de una manera o de otra, tenemos
la obligación de educar, enseñar, conducir por el camino de la verdad y el
progreso a nuestros hijos, nietos, alumnos…
No
obstante, me voy a referir a los
maestros, a los que hemos elegido, por vocación, el dedicarnos a la enseñanza:
ser maestros, profesión que abarca todo un universo de inquietudes, porque ser
maestro, ante todo y sobre todo, es ser un luchador, cuyo campo de batalla es
el mundo y cuya causa, la vida en toda su amplitud, en todas sus facetas
llevadas al aula y por consiguiente tan importante debe ser para él, cumplir
sus horarios y programas, como la preocupación por una fábrica lejana donde se
elaboran los ladrillos para las paredes de las escuelas, o por los albañiles
que construirán tales edificios, o por los carpinteros que diseñan y trabajan
en nuevos y mejores modelos de
mobiliario, y por un larguísimo etcétera.
Un maestro no puede caminar con la
vista hacia atrás. El progreso no es
solamente mejorar el pasado: es moverlo hacia el futuro. Por eso, los cambios
no pueden ni deben
generar nostalgias e inseguridades. Un maestro, sin hacer proselitismo,
debe presentarse al mundo, a pecho descubierto
y no tratar, en aras de una legítima moral, arropar con sus mejores
fervores, la definición sincera y clara de toda la gama de sus ideologías,
porque el mérito del hombre no está en su color, ni en su fe, ni en su raza, ni
en su origen, radica, y no puede ocultarse,
en su conocimiento y en sus hechos.
Un maestro tiene que vivir inserto en la realidad social de sus alumnos:
conocer el barrio, saber a qué huelen sus calles, qué pasa en sus esquinas,
cómo son por dentro las caras de sus gentes,
en qué sueñan, cuál es su dios, quién su esperanza, dónde sus alegrías y dónde
sus tristezas.
Un maestro no
puede dormir tranquilo, mientras sus alumnos carezcan de bibliotecas,
de laboratorios de gimnasios, de profesores especializados en
determinadas áreas, mientras la masificación siga siendo una agobiante realidad
con el consiguiente deterioro para la calidad de la enseñanza, mientras los
colegios no dispongan de un mínimo de calefacción real y refrigeración, a nivel
siquiera de cualquier oficina o edificio público, mientras los alumnos, en
nubes de polvo o en lagunas embarradas pasen sus ratos de recreo, mientras los
colegios, limpios y acomodados no sean una prolongación de nuestras casas.
Un maestro tiene que estar al día en las innovaciones pedagógicas, en
todo lo referente a su profesión, en todo lo que de una forma o de otras
implique a la escuela. No puede enquistarse ni quedar desfasado. Su formación
sigue una trayectoria que no admite pausas ni nostalgias.
Que nadie pueda decir, maestro de escuela,
que estamos llenos de ruidos y vacíos de sonidos, que somos como esos
saltimbanquis que nos hacen reír cuando lloran y
nos hacen
llorar cuando ríen, que entre nuestra corona de espinas no hay también oculta
una de laureles.
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