A
un alumno que no estudiaba, e incordiaba constantemente a sus
compañeros/as, un día, por algo minúsculo que hizo bien, le coloqué un “sonoro”
diez, con el fin de estimularlo.
Pasaron
algunas semanas y, como persistía en su mal comportamiento, requerí la
presencia de sus padres.
Cuando
estuvieron ante mí, y antes de que me diera tiempo a tomar la palabra, el padre
se adelantó y exclamó:
-Ea!
Aquí estamos, que dice mi Paco que nos quiere usted hablar de un diez que le ha
puesto. ¡Y es que el joío está de contento!
Por
supuesto tuve que cambiar el tono de mi entrevista. Jamás hubiera sospechado
tal cosa.
Me dije y tome note: Los niños/as no son conscientes siempre de
la “maldad” que los mayores le achacamos, pero sí lo son, y mucho, de nuestros
aplausos y reconocimientos.
Luego deberíamos prodigar más lo positivo y aparcar lo negativo, porque un aplauso los aúpa y un mal reproche los hunde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario