El
alma de un maestro debe ser transparente para que los alumnos
puedan ver se en ella sin interferencias y debe ser universal, de forma
que tengan lugar los alumnos y los
problemas de todo el mundo.
Yo
creo que nadie puede haber nacido con tan mala estrella como para no
contar, nunca para nadie, como para no formar parte real y activa en el
mundo que entre todos tenemos obligación de conservar, mejorar... crear,
en definitiva.
Para
muchos maestros sus alumnos sólo son el trabajo diario con el que se ganan el
pan. Ignoran que los alumnos no son trabajo sino inmensa responsabilidad que,
de ignorarla, puede convertirse en la horca de sus días futuros.
El
magisterio vivido con vocación es como un poder milagroso, y no sólo en el
aula, y no sólo con los alumnos de turno, sino allí dónde se encuentre.
¡Pena
que al ignorarlo, obremos tan pocos “milagros”!
Hay
que seguir siempre adelante, pero si al volver la vista atrás, descubrimos que
por nuestra negligencia, brotaron espinas, que puedan dañar a nuestros alumnos
habrá que dar marcha atrás, arrancarlas y en su lugar sembrar rosas.
Una
suave caricia, una palabra amable, un sencillo elogio...
puede
ser, y será el mejor recuerdo que se lleve un alumno de su paso por las aulas
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