Dentro de poco saldrá a la luz mi nueva versión de
Memorias de una Maestra, y esta ve dedicada expresamente a mi nieta Amalia,
estudiante de magisterio. De ella he omitido episodios de mi vida personal y
tan solo me he referido a los que de alguna manera, tenían proyección en mis
tareas educativas. De forma que la nueva obra es una especie de guión de mi
trayectoria por pueblos y escuelas, algo que tal vez un día le sirva de
referencia, cuando los problemas, que no
faltarán, puedan hacerla presa del desánimo.
Por una pequeña ventana, cielo y un gran árbol
NUEVO DESTINO
Lo primero, de nuevo, buscar hospedaje y lo primero
por mi parte, también, dirigirme a las mujeres
que el año que estuve allí
provisional me habían dado alojamiento
pero yo resultaba, para aquellas mujeres, muy envejecidas, un gran
problema. Por tanto, tuve que buscar
nueva casa que logré con la ayuda
de algunos conocidos. Llegué a la caída de la tarde. Recuerdo que aquella mujer
vieja, de gesto sonriente, dura de oído, de pelo cano y ensortijado, de piel
morena salteada de manchas oscuras, me recibió con un plato de natillas sobre
un desteñido mantel de cuadros.
La casa era de muy humilde
construcción, y todo en ella tenía un acentuado tono de pobreza, combinado con
un descuidado ambiente de limpieza que me levantó el estómago, cuando, junto
con el amarillento y desportillado plato de natillas, aprecié, en su
proximidad, el mal olor que aquella anciana despedía. No obstante,
me instalé en la pequeña habitación que me asignó. Eran casi cuatro paredes que
podía tocar con la punta de mis dedos, nada más estirar los brazos desde
cualquier posición.
Me sentí tan mal que, sentada en el filo de
aquella horrenda cama de madera, que olía a insecticidas fuertes, lloré y lloré
tanto, me sentí tan sola y abandonada que pedí a Dios me llevara con Él –ya te
he explicado que mis antecedentes y explicación a todo lo que no entiendas, lo
puedes leer en mi biografía-
No llevaba muchos días en aquella casa, cuando una noche,
me despertaron grandes picores. Me tiré
de la cama y corrí al espejo:
era seguro que me había intoxicado: mi piel estaba, de pies a cabeza, llena de ronchas
que picaban a rabiar. Regresé a la cama
y fue entonces cuando descubrí un enjambre de chinches que corrían por entre
las sábanas. También mi camisón y hasta mi cabeza eran objeto de aquella
repugnante miseria. Durante tres noches consecutivas, y cuando imaginaba que la
vieja Ángela dormía, me bajaba con una manta y, en medio de la casa, hacía un
camastro. Mi cuerpo tan débil se resintió aún más, hasta el extremo que enfermé
y me tuve que ausentar unos días de clase, días que soporté en una maloliente
mecedora de lona.
Las dificultades, mi
querida Amalia. no van a faltarte nunca, ni a ti ni a nadie porque la vida es
una escalada de situaciones problemáticas, pero no te detengas. Sigue siempre adelante,
porque te lo tendré que repetir miles de veces: los niños, los alumnos se
merecen y esperan lo mejor de ti. Jamás que te
acobarden y los abandones
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