miércoles, 26 de abril de 2017

De Memorias de una Maestra

Dentro de poco saldrá a la luz mi nueva versión de Memorias de una Maestra, y esta ve dedicada expresamente a mi nieta Amalia, estudiante de magisterio. De ella he omitido episodios de mi vida personal y tan solo me he referido a los que de alguna manera, tenían proyección en mis tareas educativas. De forma que la nueva obra es una especie de guión de mi trayectoria por pueblos y escuelas, algo que tal vez un día le sirva de referencia, cuando  los problemas, que no faltarán, puedan hacerla presa del desánimo.


Por una pequeña ventana, cielo y un gran árbol

NUEVO DESTINO
Lo primero, de nuevo, buscar hospedaje y lo primero por mi parte, también, dirigirme a las mujeres  que el año que estuve  allí provisional  me habían dado alojamiento pero yo resultaba, para aquellas mujeres, muy envejecidas, un gran problema.  Por tanto, tuve que buscar nueva casa que logré  con la ayuda de algunos conocidos.   Llegué a la caída de la tarde. Recuerdo que aquella mujer vieja, de gesto sonriente, dura de oído, de pelo cano y ensortijado, de piel morena salteada de manchas oscuras, me recibió con un plato de natillas sobre un desteñido mantel de cuadros.
La casa era de muy humilde construcción, y todo en ella tenía un acentuado tono de pobreza, combinado con un descuidado ambiente de limpieza que me levantó el estómago, cuando, junto con el amarillento y desportillado plato de natillas, aprecié, en su proximidad, el mal olor que aquella anciana despedía. No obstante, me instalé en la pequeña habitación que me asignó. Eran casi cuatro paredes que podía tocar con la punta de mis dedos, nada más estirar los brazos desde cualquier posición.
 Me sentí tan mal que, sentada en el filo de aquella horrenda cama de madera, que olía a insecticidas fuertes, lloré y lloré tanto, me sentí tan sola y abandonada que pedí a Dios me llevara con Él –ya te he explicado que mis antecedentes y explicación a todo lo que no entiendas, lo puedes leer en mi biografía-
No llevaba muchos días en aquella casa, cuando una noche, me despertaron  grandes picores. Me tiré de la cama y corrí al espejo: era seguro que me había intoxicado: mi piel estaba, de pies a cabeza, llena de ronchas que  picaban a rabiar. Regresé a la cama y fue entonces cuando descubrí un enjambre de chinches que corrían por entre las sábanas. También mi camisón y hasta mi cabeza eran objeto de aquella repugnante miseria. Durante tres noches consecutivas, y cuando imaginaba que la vieja Ángela dormía, me bajaba con una manta y, en medio de la casa, hacía un camastro. Mi cuerpo tan débil se resintió aún más, hasta el extremo que enfermé y me tuve que ausentar unos días de clase, días que soporté en una maloliente mecedora de lona.
Las dificultades, mi querida Amalia. no van a faltarte nunca, ni a ti ni a nadie porque la vida es una escalada de situaciones problemáticas, pero no te detengas. Sigue siempre adelante, porque te lo tendré que repetir miles de veces: los niños, los alumnos se merecen y esperan lo mejor de ti. Jamás que te  acobarden y los abandones

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