Hoy
quiero dar respuesta a un grupo de maestros jóvenes, que me abordaron no hace
mucho, tras leer “Memorias de una Maestra” con una interrogante: ¿cómo
hacer para ser un buen maestro hoy? Bastante decepcionados y
desconcertados ellos por la realidad
dura y cruda que les resulta el ejercicio de su magisterio, me confesaban haber elegido dicha carrera por
vocación, pero no obstante, el desánimo los
tenía atrapados en una casi
irreversible depresión.
Y en mi deseo de ser breve y explícita, les
transcribo pinceladas de mi libro inédito “Maestros de Escuela, hoy”, en cuya
introducción hago una especie de
proclama básica sobre lo que yo entiendo qué es ser maestro y cómo
ejercer tan admirable profesión, ayer, hoy y mañana.
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Ser maestro de escuela es ser capaz de sostener en vilo, y sin que decaigan un
ápice, las alegrías, las motivaciones, los intereses, los sueños de un niño.
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Jamás un maestro debe consentir que un alumno se aleje de su lado, aunque sólo
sea por unos instantes, humillado, triste, fracasado...
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Los niños no son sumandos de una suma. Luego jamás debe colocárseles el signo
del igual.
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Todos los niños tienen grandes valores. Si no son apreciables a primera vista,
habrá que buscarlos; jamás ignorarlos.
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Cada niño tiene su propia cumbre. Ayudémosle a lograr la escalada. De lo
contrario lo estaremos condenando a una caída perpetua de fracasos, cuya
gradas, peldaño a peldaño, llevará grabado nuestro nombre.
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Un maestro sin amor, es un pozo sin agua. Por mucho que intente sacar de él,
los alumnos quedarán sedientos.
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Un maestro no es el hombre o mujer que lo sabe todo y lo da a todos. Un maestro
es el ser humano que, con humildad, sabe dar y recibir.
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Un maestro es un hombre o una mujer capaz de generar cada día ilusión,
creatividad y amor.
¡Animo,
compañeros! No hay tiempos buenos ni malos; sólo distintos. Olvidar patrones y
confeccionar una escuela nueva cada día. He ahí el secreto.
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