En un Centro Público y con motivo de la semana del libro
El pequeño Juan
me llegó a mediados de curso, por un traslado de su padre. Repetía quinto de EGB. Aquel
chavalillo, rubio, pecoso, mellado, media lengua... era insoportable. A todas
horas incordiaba a los compañeros, alborotaba, era indisciplinado, rebelde... Un
día, se acercó a mi mesa y exclama: ¡yo soy médico! ¿No lo sabías? Si quieres, te mando
algo para el dolor de cabeza. Como siempre estás con la mano en la cabeza...
Siguiéndole el juego, contesté: ¡vale! ¡Anda, recétame algo!
Con toda la
soltura del mundo, cogió un papel, un
lápiz y escribió: Antes del desayuno y cena, tomará dos cucharadas de jarabe para la
cabeza. Y se firmó: "Don Juan", y el nombre lo rodeó con
un círculo.
A los dos días, sorprendentemente, vuelve a la mesa y me dice: Además de médico,
yo soy cantante, Si quieres, te dedico
una canción. Claro que quiero! ¡Venga! ¡Dedícamela!
Pasaron días, pero una tarde encuentro sobre
mi mesa una carta que decía; quiero ser tu amigo y quiero ir a tu casa, etc. Y
se firmaba don Juan, rodeando el nombre con un círciulo. Le contesté por el
mismo método: dejé una cartita sobre su mesa y le decía: el jueves a las seis te espero.
Aquella tarde de
jueves nunca la he podido olvidar. Se presentó con traje y corbata. Lo recibí
con todos los honores. Lo primero que le pregunté fue por el significado de aquella firma con su nombre encerrado en un
círculo, que me llamó tanto la atención. die Es que no tengo a nadie, bueno, a ti. ¿Y tu familia? ¿Tienes hermanos? Su contestación fue fulminante: nadie me
quiere. Mi madre me dice que me tendría
que salir un cáncer en la boda, etc. etc.
Preocupada, llamé
a la madre. Nada más verla, me expliqué todo: con los hombros más altos que la cabeza, de
mal talante y peores palabras, nerviosa, con ojos que no miraban, gruesa y
sudorosa exclamó: ¡es más malo que la
rabia! Un día lo mato; tiene el diablo en el cuerpo...
Bueno, resumiendo
que la historia es larga: ¡Pobre "don Juan"! ¡Cuánto amor necesitaba! ¡Cuánto amor quise darle! Lo
invité a merendar varios días y siempre arreglado como un hombre. Se interesaba
por mis libros, por mis pinturas... Todo
lo miraba con atención, todo era objeto de su curiosidad...
Poco más pude
hacer, porque necesariamente, por la edad, pasaba de curso.. Después, en unos
meses, se volvió a cambiar de colegio.
Le perdí la pista. Hace aproximadamente un año, en unos grandes almacenes, un
guarda jurado me afrontaba: ¿se acuerda de mí? Soy Juan. ¡Qué poco me gustaba ir al colegio. ¿Se acuerda? A mí no se me han olvidado aquellos días que iba de visita a su casa. ¡Cosas de nenes!
Educar la mente
sin educar al corazón, no es educar en absoluto Aristóteles
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