miércoles, 30 de agosto de 2017

Una alumna de ausencias

 Al  aproximarnos a un nuevo curso escolar, vamos a ir  reflexionando sobre temas educativos. Hoy, una experiencia, no precisamente para demostrar lo buena maestra que  he sido,  soy.  No, ni mucho menos, mi mayor deseo es que entendamos que un maestro no es solo el profesor de cualquier nivel que da su clase y hasta mañana, no, mi concepto de cualquier maestro o profesor va mucho más lejos: hay que empezar por conocer a los hijos, a los alumnos, conocer su tipo de inteligencia, sus posibles problemas, familias, situación económica, etc. etc.
Para ello, hoy, “Una alumna sumida en ausencias”
Este fue el caso de mi pequeña Cora -nombre falso-. Llegó a mi clase en tercero de EGB. Era una niña sensible, cariñosa... No obstante, se pasaba las horas con los ojos perdidos  en un no sabía yo qué pero que le imprimían un halo de tristeza en una total ausencia de cuanto la rodeaba. Como siempre, al empezar con un grupo nuevo de alumnos, los primeros días fueron de charlas, presentaciones, currículos y alguna que otras actividades de cara a confeccionar un Organizador Previo. y, sobre todo por mi parte, observación atenta a todos y cada uno de mis nuevos alumnos.
Cora, muy a instancias mías, intervenía cuando no tenía otro remedio, pero el  resto del tiempo lo pasaba sumida es sus impenetrables ausencias que comencé por  respetar, tal y cómo si no las advirtiese. Pasados unos días, le pregunté: ¿en qué piensas? ¿por qué no trabajas? Parece que siempre estás en otra cosa. La pequeña, como si  desde el primer día hubiese esperado aquella pregunta, se me echó a llorar sin consuelo. ¿Estás enferma?  ¿Qué te pasa? ¿Quieres que llame a tu madre? -le insistí preocupada-. Es que mi padre -me contestó en incesante congoja- lleva dos noches sin venir a mi casa, y no sabemos dónde está. Como bebe... Y mi padre es bueno, y yo  lo entiendo porque, cuando llega a mi casa bebido, yo le preparo la cama y le ayudo a acostarse, porque mi madre se pone muy nerviosa, pero... ¡no sé dónde está! ¡Y a lo mejor está durmiendo por las calles!
Como siempre, mi primer paso, fue recurrir a la madre que, en idénticas condiciones que Cora, me relató el drama que había en su casa: No sé qué hacer, señorita. Yo sé que mis hijos están sufriendo como yo, sobre todo mi Cora,  pero, ¿qué podemos hacer? ¿No ha intentado rehabilitarse?  Es que eso cuesta dinero y...

También esta vez recabé cuánta información pude de asistentes sociales, hasta conseguir una ayuda para que marchara a Valencia y allí fue posible su rehabilitación y, lo más importante, aquella niña, como otra más, sonreía y aprendía.

martes, 29 de agosto de 2017

ADIÓS, MARIAN

DIARIO CÓRDOBA / OPINÓN
ADIÓS, MARIAN

Días estos de regresos y despedidas. Me duele, me cuesta y me emociona decir adiós a Marian, una pequeña saharaui con la que, desde hace tres veranos y por generosidad y solidaridad de uno de mis hijos, compartimos vacaciones. Una preciosa niña que me regalaba jazmines, que me repetía: abuela, cuéntame cuentos, que acariciando mis manos,  decía «yo quisiera ser así de blanca», una niña del desierto, de piel achicharrada de soles y arenas, una niña desnutrida que cuenta historias que erizan los vellos  hasta de  los más duros oídos, una preciosa chiquilla que sueña con una escuelita blanca, un punto en el desierto, al que tiene que acceder por ardientes arenas. Una hija más, entre ocho de una familia que vio cómo el viento se llevaba su casa de barro y refugiados en la jaima de un familiar se apiñan todos y viven como pueden. Hay quien dice que están acostumbrados y eso no les importa, hay quien dice que traer a nuestras casas a esos niños no arregla nada y hay quien dice que hasta  se les hace daño ofreciéndoles una vida que después no tienen. Bueno, por mi parte, lejos, muy lejos de connotaciones políticas que no son mi tema y que resultan farragosas y complejas, mirando el lado humano del problema pienso que no están acostumbrados, están resignados, y sí se arregla algo con tan generosa acción: al menos una niña come, bebe, se ducha, juega y es feliz en plena conciencia de la provisionalidad que vive y del retorno a los suyos, cosa que, en un  difícil binomio, conjuga en deseos y añoranzas. ¿Que se le hace daño  con una falsa vida? No es falsa; es auténtica y en ella mucho amor y solidaridad que hasta una niña pequeña como Marian sabe agradecer.

Mi querida niña, no sé si volveré a verte, pero siempre estarás en mi corazón, siempre en mi recuerdo, porque te siento, te vivo como una hija más, una nieta que tirada en un desierto, resistes como tus mayores, los embates de un mundo que solo alza su voz cuando le interesa, pero quiero que sepas, mi querida, mi pequeña Marian, que tú interesas y mucho a esta familia que te recibe cada verano, a esta abuela" que tanto ama a los niños y que para siempre te llevarán muy dentro del alma, sin duda mejor lugar que el desierto. Y que canten los niños aquellos que sufren dolor, que canten porque han apagado su voz.