sábado, 17 de diciembre de 2016

Cuento de Navidad

Queridos amigos y compañeros: próxima la Navidad, os traigo un cuento que podéis escenificar y que conlleva grandes valores como respeto utilidad de los mayores, amor por los animales, solidaridad, etc. Espero os guste y  os sirva si no tenéis algo mejor.

LEYENDA DE LA MULITA Y EL BUEY 
Un hombre que en el campo trabajaba  con  una mula y un buey se ayudaba  pero los dos animales, ancianitos ya estaban   y las patas se le doblaban  a cada paso que daban. Un día el hombre entró en la cuadra y a   los dos le habló: ¡Lo siento, amiguitos!  No me servís ya para trabajar,  tendré que llevaros al matadero y algo por vosotros me darán.  No tengo medios para viejecitos alimentar.
  Al ser de día, en la cuadra entró   y antes de salir, de nuevo les habló: queridos animalitos: os debo mucho y lo  tengo que reconocer, cada día me habéis ayudado  en mi duro quehacer.   Podréis por ello  comprender  qué difícil me resulta   esta decisión  pero no me queda otra y también sabéis que mal anda mi corazón. No puedo trabajar solo y por eso  quiero, necesito, otra solución,
  Y dicho esto, a la mula y al buey en un carrito cargó  y pasito a pasito  a las cercanías de un pueblo llegó   y sentándose en una piedra, se hizo esta reflexión: ¿Dos animales tan viejos quién me va a comprar? No sirven ni para carne, ni para trabajar.  Será mejor que los deje en libertad  y que hagan lo que puedan que Dios les ayudará.
  Y bajándolos del carro de ellos se despidió: ¡ea, aquí termina nuestra aventura! Tenéis plena libertad que habéis trabajado mucho  y de ella debéis disfrutar.   ¡Adiós, queridos amigos!  Os deseo encontréis algo de felicidad.
  Y anochecía, cuando el hombre se alejaba   y los dos animalitos uno a otro se miraban. Al fin la mulita habló. ¿Y qué podemos hacer? Para nada servimos ya.  Tendremos que caminar  y buscar un refugio  donde la noche pasar. Sí, sí, qué frío hace en este   lugar!  Pero, ¡qué cansado estoy! / Muy lejos no podré llegar. ¡Ánimo, amigo! Despacito vamos a caminar y seguro que encontramos  dónde la noche pasar.
 Mal andaban los dos   cuando, con la luna llena  divisaron un portal.  Era un abandonado cobertizo   con paja  y poco más.
  ¡Vaya! ¡No está mal este lugar  -dijo la mulita-,  los dos juntitos nos daremos calor y  ya buscaremos mejor sitio  cuando salga el sol. ¡Vale, vale,  no está mal!, me muero de sueño  y mis patas no pueden más.
  Y acurrucados y adormilados estaban  cuando oyeron que un murmullo de pasos se acercaba.  Con las orejas tiesas  en alarma estaban  cuando vieron llegar  a un matrimonio que en borriquilla montaban  y que despacito entre ellos hablaban.
ÉL: ¿Qué te parece, María, este lugar?
ELLA: ¡No está mal, José! En esta pajita nuestro niño nacerá Y estos dos animalitos / con su aliento calentarán.
MULITA: (Habla en voz baja al buey) ¿Has oído, hermano, lo que he oído yo?
 BUEY: ¡Sí, sí! Creo que he oído bien / Que un niño nacerá / y que tú y yo con nuestro aliento / vamos a calentar.
  Y nació Jesús, nuestro Salvador.  La mulita y el buey su aliento dieron   y el portal se iluminó con estrellas caídas del cielo.   Ángeles, pastores y Magos al Niño regalaron   y la mulita y el buey, para siempre en el portal   con Jesús, María y José   para siempre se quedaron.
Y todos cantaron En el portal de Belén / ha nacido el Salvador / ha nacido nuestro rey / lo calientan con su aliento / la mulita y el buey / ¡Ande, ande, ande, ande, / la marimorena / ande ande, ande que es la Noche Buena.

Noche  de saber
noche de cantar
que   para ayudar a los demás
no existe la edad.






miércoles, 7 de diciembre de 2016

CARTA DE LA CONSTITUCIÓN A LOS NIÑOS

Hola, queridos niños. Soy la Constitución Española de 1978. ¡Vaya carita que se os ha puesto! Lo siento pero hoy es mi cumple y quiero escribiros esta carta para que sepáis de mi.   Ya sé que puedo pareceros un rollo de mucho cuidado y sé que de mala gana habéis atendido a las explicaciones que os han dado en el cole, en el instituto y tal vez en vuestras casas! Pero yo ya soy mayorcita y quiero ser yo misma la que me presente a vosotros. ¡
Ea, pues aquí estoy! Es mi cumple porque yo también tuve un día de nacimiento, el 6 de diciembre de 1978 y, por cierto, aquel acontecimiento de mi entrada en la vida española estuvo rodeado de ¡siete padres!, hombres muy importantes que, tras tiempo de discutir, pensar y concluir, consiguieron darme la vida con autorización del gran pueblo español y empezando nada menos que por vuestro rey, Juan Carlos.
Por eso, aunque me llamen Carta Magna, carta grande, yo nací tan bebé como vosotros. ¡Ah, se me olvidaba, por si os equivocáis en los años! ¡Cumplo 38 diciembres! ¿Qué voy para viejecita? ¡Ni que lo soñéis! Me queda mucho por hacer por todos, pero quiero seguir recordando aquel día primero de mi nacimiento. Veréis, yo no soy de carne y hueso como vosotros, sino de papel, y eso no es ni bueno ni malo, sino distinto. En mí se puede leer y escribir por los siglos de los siglos sin más problema que el de todos: que mis escritos, con los muchos años, se pongan algo chungos y haya que darles un arreglito, que es en lo que andan ahora los políticos, pero seguiré siempre ahí, en la historia de este país.

España empezó a estar revuelta porque la gente pedía libertad, igualdad, participación... Y los que por entonces mandaban dijeron: «Esto no puede seguir. Tenemos que hacer algo para que todos los españoles estén contentos y vivan en paz». Y ese algo fui yo. ¿A qué os habéis enterado? ¡A celebrarlo!.

martes, 6 de diciembre de 2016

Una niña sola

Buenos días, amigos; cada noche dedico un rato a la lectura. Ayer me dio por repasar una  obra inédita que titulé, hace tiempo, Experiencias Pedagógicas. En ella  recojo peripecias vividas en las escuelas, en los pueblos y con la gente. Me impresionó mucho una vivencia que tenñia algo olvidada, Hoy os la cuento porque todos, pero en especial los maestros podemos hacer por todos, en general, mucho más de lo que es puramente profesional. Os gustará.

 Carmencita, una pequeña de aquella es­cuela de un pueblo ya muy lejano en el tiempo, que vivía sola con su abuela, algo que yo ignoraba por completo, si bien tenía observado que a las reuniones de tutoría jamás asistían familiares algunos por su parte. Un día, me dijo: Mi abuela está en la cama y no puede levantarse. Yo le hago todas las cosas y la peino, y la lavo, y la levanto, pero, ¡anda que no pesa! Está mala del corazón, ¿Y cómo es eso de que tu la cuidas? -pregunté- ¿Dónde está tu madre, tu padre, tus hermanos...? Mi padres y mis hermanos viven en otro pueblo y como somos muchos, y mi abuela está sola, me trajeron aquí para que la cuidara.
Las palabras de  aquella pequeña me conmovieron profundamente. Ella era lo que se dice una niña desenvuelta, trabajadora,  pero nunca hubiera pasado por mi cabeza la idea de su soledad, a no ser por su confesión, mezcla de espontaneidad y dolor. Cada tarde -fue mi decidido propósito-,  al finalizar las clases, me desplazaba a casa de Carmencita. En una cama de perinolas doradas, que ocupaba toda la habitación, estaba aquella mujer, efectiva­mente, pesada, vieja y enferma. La pequeña sólo tenía once años y, como una mujercita, llevaba todo el peso de la casa y la atención a su abuela que, en delirios, me comentaba: Todos los días  viene a verme un niño precioso: trae una bola en la mano. Se sienta al pie de la cama y me sonríe. Yo no quiero que se vaya, pero, cuando pasa un rato conmigo, desaparece.
Aquella historia, y otras que la pobre vieja relataba, me ponían los vellos de punta, pero, en un esfuerzo, muy superior a lo que yo podía, y dirigida por Carmencita que llevaba la voz cantante, arreglaba la casa, hacía algo de comida, y, entre arcadas, le cambiaba sábanas, mullía el apelmazado colchón de borra que olía a orines manidos. 
Una tarde la pequeña faltó a clase. Nada más llegar a la casa,  me esperaba en la puerta:
Mi abuela no se despierta y lleva mucho rato durmiendo. Un escalofrío me corrió de pies a cabeza. Yo jamás había visto la muerte, y allí   me di de cara con ella. Recuerdo también mi atropello, desconcierto... ¿qué hacer? Corrí a la calle, busqué ayuda entre las vecinas y una de ellas,  otra pobre y anciana mujer, la amortajó.
Aquel evento me costó una enfermedad. Noches de insomnio, sin poder apartar de mi mente la imagen de la mujer muerta que me soliviantaba cada cabezada que intentaba dar.
A Carmencita, tras muchas idas y venidas a familiares, se la llevaron unos tíos. Du­rante mucho tiempo me escribía con bastante frecuencia.

Y así pude seguirla, ayudarle hasta que, poco a poco, se hizo mayor, si bien  con más premura que correspondía a sus años.

martes, 22 de noviembre de 2016

El verbo leer no admite imperativo

DIARIO CÓRDOBA / EDUCACIÓN


El escritor francés Daniel Pennac, prestigiosa pluma del panorama francés, dice que el verbo leer no admite el imperativo, sino que su uso como tal mandato ha sido la causa de muchos rechazos viscerales a la lectura. Los hombres, todos los hombres, deberían leer con la naturalidad con que hablan y con la cotidianidad con que se relacionan entre si, porque leer es una parte más de la vida, mediante la que podemos ponernos en contacto con otros mundos, con otros sueños, con otros pensamientos, con otras ilusiones, con otras penas... 
No obstante, y con referencia a la lectura entre los niños, entre padres y maestros, primero, y con el gran abanico de ocio que hoy en día compite ventajosamente con la lectura, provocan cada vez más continuos desencuentros entre los pequeños y los libros. La lectura es un valor, y su práctica habitual rebasa el ámbito escolar al que con mucha naturalidad, los padres asocian casi en exclusiva. 
La lectura no debe ser considerada simplemente como un proceso más de aprendizaje, sino sobre todo porque mediante su dominio se adquirirán destrezas, actitudes, competencias que le van a resultar imprescindibles en la vida cotidiana y en su integración, con posibilidades, en la sociedad. 
De ahí que la familia, los padres deben adquirir conciencia de su gran responsabilidad, así como de la definitiva influencia que sus hábitos lectores, por un lado, y su colaboración, por otro, pueden ser determinante en el valor que para los pequeños resulte la práctica lectora. 

No basta, pues, con mandar leer. Hay que leer con los hijos, compartir sus libros, opinar..., tanto acerca de su contenido como del proceder de sus personajes. No solo basta con leer para salir del paso, sino que la lectura debe interiorizarse, sacarse de los libros y llevarse a la vida para imitarla o mejorarla.

En una retrospección veo a mi padre con el Quijote entre las manos, y a mi madre con Las mil y una noches. La Biblia...
 
Estos fueron mis primeros libros cuando aún solo sabía deletrear.