jueves, 25 de enero de 2018

Leer, un placer




Dice Daniel Pennac, prestigiosa pluma del panorama francés, que el verbo leer no admite el imperativo, sino que su uso como tal mandato ha sido la causa de muchos rechazos viscerales a la lectura. Los hombres, todos los hombres, deberían leer con la naturalidad con que hablan y con la cotidianidad con que se relacionan entre si, porque leer es parte más de la vida, mediante la que podemos ponernos en contacto con otros mundos, con otros sueños, con otros pensamientos, con otras ilusiones, con otras penas... Desde hace dos años vivo la experiencia de fomentar la lectura en las muchas veces criticadas redes sociales. Por supuesto, no hay autoridad, ni mandato ni nada parecido para lograr que la gente lea y, no obstante, hemos logrado un grupo de unos cien lectores diarios por término medio. La clave no es otra que lecturas sencillas, amenas, breves, lecturas que comprendan y con las que se identifiquen. Un auténtico placer, comentarios en los que confiesa, gente mayor, que no tuvo oportunidades, que al fin, por primera vez leen y lo hacen con sumo gusto. 
Creo que algo así habría que hacer con los pequeños, agobiados con libros que no les gustan, que no comprenden y que tienen que leer por obligación, pero es que además entre padres y maestros, y con el gran abanico de ocio que hoy día compite ventajosamente con la lectura, provocan cada vez más continuos desencuentros entre los pequeños y los libros. La lectura es un valor, y su práctica habitual rebasa el ámbito escolar al que con mucha naturalidad, los padres asocian casi en exclusiva. 
La lectura no debe ser considerada simplemente como un proceso más de aprendizaje, sino sobre todo porque mediante su dominio se adquirirán destrezas, actitudes, competencias que le van a resultar imprescindibles en la vida cotidiana y en su integración social. Fomentemos,  pues, la lectura, pero pensando  y comprendiendo más al lector que a nuestras puede que ancestrales formas de entender qué es leer