viernes, 13 de septiembre de 2019

UN ALUMNO PILOTO





Un alumno, cuando ya terminaba etapa con un grupo de  varios años de permanencia continuada,  llegó a mi clase con todas las evaluaciones, de cursos anteriores, insuficientes. Era un chaval  de características físicas  muy especiales: alto, delgado, de pelo muy rubio y riado y un aire de indiferencia tal que parecía un consumado despistado.
La maestra que me había precedido, me advirtió en estos términos: al “prenda” sólo le gusta hacer aviones  de papel. Dice que va a ser piloto, pero lo único que consigue con sus tonterías es no dejar a nadie tranquilo con sus dichosos avioncitos.
Los primeros días lo dejé cómo si no viera que sólo se dedicaba a hacer aviones y echarlos a volar por las mesas de los compañeros.
Pero, al fin, y tras pensar decididamente qué hacer, decidí hablar con él: ¿por qué no estudias algo? -le pregunté-. Está bien que te gusten los aviones, pero  hay tiempo para todo. Tienes que aprender algunas cosas... Es que yo voy a ser piloto -me interrumpió-. ¿Y crees que los pilotos no tienen que estudiar..?   Ya eres un hombre, y así, poco o nada vas a conseguir en la vida. Tienes que estudiar, esforzarte... ¡Si los libros –me contestó- son un montón de letras y tonterías! ¡Si se me olvida lo que leo! ¡Si no me gusta leer! ¡Si los libros no hacen risa!
Aquellas  palabras me llevaron a comprender algo que no era nuevo para mí: efectivamente los libros de texto, tal y cómo él los había percibido, era, son,  casi un imposible para un alumno de diez años.
Y  aquel alumno había llegado, a fuerza de no saber leer, de no comprender nada, de no tener idea de cómo sintetizar ni un sólo párrafo, había llegado, digo, a aborrecer todo lo referente al estudio.
De ahí que se pasara el tiempo haciendo aviones bastante sofisticados y creativos que, al lanzar por toda la clase, originaban desórdenes y  propiciaban un ambiente festivo que contagiaba a todos.
Tras  aquella conversación se me ocurrió una idea: pactar algo con él. Le dije:  Si quieres hacemos un trato. Puedes hacer todos los aviones que quieras, pero con una sola condición: los tienes que enviar  a mi mesa y en ellos me tienes que escribir  mensajes, preguntas... lo que quieras, y  yo te contestaré, devolviéndotelos.
La cara se le iluminó de felicidad. Exclamó: ¡bien, que guay! 
Y a partir de aquel día, sentado en una mesa casi pegada a la mía, los aviones llegaban incesantemente a mi mesa con mensajes sencillos de mala letra, peor ortografía y como tema casi exclusivo, al principio, los chivateos propios  del alumno que no sabe qué escribir: Miguel está copiando.  Josefina le manda papelitos a Óscar. Etcétera.
Yo, como si no leyera sus mensajes, le provocaba otros. Por ejemplo: no sé cómo vuelan  los aviones. ¿Lo sabes tú? Es una cosa curiosa que me gustaría conocer.
Y le devolvía el avión. Pasado un rato el avión llegaba de nuevo a mi mesa: no lo sé pero vuelan como los pájaros. A lo mejor mi padre lo sabe.
Y otra vez el avión a mi mesa: Se me ocurre una idea: pregúntale esta noche a tu padre y mañana me lo cuentas, si lo sabes. Yo también voy a buscar en un libro.
Y de nuevo el avión volaba de regreso.
Los demás alumnos, al principio, reían al ver cómo el avión iba y venía, pero pronto se acostumbraron y todo el mundo trabaja con total normalidad.
Poco a poco se fue motivando y superando en un intento constante de contarme cosas sobre  los aviones, cosas que entre su padre y él investigaban y que lo  implicaban en  estudio, lectura, escritura...
Un día, le propuse que explicara a los compañeros todo lo que llevaba descubierto y aprendido.  Lo hizo con grandes dificultades de expresión, pero con gran  satisfacción al sentirse en posesión de algo que pudiera interesar a los alumnos y, ante todo, que fuera tan valorado por mí.
En definitiva, poco a poco, se fue integrando, pero durante un tiempo me serví de los aviones para que por fin hiciera algo de Matemáticas, Sociales, etc.
Un problema, por ejemplo, se lo enunciaba así:
Si un avión corre a 300 kilómetros por hora, ¿cuánto tardará de Córdoba a Madrid, si la distancia en kilómetros es de 400 Km. ?
Sobre Sociales: Si tú fueras en ese avión y pudieras asomarte por una ventanilla, ¿qué verías como más destacado?
En fin, la estrategia funcionó.
Muchas veces me he preguntado por qué  fracasan los alumnos y muchas veces me respondido y lo sigo haciendo que los fracasados de verdad somos nosotros: sistema, libros de texto, maestros...

No se conoce el mar por bañarnos en sus orillas, para conocer el mar, hay que estudiar, y conocer  sus profundidades.