viernes, 28 de noviembre de 2014

Queridos compañeros/as: Creo que es importante, para reivindicar el valor de la familia, tan desprestigiada en estos tiempos, que los alumnos conozcan sus raíces y, por consiguiente se sientan unidos por lazos indestructibles a  sus antecesores más lejanos posibles de forma que bien puedan imitarlos, juzgarlos, condenarlos o, sencillamente, mejorarlos. Para ello he hecho y de cara mis nietos, unos sencillos mapas en los que sin ningún tipo de rigor, entiendan, pues, de dónde vienen.
Como cada alumnos/a tendrá un esquema diferente, podéis, hacer uno sencillo en la pizarra y que más o menos, puedan ampliar o reducir, individualmente y, después, investigar entre sus familiares para ir completando nombres y  parentescos.
Así que vamos con el primero.

DEDICATORIA
A mis nietos en general, pero en especial a mi nieto Gonzalo que un día de Navidad me dijo: Abuela, yo quisiera saber algo de mis bisabuelos, abuelos…
 .


  ¡Ea, mis queridos nietos y nietas. Aquí tenéis, para todos, la primera rama genealógica del  gran árbol que es mi familia, rama que es la que más os interesa a vuestra edad. Siempre podréis investigar más y más . Yo creo que está muy clarito, pero os lo explico un poco.
1º / A la izquierda, arriba del todo, están mis abuelos maternos: Mª Jesús y Rafael. A la derecha, mis abuelos paternos: Isabel Y Benito.
Estos son vuestros  cuatro tatarabuelos. 
Luego tenéis los de  la otra rama que ya os diré y que son los abuelos del abuelo Mariano. En total, ocho tatarabuelos. ¿Lo entendéis?
2º / Mis abuelos maternos tuvieron cinco hijos varones, cuyos nombres  leeréis debajo y una hembra que sería mi madre y que coloco en un cuadrito  aparte y que es vuestra bisabuela. Se llamaba Blanca y que destaco en el mapa.
A la derecha, de igual forma, tenéis a los hijos de mis abuelos paternos que fueron seis. Cuatro hembras y dos varones. Mi padre, que se llamaba Francisco es el que coloco, al igual que mi madre, en un cuadrito debajo.
3º / Blanca y Francisco se conocieron, se enamoraron y se casaron. Son vuestros bisabuelos  maternos.
Con ellos empezaremos un nueva rama, y en ella  me vais a encontrar
Repasadlo un poquito y lo entenderéis perfectamente.

Os repito: por mi parte, cuatro tatarabuelos: Mº Jesús y Rafael, Isabel Y Benito. Dos bisabuelos: Blanca y Francisco -Paco- lo llamaban todos. Otros tantos por parte de vuestro padre de los cuales no sé nada. Eso os lo tendrá que contar él.


Seguiremos, besos,

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Hay que escuchar a los niños/as

DIARIO CÓRDOBA / EDUCACIÓN
 26/11/2014

El pasado día veinte se celebro el Día Internacional de la Infancia, día que debería conducirnos a una responsable reflexión y análisis.
Una anécdota nos puede colocar en el umbral de cuán importante es prestar atención, no solo a todo lo que los educadores en general hemos convenido como necesario, sino a las palabras que pronuncia un niño y que tan desapercibidas pasan a veces para los adultos.
Un alumno de seis años me decía: Seño, mi madre, por mucho que le hablo, no me contesta. Será que no te oye -le dije por contestar algo-. Sí me oye -insistió rotundo el pequeño-, porque mi padre le habla muy bajito y ella le contesta. ¡Mi madre no es sorda!
Un día quise investigar qué podía pasarle a la madre para que el pequeño tuviera aquella idea de no ser oído. La madre, una mujer joven y receptiva, me facilitó el trabajo y directamente le conté lo que el niño me había dicho. Con una forzada sonrisa, exclamó: ¡Lleva razón el niño! Pero es que tengo seis hijos, señorita, y él es el mayor. Dos son mellizos, y la verdad es que no tengo tiempo de pararme a escucharlos.. ¡Todo el tiempo es poco para arreglar la casa, hacerles la comida y tenerles las ropas a punto! ¡Si me tuviera que parar a escucharlos..!

Por supuesto, entiendo cuán necesario es para una madre atender, en primer lugar, las necesidades llamadas básicas: comidas, ropas, etcétera. No obstante, desde mi punto de vista es sumamente básica la necesidad de sacar tiempo y oír lo que dicen los niños. No debería haber oídos sordos para las palabras de un niño, ni debería haber ojos ciegos para los escritos de un niño. Ellos sólo tienen palabras, bien orales, bien escritas. Los mayores tenemos además la obligación de escucharlos y entenderlos y, entre otras razones, porque la infancia se nos escapa mucho antes de lo que creemos y la madre y maestra calle ¡sí que los escuchara, entenderá y marcará para siempre!

lunes, 24 de noviembre de 2014

Día Internacional contra la violencia de género

            Los "brazos" para acunar a un bebé o para cualquier 
otra tarea del tipo que sea, no tienen sexo; se lo hemos adjudicado nosotros/as.
(Una breve anécdota  de mi obra Bolitas de Anís, editada por Desclée)

Cierto día, y por sugerencia mía, los alumnos/as se dibujaban a sí mismos. Un pequeño se dibujó rodeado por un círculo. ¿Qué significa esto? -le pregunté- ¿Para qué el círculo? Eso no es un círculo. ¿No ves que es una corona? -me contestó.
Otro se dibujó en lo alto de un pódium ¿No ves que soy un campeón? -exclamó.
Una pequeña se dibujó con una muñeca entre los brazos. Es que soy una mamá -me explicó.
Y yo me dije:
Desde hoy reivindicaré siempre y desde todas mis posibilidades, más alumnas reinas y campeonas. Sería un tremendo desequilibrio que el mundo se dividiera en hombres reyes, campeones... y mujeres mamás.






viernes, 21 de noviembre de 2014

Recordando a un niño

En mis muchos años de profesión he perdido alumnos que me han  dejado profunda huella. A ellos quiero dedicar mi recuerdo estos días  en los que deseo prolongar el Día del Niño.



Si pudiera empapelaría el mundo con dibujos de niños/as, 
porque en ellos solo hay alegría, inocencia, amor


Han pasado años, muchos, pero al celebrar de nuevo el Día del Niño a mi memoria acude aquel alumno de diez años de mi Centro que, habiendo conocido pronto el dolor de la vida, miraba desde una inmensa tristeza, matizada, de vez en cuando, de ingenua felicidad. Él era tierno tallo herido, a penas despuntar, que sobrevoló por nuestras vidas, cual estrella fugaz de la que más bien queda el recuerdo de un maravilloso rastro luminoso y la certeza de haber sido testigos de su deslumbrante existencia. Él era Rafael, pálido, transparente, aficionado a la escuela, a sus maestros, a sus libros... Y Rafael se nos fue de pronto. Un día cualquiera, mientras sus compañeros en clase compartían la difícil tarea de la educación y el aprendizaje, mientras su silla, vacía como otras veces, casi no extrañaba a nadie, mientras cada cual en su trabajo, olvidados de la provisionalidad que es la vida, con afanes desmedidos, con nimiedades, con absurdos y sin caer en la cuenta de que vivimos inmersos en el funeral eterno de los tiempos, hacíamos planes de un futuro que nos deparara mayor bienestar. Ni siquiera una corazonada, un telepático presagio; nada. La vida del pequeño Rafael, como blanquísima espuma de mar, se desvaneció con el viento. Y era un bonito día de primavera, y el sol siguió su curso, y las margaritas y las amapolas, en un frondoso salvaje, parecían entonar el más bello himno de la alegría, y en las calles, el tráfico, los ruidos, las prisas... Pero en medio de esta eclosión de vida, un pequeño féretro nos llenaba de tristeza a todos los que vivimos, de una manera u otra, la corta vida de aquel niño. Lo recuerdo, especialmente en este día, y unas lágrimas corren por mis mejillas. Sí, un alumno es como un hijo que cae en nuestras manos y nos hace sentir que servimos para algo. ¡Échame una mano, tú que está en el cielo!, y espérame, espéranos.
Y ahora aquí, en este rincón, frente a mi ordenador, lugar preferente, lo recuerdo y unas lágrimas me apuntan de nuevo,  sin poderlo evitar, por las mejillas, y no sólo es recuerdo de pasado, sino más bien, es presente, algo así como un poderoso árbol que se me crece y cuyas raíces, y ramas, y hojas y flores, si bien
 amainaron en las estrellas, dentro de mi corazón marcaron profunda huella. Tus libros me gustan mucho -me repetía en ternura infinita -, y son muy bonitos, y mi madre me los ha comprado y por las noches los leo, y me gustan... Y también tengo tu foto del periódico, y la guardo porque también me gusta, y  me gusta tu tórtola porque es blanca y porque  ríe.
Y, mientras balbuceaba estas maravillosas palabras, una ligera sonrisa se esbozaba en su rostro, pegado tantas veces, bien a la mesa de secretaría, bien a la mesa del director, en un intento de mitigar aquel dolor de cabeza que -¡maldita sea!- se lo llevó.
Mi fe es lucha en un Dios que no comprendo, pero en el que, desde mi pequeñez, confío y espero. Por eso, creo que Rafael está con Dios, y creo que Rafael está con nosotros.
Mi pequeño y agradecido niño: Jamás olvidaré que unos cuentos míos, unas poesías, una  fotografía mías, mitigaron el dolor que, postrado de mesa en mesa, soportabas. Nunca me lo había planteado hasta aquel día: bien merece la vida, si en ella se puede escribir un cuento, una poesía que haga feliz a un niño/a.