DIARIO CÓDOBA / EDUCACIÓN
El abogado y político colombiano D. Luis Córdoba dice «por la
ignorancia se desciende a la servidumbre, por la educación se asciende a la
libertad». Recuerdo los manuales de urbanidad que se manejaban en otros
tiempos. En ellos se leían y aprendían prácticas elementales sobre educación.
Mi padre no precisaba tal recetario porque él mismo nos lo traducía en
constantes ejemplos, sobre todo, de educación cifrada en una convivencia
respetuosa, afable, delicada..., con todos pero muy especialmente, con los mayores.
La educación es un gran valor que, como otros muchos,
se ha desequilibrado por la mal entendida libertad, permisividad, etc. De ahí,
que me refiera hoy a este necesario tema, como reivindicación que debemos izar
todos. Y lo hago, copiando del blog que dedico a mis nietos y refiriéndome a
cosas generales y diarias, si bien empezando por la atención que debemos a los
mayores.
Nuestros padres o abuelos, por lo general, han perdido
con el paso de los años, oído, vista, memoria y muchas más cosas. Así que no le
hablemos a voces, ni le digamos estás sordo, estás ciego, no te acuerdas, te
vas a caer, etc. Bastante tienen con sus problemas y limitaciones para que
alguien se los ponga de relieve y recuerde.
Siempre que veamos a un mayor con algo de peso en las manos y notemos que le cuesta trabajo llevarlo, ofrezcámonos a prestarle ayuda. A los mayores, en general, y a los abuelos, en especial, hay que tenerle la atención debida, cuando hablan. Es horrorosa esa costumbre de exclamar, antes de escuchar: ¡que me dejes!
Cuando, por ejemplo, los abuelos vengan a nuestra casas recibámoslos con alegría, saliéndoles al paso, y cediéndole el sitio que pueda serles más cómodo, anticipándonos a sus necesidades, preguntándoles alguna cosilla que les dé oportunidad de hablar y se olviden de sus años y ausencias, que serán muchas.
¡Ni se nos ocurra llamarles antiguos si inician algún tema relacionado con el pasado. Escuchémosle con atención porque en su “mochila” pesa mucho más pasado que futuro.
Siempre que veamos a un mayor con algo de peso en las manos y notemos que le cuesta trabajo llevarlo, ofrezcámonos a prestarle ayuda. A los mayores, en general, y a los abuelos, en especial, hay que tenerle la atención debida, cuando hablan. Es horrorosa esa costumbre de exclamar, antes de escuchar: ¡que me dejes!
Cuando, por ejemplo, los abuelos vengan a nuestra casas recibámoslos con alegría, saliéndoles al paso, y cediéndole el sitio que pueda serles más cómodo, anticipándonos a sus necesidades, preguntándoles alguna cosilla que les dé oportunidad de hablar y se olviden de sus años y ausencias, que serán muchas.
¡Ni se nos ocurra llamarles antiguos si inician algún tema relacionado con el pasado. Escuchémosle con atención porque en su “mochila” pesa mucho más pasado que futuro.
Si los abuelos comen o conviven en familia, hay que
atendedlos de forma que se sientan unos más, pero con la delicadeza que les
haga a un tiempo sentirse también queridos, deseados, considerados y hasta
celebrados.
Si los abuelos os recomiendan algo, puede que sus palabras os resulten torpes,
puede que no os gusten o que no os sirvan, pero podéis estar seguros de que las
palabras que salen siempre de sus labios son las mejores palabras que tienen,
impregnadas del mayor amor posible.
De ahí que tanto padres como maestros no olvidemos, sobre
todo con el ejemplo, la educación y respeto que debemos a todos y en especial a
nuestros mayores con los que no solo hay que ser especialmente delicados sino
tal vez, hasta pacientes. La educación no sabe de edades. Eduquemos, pues, a
todos, si queremos ciudadanos libres y no ciervos.