miércoles, 29 de abril de 2015

La aventura de ser maestra 5


El pasado mes de agosto, mi feliz reencuentro con alumnas y amigos


Buenos días, amigos/as: Sigo con mis recuerdos de aquel querido pueblo, hoy, Fuente Carreteros

A finales de septiembre comenzaron las típicas tormentas en aquellos años. ¡Cómo recuerdo una noche, en la casa de don José y tras terminar el rosario en la iglesia! Se fue la luz, y la plaza era una techumbre de culebrillas que se traducían en grandes truenos. Del bar del “Mosca”, salían corriendo los cuatro hombres que por allí quedaban. Las casas se iban cerrando. Se levantó tanto viento que las campanas se removían imprimiendo a la noche una nota de terror. Doña Carmen -madre de don José que pasaba temporadas allí- rezaba el trisagio a la luz de una mariposa de aceite, y don José salía y entraba, preocupado por aquella gran tormenta que en unos minutos se tornó tal granizada que se oía golpear tejados y cristales. 
De pronto se abrió la puerta y apareció Juanele, un hombre-niño, dada su discapacidad psíquica, chorreando y con la camisa por la cabeza. 
Apenas hablaba pero sus constantes servicios lo hacían querido y respetado por todos. Doña Carmen al verlo, exclamó: ¿pero dónde vas con la noche que hace? ¡Pasa, pasa y siéntate! ¿Te sucede algo? ¿Buscabas a alguien? Y aquel hombre niño, alto delgado, de ojos inexpresivos y de grandes silencios, balbuceo de mala forma. como era habitual en su pobre vocabulario: busco a la maestra. No está en lo de Carmelita. Es mu apañá.

¡Cómo puedo olvidarme de Fuente Carreteros! Creo que nunca, en la vida, nadie me ha buscado con más cariño e interés que aquel hombre de gran corazón y mente chiquita. 
La tormenta pasó, y la plaza, de nuevo, escenario de mayores y pequeños, eclosión de cometarios y miedos reprimidos. Don José y un municipal desacataban la alcantarillo única de la plaza. Los niños saltaban charcos y hacían bancos de papel. El cielo se fue despejando. 
La aldea, una gran laguna. El olor a tierra mojada se expandía como preludio del otoño que llamaba a las puertas, y yo creo que lloraba por dentro: era la emoción de tantos y grandes momentos de vivencias compartidas, y era Jaunele, y era la tormenta que para siempre recordaré cada vez que por el cielo asome una nube, y era mi vida un puñado de inquietudes, deseos e interrogantes.
Rodeada de tantos y buenos amigos, aquel pasado día de agosto, con la plaza convertida en mágico escenario, me impactó como nunca hubiera imaginado.









sábado, 25 de abril de 2015

Museo de creatividad



 Queridos compañeros: en mi página de Facebook Museo de Creatividad, he comenzado una nueva  entrada, referida a la ortografía. 

Tal vez sea este el lugar más apropiado pero  quiero unificar todo lo que es creatividad en una sola página.
La que he comenzado hoy  se refiere a la enseñanza de la ortografía con estrategias creativas. 
Como sé que os interesa os remito a ella.

Museo de Creatividad

La aventura de ser maestra 4

Así estaba aquella plaza el pasado 14 de agosto, cuando tuve el honor de ser invitada a un precioso evento cultural. Mi plaza, aquella de tres bombillas, elementales blanquitos y suelo empedrado había pasado a la historia: era, es una gran plaza.

Como dije en el capítulo primero, algo, de oído, había aprendido a tocar el armonio, por lo que una vez que la escuela estaba limpia y decorada, organicé el coro para amenizar los actos de culto que formaban parte de la rutina de los días. Cada tarde, al salir de la escuela, nos trasladábamos a la iglesia donde nos esperaba don José. ¡Cómo recuerdo aquellos ensayos y canciones que las vocecitas de mis alumnas entonaban! Una que, de vez en cuando me viene a la memoria y que repetíamos cada tarde en nuestras visitas al Santísimo, decía así: Buenas tardes Señor / te vengo a visitar / y hacerte compañía / dónde yo sé que estás, etc.
Puede resultar difícil entender el fervor que a mí, sobre todo, me provocaban, aquellas canciones que me rememoraban mis años cercanos de internado y vida religiosa. Por todo esto, una de mis primeras propuestas fue hacer una rifa de cara a sacar un dinero para comprar una imagen pequeñita de la Virgen Niña. Nos llevó algo de tiempo, pero con la colaboración de todos, lo conseguimos y, ¡qué alegría tenerla en clase presidiendo nuestras insólitas pero creativas y continuas actividades! Pronto, y siempre contando con la colaboración de nuestro querido don José, organicé, los sábados por la tarde, una procesión por toda la aldea, cantando el rosario. Aquella Virgencita, a hombros de las niñas era, para mí tan emocionante que no sé si alguna lo recordará pero, ¡qué disfrute era para pequeños y mayores, que se sumaban a la procesión, aquel sinuoso recorrido por calles empedradas que tenía como meta la iglesia cuyas campanas no cesaban de repicar en todo el recorrido!
Una vez allí, con la iglesia llena, el amonio y el coro en macha, tenía lugar el rezo del rosario que, como era lógico, protagonizaba don José. Después, la plaza era el destino. Y allí, en los cuatros bancos entrañables, horas de pipas, chistes, risas y sosegada llegada de la noche que iba acompañada del encendido de alguna bombilla y en tiempo de calor, de diademas de jazmines que me llegaban de muchos admiradores como contaré más adelante.
¡Cómo olvidar a Fuente Carreteros! Yo quería ser misionera, maestra de niños pobres, maestra de pueblos y aldeas, maestra, en una palabra y allí encontré todos los ingredientes para serlo. Tiempos pasados, sí, tiempos que encuentro en el índice de mi vida con una gran luz en verde que como faro me indica que fue muy bello, pero que ya tan solo es un recuerdo que no se repetirá y que lo importante es no dar lugar a que nos estacionemos en recuerdos y perdamos el presente que se está escribiendo en los recuerdos del mañana.
Mis queridas alumnas, mi guarida gente de Fuente Carreteros, hoy sois un precioso pueblo, con escuelas dignas, Ayuntamiento, instalaciones, fiestas… Valorad el esfuerzo, el trabajo de los que hoy por hoy construyen a este mejor presente y conoced de dónde venís para entender que, como dice el cantautor Facundo Cabral, cuando un pueblo trabaja Dios lo respeta. Pero cuando un pueblo canta, Dios lo ama
Así estaba aquella plaza el pasado 14 de agosto, cuando tuve el honor de ser invitada a un precioso evento cultural. Mi plaza, aquella de tres bombillas, elementales blanquitos y suelo empedrado había pasado a la historia: era, es una gran plaza.


viernes, 24 de abril de 2015

Aventura de ser maestra 3

Seguimos amigos/as con la Aventura de ser Maestra

Don José, a la izquierda, su madre en el centro arriba y 
un grupo de amigos y amigas inseparables


3

 Buenos días, amigos/as: el relato siguiente es la primera vez que lo cuento. Es totalmente real, si bien, no me parece ético revelar el nombre ni algo que pueda identificar al hombre que quiso aprovechar mi inocencia. Creo que fue fruto de los tiempos, de la represión etc. Por eso, no lo he olvidado pero jamás le haría daño.
Aquella quincena primera de septiembre la pasé mal. Por todos los medios intentaba acomodarme, pero no me resultaba fácil puesto que las condiciones de vida, las necesidades básicas como servicio, aseo, comidas, etc. quedaban reducidas a un mínimo que, ahora, al recordarlo, creo que pude sobrellevar, ante todo, por mi gran vocación de maestra, acrecentada por mi deseos de apostolado que me llevaba mucho más allá de lo estrictamente profesional.
Los días me resultaban más llevaderos pero las noches… ¡Qué miedo pasaba cada vez que tenía que ir al servicio, situado en el último patio y en un gran corral donde no solo había gallinas, sino conejos y algún que otro mulo, más cantidad de aperos del campo! Por otra parte, el citado servicio quedaba reducido a un poyete con un agujero, algo para mi muy complicado puesto que ni tan siquiera había puerta. Y era mucho porque pocas casas contaba con aquel elemental wáter. Una noche, a solas, y escondida en un rincón, lloraba en la iglesia. Alguien me descubrió: ¿qué haces aquí y por qué lloras? –me preguntó con suma amabilidad-. La presencia de aquella persona, para mí desconocida, me sorprendió, al tiempo que su aspecto y sobre todo su evidente profesión me inspiró confianza. Si quieres -me dijo-, me lo puedes contar, pero mejor salimos y damos un paseo en mi coche que lo tengo ahí, en la puerta. Mi ingenuidad, que no podía ser más, unida a la congoja que me ahogaba, no puso la menor resistencia, por lo que me encontré subida y en marcha con aquel desconocido. ¿Dónde vamos? –me pregunté-. No te preocupes. Solo vamos a alejarnos un poco de la gente para estar más tranquilos. 
Y así fue. Muy cerca del lugar llamado Manantiales se detuvo. Le conté cómo deseaba volver a mi vida religiosa y cómo mis padres, de buena posición, ignoraban mi estado. ¡Pobre palomita presa a car en manos de algún gavilán! ¡Qué niña eres! –exclamó-. Seguro que no conoces a los hombres y seguro que ignoras todo sobre sexualidad. No contesté pero algo me hizo sentirme inquieta, algo que él debió percibir porque, echándome un brazo por encima exclamo: ¡tranquila, mujer, tranquila! No obstante, voy a explicarte algo para que vayas aprendiendo. Y, sin decir más, con evidente temblor y sudor que le caía por la frente, se me echó encima. Sinceramente no sé explicar qué sentí, pero fue tal el horror que, de un fuerte empujón, pude escapar y correr por aquellos campos, medio ahogándome de miedo, creyendo que me alcanzaría con el coche, y de horror por algo que no conocía pero que intuía iba mucho más allá de una mera explicación.
Directamente, me dirigí a la casita de don José, aquel cura santo de verdad. En aquella habitación, prosaico despacho, me acogió con tal cariño y comprensión que nunca podré olvidar. Si quieres –me dijo-, ahora mismo hacemos una denuncia; yo me encargo de ello, pero, al no haberte visto nadie, siempre podrá decir que te asustaste, que todo es falso, etc. Mejor que no se entere nadie; seguro que no lo vas a ver más.
Y ¡qué noches de delirios y miedos! Hasta llegar la luz del día, me mantenía despierta como si pudiera aparecer y tuviera que estar alerta. Don José, con máxima discreción, me ayudaba, me acompañaba… Y mi escuela, mis alumnas y aquella buena gente me esperaba cada tarde, acompañaba y era largos y deliciosos los paseos por aquellos campos. Regresábamos, cuando, al caer la tarde, desde lejos las campanas, la iglesia, la aldea, como dibujo de un bello cuento infantil, nos reclamaban.


jueves, 23 de abril de 2015

Día del Libro con mis alumnos


Hoy, Día del Libro del año 2015, quiero rememorar trabajos de mis alumnos sobre el Quijote, ilustraciones preciosas de una baraja de láminas que hicimos tras su lectura    

(Os recuerdo el enlace a mi Museo de Creatividad donde podréis encontrar  nuevas entradas sobre cuentos)