martes, 21 de abril de 2015

La aventura de ser maestra 3


           
Puerta de la escuela. A la izquierda, el servicio

Un grupo grande de alumnas, disciplinadas y silenciosas me esperaba a la puerta de lo que parecía ser la escuela. Una de ellas, rompió el silencio nada más verme llegar: ¿cuándo se va, maestra? Me sorprendió la pregunta, y más aún, la expectación de todas esperando mi respuesta: ¿Irme? ¡Si yo no me voy a ir! –exclamé-, ¿por qué me preguntas eso? ¡Ea, como casi todas se van…!
El lugar llamado escuela, me dejó perpleja: una especie de callejón oscuro, de paredes desconchadas, techo humedecido, suelo empedrado, resquicios   como de pesebres, puerta y ventana sin cristales y un pequeño servicio –pozo ciego- sin puerta como wáter. Sinceramente, y en mis pocos años, nada más lejos de imaginar algo así , por lo que comprendí la huida de maestras, cosa fácil en aquellos tiempos, a la vez que sentimientos de ternura y compasión por aquellas niñas se me acrecentaba por momentos.
Y en poco tiempo de aquel cochambroso, frío e inhabitable lugar, con ayuda de las alumnas y de  aquella gente, logré una acogedora escuelita limpia, cuajada de macetas, murales, sencillas manualidades, etc. etc.
También en poco tiempo logré, en largas horas de ocio, ensayar a las alumnas para tener  a punto sencillas representaciones que los domingos por las tardes, y sobre un  elemental tablado, hacíamos para  padres, alumnos/as en general. Y  la escuela se llenaba, y  eclosionaba en estallidos de risas, aplausos, alegría festiva… Y aquella aldea de chacos, de barro, de trasiego de animales, de silencios, de  sabrosos  humos  a pan tostado procedentes de los despertares en chimeneas de las casas, aquella iglesia, cuyas campanas nos convocaban a Misa y al rosario, aquella plaza escenario, en los días de sol, de entrañables convivencias y aquellas alumnas que a todas horas me rodeaban, me cautivaron de tal manera que mi vida personal que atravesaba penosas circunstancias, mi mundo, mi universo, todo lo que  yo en mis jóvenes años deseaba estaba allí, compartiendo vidas, sueños, paseos, proyectos, enfermedades…
Nunca, por muchos años que viva, Fuente Carreteros saldrá de mis mejores recuerdos, porque yo soñaba con ser maestra y escritora, y el reto, de ambas cosas, lo encontré allí, y si bien  mis aficiones favoritas de niña eran dar clase a niños pobres que encontraba por las calles y escribir cosillas que  me sorprendían, el verdadero y sinuoso camino para ambas cosas fue aquella aldea, transformada hoy, en desconocido y precioso pueblo.


  

1 comentario:

  1. Creo que todas aquellas niñas siempre te recordarán con cariño y agradecimiento por haberte quedado. Un abrazo

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