viernes, 29 de julio de 2011

Cambio de prisión

Niños y niñas felices


 ¡Ya lo creo que compadezco al delincuente! Lo sabía desde siempre, pero ayer, cuando aquí, a la puerta de mi casa,  el despliegue policial  para el transporte de presos  era  impresionante, me sentí especialmente afectada. 
Dentro de mi coche observaba, al tiempo que mis reflexiones y también  mis lágrimas me asfixiaban en un vaivén  de pensamientos, cuya dirección no era otra que la de aquel alumno, adolescente él,  que pasó un mes en el aula de uno de mis muchos destinos. ¡Tan sólo un mes!, porque la mala pata de una gripe me ausentó de mi trabajo. Cuando regresé ya no estaba: había sido expulsado. Padres permisivos y despreocupados, maestros que sólo tuvieron para él palabras de reproches y  rincones de castigo, calle que lo contaminó del ambiente fácil de la delincuencia  y sociedad que lo anatematizó y condenó a la pena máxima para un joven: privación de libertad e internamiento en no sé qué cárcel de España.
El primer sonajero y el hisopo final se parecen  demasiado - Gómez de la Serna-.
Sí, los primeros años de un niño -yo también lo digo- son definitivos para el resto de su existencia, porque la naturaleza humana es idéntica para todos; la diferencia está en la educación, y aquel chaval, torrente de feroz adolescencia, era, cuando lo conocí, herida sin drenar, agujero negro, por donde, no obstante, un rayo de esperanza oteaba por el universo de su mirada, mezcla de picardía y ternura.
Y mis lágrimas, al recordarlo, era, son, como una incesante súplica: No, él no precisaba coches blindados, ni esposas, ni grilletes... Él sólo hubiera necesitado, y puede que aún lo siga necesitando, un poco de amor. En esta noche de luna llena, donde con tantos amigos me conjuro, él sigue siendo presencia viva en mis pensamientos. Mañana esta cárcel estará vacía y presta para ser convertida en solar.
No pido para mí, al menos por esta noche, riquezas, ni amor, ni amigos que me correspondan, sólo deseo un cielo como techo y un camino para los pies de tantos delincuentes que entre todos no le permitimos conocer.  

domingo, 17 de julio de 2011

Carta a Toni: Tenía ocho años

Hola, querido Toni: Te escribo desde muy lejos. Figúrate que casi rozo el filo del mapa por el norte. Me vine, a otras tareas pedagógicas, antes de darte las notas. Aquí estoy viendo muchas cosas y conociendo a mucha  gente pero me acuerdo de todos vosotros y, especialmente, de ti, pequeño mío.
No tuve tiempo para darte una explicación, y ya lo has visto: he tenido que suspen­derte porque los mayores, los que, por autoridad, decidimos estas cosas, considera­mos que tú no has llegado al nivel, exigido.
Y aquí, sentada en la playa, distraída con las olas, que tú nunca has visto pero que sabes imaginar como  bocanadas de espuma que escupen las bocas gigantes de los monstruos marinos, pienso en ti, y te estoy viendo con los ojos llenos de lágrimas gordas que se te van escapando por debajo de las gafillas y van churreteando esa carita de melocotón, que se ilumina y se hace transparente, cuando una cosa te pone contento.
No llores, querido Toni. De verdad que se me parte el corazón. Lo tuyo, por ahora, no son las lecciones, los problemas y, mucho menos, ese montón de libros que pesa tanto sobre tus débiles espaldas. Tú eres un creador, un artista... Algún día, como tanto deseas, irás a una Escuela donde aprenderás lo que a ti te gusta.
En mi carpeta, revueltos entre muchos papeles, tengo algunos de tus bonitos cómics. Son una preciosidad, y tengo aquel cuento que titulaste "El hombre que siempre rea de noche", aquel hombrachón negro que sólo  tenía blancas las ventani­tas de sus ojos y el estuche de sus dientes.
¿Te has fijado en el sobresaliente que te he puesto en Dibujo? Enséñaselo a todo el mundo. No te importen las demás notas. ¡Ya las mejorarás! A los creativos como tú, hay que darles su tiempo. Además, mi querido pequeño, con esas notas, y con tus po­cos años, podrías enseñar muchas cosas a los mayores: pedir la palabra en un de­bate, dónde tirar un papel, cómo cuidar nuestra ciudad...
Sabes, pequeño, si te gusta o no la OTAN, lo que es la paz y la guerra... Conoces la Quinta y la Novena sinfonía de Beethoven, la Primavera de Vivaldi, el Lago de los Cisnes...
Sabes caminar respirando y descubriendo cosas que se escapan a los mayo­res: una flor, un anciano, un árbol, un olor, una música...
Eres valiente para en­cender la luz de tu dormitorio, cuando en silencio y soledad, padeces alucinacio­nes; sabes escribir una retahíla, hacer un dibujo, un avión de papel, un castillo o un caballo de cartón, juegas con la luna y le llamas tonta, porque no te pilla, cuando te echas carreras con ella, tienes ganas de reír, de jugar, de soñar..
Llevas en tus pupilas ese cristal mágico desde el cual las cosas son más bonitas, tienen más calor, más amor...
No llores, querido Toni. Esas notas son tontas y  malas. Algún día, no muy lejano, acabaremos con ellas, porque sólo sirven  para dar disgustos a niños y niñas tan va­liosos como tú.
No te sientas fracasado, pequeño. Sólo fracasa el que no logra el éxito en un pro­yecto, en un trabajo que él mismo se  ha programado, pero tú, al ir al colegio, lo único que llevabas era el proyecto virgen de tus ilusiones, de tu inocencia, de tu de­seo de ser feliz.
Por eso, los fracasados somos nosotros que nos hemos equivocado contigo y hemos cometido la enorme injusticia de pagarte con una moneda falsa tus muchas capaci­dades, tu voluntad, tu singular forma de ser.
Quiero que sepas, pequeño, que siento vergüenza, hasta de escribirte, porque siendo consciente de todo esto, he firmado, y con ello corroborado, tu fracaso, o al menos, tu aparente fracaso. Te doy mi palabra de luchar para que las cosas, en lo que esté de mi mano, sean de otra manera, por tu bien y el de tantos niños a los que amo.
Te mando un beso fuerte con olor a playa, con gotas de olas, con granos de arena para que hagas muchos castillos este verano que, aunque se te derrumben, mientras los construyes, vivirás con ilusión que, en definitiva, es  lo  importante para ti y para todos.
Y no te preocupes. Como tú bien dices, falta mucho para el noventa y dos - corrían los años ochenta - y cuando llegue toda esa gente, que a ti te parece que se van a comer toda la comida, ya tendrás trece años, y entenderás que hay muchas cosas que son  auténticos  problemas.
Aunque todavía seas un medio mocoso  para entenderlo, te diré algo: hay que vivir el presente, lo que tenemos hoy como si fuera el pasado que quisieras recordar y el futuro que desearías construir. Escríbelo, querido pe­queño, en tu cuaderno de "cosas bonitas", y espera que llegue el día que puedas en­tenderlo. Entonces, nadie, absolutamente nadie, te comerá el "coco" con urgencias y mentiras.
Tú, pequeño, no eres cera  para moldear  en manos de malos "alfareros" ni eres  monigote, hechura en serie, sin oídos, sin boca, sin ojos, sólo  con pies  para mal an­dar y brazos caídos sin saber qué hacer con ellos. Tú, con tus gafillas, con tu cara de melocotón, con tus arrebatos de mal humor, con tus tontos chistes, con tus  lágri­mas... eres  tú, único, irrepetible y haces bien, pero ¡que muy bien! en rebelarte. Te quiero mucho. Isabel
"Los hombres, pequeño, como los árboles, crecen en forma diferentes: torcidos o erectos, según los vientos que les han soplado pero, mientras la savia fluya, las hojas germinen, las ramas acunen pajarillos, den sombra... no deberían objetarse las formas del hombre o del árbol"

miércoles, 13 de julio de 2011

Ser Creativos

Porque siguiendo nuestras huellas siempre habrá un niño o una niña

Queridos compañero/a: Algunas de las cosillas que se me ocurren acerca de algo tan importante y trascendente en educación como es la muchas veces, la mal entendida, creatividad

Maestro/a creativo es aquel capaz de inventar, de crear en sus aulas cada día el hábitat donde todos y cada uno de sus alumnos encuentre su propio microclima para crecer y multiplicarse.

Ser creativo es entender que los seres humano no son sumandos de una suma, luego jamás deberíamos colocarle el signo del igual.

Maestro/a creativo es el que sabe que no es sastre de talla única, sino un experto en tomar medidas y confeccionar trajes individuales.

Maestro/a  creativo es el que  consigue que en su aula no haya “cabezas de fila” porque eso supondría que habría pelotón y cola. Y la educación podría ser cualquier cosa pero jamás una maratón.

La creatividad no se hace; se vive. No se lleva en la frente, sino en el corazón. No es patrimonio de pocos sino dominio de todos.

La creatividad es una fuerza interior que nos conduce a los umbrales de un día nuevo en el que cada ola tenga  su propia playa, y cada sueño, su universo y cada capacidad su futuro...

Al maestro/a creativo le vale más preparar bien la ilusión de cada día que la lección de cada día.

Todos nacemos con capacidad para cear, como todos nacemos con boca, ojos, etc. Podrán ser más grandes o más pequeños, negros o azules... El éxito creo eyo que consiste  en saber sacarle el máximo provecho a nuestras posibilidades y nadie está excento de  añadir o borrar aunque sea una sola pincelada distorsionada del gran cuadro de arte que es la vida.  

Ser creativo/a no es ir por la vida de estrfalarios sino saber mirar y ver qué recibimos para ver cómo mejorarlo.

lunes, 4 de julio de 2011

Un ratón en el aula

 Lecturaa de verano
  
El maestro que intenta enseñar sin inspirar en el alumno el deseo de aprender está tratando de forjar un hierro frío. Horace Mann


Fue mi primera escuela. Una unitaria rural con más de sesenta niñas. Estaba situada muy cerca del Guadalquivir y rodeada de  huertas con olor fresco a hierba y azahar
La clase, con grandes esfuerzos, marchaba pero, desde mi precoz percepción, notaba una malsana rutina que poco o nada motivaba a aquellas alumnas, tan constantes, por otra parte y solícitas a mis sugerencias.
Sucedió que un día se nos entró por la puerta un ratoncillo ¡Un ratón, profesora! -gritaron a una las sesenta alumnas- ¡Un ratón! ¡Qué gracioso, que  lo coja la "tomata"! ¡Que lo coja; a ella no le da miedo!
Tengo que confesar que tan sólo me bastó oír la palabra ratón, para que de un salto me subiera, al igual que el resto de mis alumnas, en una silla.
Y, efectivamente, la "tomata", una niña de los chozos, acostumbrada a convivir con toda clase de alimañas, lo atrapó en un instante y, en medio del griterío, cogido por el rabillo, lo paseó por toda la clase.
Unas voces se alzaron pidiendo clemencia para el ratón: ¡No lo mate, profesora! Podemos cuidarlo. ¿Cómo? -pregunté desde la altura de mi silla y sin que tan siquiera hubiera pasado por mi cabeza la idea de matarlo- Lo mejor será soltarlo y que se vaya.
La "tomata", resuelta, encontró rápida solución: cogió la papelera, la colocó boca abajo encima de mi mesa y, con sumo cuidado, soltó al ratón que, de esta forma, quedó atrapado, justo, al alcance de mis manos. Las niñas le propinaron un aplauso por el acierto; el ratón, por unas horas -pen­saba yo- se quedó entre nosotras. Al terminar la jornada, les propuse soltarlo, pero accedí al ruego unánime de mantenerlo un día más.
Y recuerdo con qué interés y curiosidad lo observaban por entre las rendijas de la pa­pelera. Tuve que establecer un orden porque el ratoncillo allí atrapado era lo único que im­portaba. Por unanimidad, acordaron quiénes y cuándo les llevarían comida y agua, de forma que no le faltara a ninguna hora, y acordaron limpiarlo y hasta sacarlo a pasear de manos de la "tomata". 
Por más que me esforzaba, en mi mucho interés, por continuar  con la lecto-escritura y con el programa que me había propuesto de enseñanza, por secciones, no había forma de lograr un mínimo de concentración, lejos del ratón y de la papelera que tanto respeto me inspiraban y que, con tanto recelo, mantenía sobre mi mesa.
Fue entonces, cuando comprendí: mi programa, mis lecciones..., tendría que encau­zarlas desde el ratón y sobre el ratón.
Y así lo hice: estudiamos los roedores, aportaron anécdotas -todas tenían múltiples historias de ratas y ratones en sus casas-, con lo que la expresión oral se dinamizó, y las intervenciones, tan difíciles de conseguir en un principio, se sucedían con espon­taneidad y gracia.
En torno al ratón, las mayores escribieron cuentos, y las pequeñas hicieron dibujos.
Lo más interesante fueron los cuestionarios, tanto orales como escritos:
·                ¿Por qué hay que matar a los ratones?
·                ¿Los ratones son  ratas pequeñas?"
·                ¿Por qué la gente tiene tanto miedo a los ratones que son tan pequeños?
·                ¿Por qué a los gatos les gustan los ratones?
·                ¿Por qué les ponen queso en las trampas?
·                ¿Qué daño pueden hacer los ratones?
Y un larguísimo etcétera que nos mantuvo durante unos días sumergidos plenamente en el tema.
Una mañana, días después, alguien empujó a la papelera. El ratoncillo, como una exhalación, co­rrió en dirección a la calle. Algunas niñas exclamaron:¡Se ha metido en la clase del maestro!
Efectivamente, adosada a mi aula había otra idéntica de varones, tan concurrida  como la mía. Y así debió ser porque el griterío -esta vez de los niños- se repitió, pero, un fuerte golpe acalló rápidamente el alboroto. La "tomata", que sin previo aviso, se había lanzado a su captura, entró en la clase de­solada: ¡Lo ha matado el maestro! ¡Si yo lo sabía!
Se hizo un silencio. Por decir algo, creo que, torpemente, medio expliqué: Los ratones no se pueden mantener encerrados...
Mejor que muertos... -me salió al paso una pequeña de nueve años-. .Mejor soltarlos que matarlos -añadió otra.
Con los días, la historia del ratón se fue olvidando.
A mí, jamás, porque había recibido la primera gran lección de mi vida: tendría que enseñar a partir de los intereses de los alumnos. No, no eran ellos los que debían venir a mi terreno  sino yo al suyo