martes, 25 de septiembre de 2012

Alumnos/as savajes

EDUCACIÓN/ DIARIO CÓRDOBA
  26/09/2012



Explicaba en clase la diferencia entre animales domésticos y animales salvajes. Tal vez, ingenuamente, yo insistía en la cuestión más elemental: Los animales salvajes -les decía- no pueden vivir en cautividad, entre otras razones porque son peligrosos. Por eso, no se pueden tener en las casas.
De pronto, un niño levantó la mano y dijo: Entonces, maestra, yo también soy un animal salvaje. Cuando mi madre me castiga a estar encerrado en mi dormitorio o cuando tengo que venir al colegio y tengo que estar callado y quieto, haciendo copiados o fichas, me pongo furioso y me entra una cosa por dentro.

La experiencia --Pereda-- no consiste en el número de cosas que se han vivido, sino en el número de cosas que se han reflexionado. Hoy, comenzando el curso, invito a profesores y padres, una vez más, a observar la práctica educativa en el día a día, en el ser humano, uno a uno, y a reflexionar sobre ella, ya que tan dados somos a seriar y clasificar alumnos dejándolos reducidos a números sin tener en cuenta su identidad única.

En mi obra 'Bolitas de Anís' recogí numerosas anécdotas protagonizadas por niños y niñas que me llevaron a reflexionar y sacar trascendentes conclusiones de cara a mejorar mis métodos, actitudes y, sobre todo, conocimiento de la gran capacidad intuitiva y lógica de los niños.

Efectivamente, el niño de la anécdota de hoy llevaba razón. Los niños son alegría, libertad, juego, magia. No obstante, y cada vez a edades más tempranas, exigimos de ellos comportamientos que no les pertenecen, y que cansan y aburren porque se alejan totalmente y nada tienen que ver con su unicidad, con sus intereses, con su capacidad.

Oigamos, y reflexionemos por qué un niño no quiere ir al colegio, no quiere copiar, no quiere pasar horas sentado, callado. ¿No seremos responsables de que se sientan tan furiosos como animales salvajes?





domingo, 23 de septiembre de 2012

La gota viajera

Queridos compañeors y compañeras: Un cuento de otoño que podéis escenificar. En mi obra Teatrillos, editada por Narcea, lopodéis encontrar guionizado. Feliz curso y feliz otoño.



Una gota de agua vivía feliz y muy divertida en la barriga de su mamá nube. Allí, calentita, se pasaba la vida jugando y viajando por el cielo dentro de la barriga de su mamá. Veía las montañas, los mares, los ríos y los campos.
Un día, su mamá nube le habló y le dijo:
-Ya va siendo hora de que viajes a la tierra. Allí hay muchas cosas que hacer.
-¡Si soy muy pequeña, mamá! -dijo la gota-. ¡Si todavía no he cumplido los diez años!
-Es verdad que todavía tienes que hacerte ¡mucho más mayor!, pero ya puedes aprender algunas cosas porque aquí, dentro de mí, no sirves nada más que para jugar.
-Pero yo no quiero irme -lloraba la gota-. No quiero dejarte todavía. Además, ¡en la tierra las cosas son muy grandes! ¿Que puedo hacer yo tan pequeña?
-En la tierra hay también cosas muy pequeñas -le explico su mamá nube-, y a lo mejor sólo esperan para vivir una gota de agua como tú.
-¿Y si me caigo? ¿Y si me pierdo? ¿Y si me lleva el viento? -repetía la pequeña gota de agua.
-¡Venga! ¡No seas tan miedica! -dijo la mamá nube-. No te va a suceder nada. Vas a hacer un corto viaje a la tierra y luego volverás otra vez a mí. Así irás aprendiendo.
La gota de agua guardó silencio porque comprendió que su mamá nube llevaba razón.
Por eso, preparó su macuto, cogió una regadera y se dispuso a ser una gota viajera.
Era una mañana de otoño. Los pájaros cantaban, ¡pío, pío, pío...! y el campo tenía un color tostado   como si fuera una alfombra de terciopelo.
-¡Allá voy! -exclamó la gota, despidiéndose de su mamá nube y tirándose con un paracaídas.
Por entre las hierbas, crecía una pequeña manzanilla de hojas blancas y corazón amarillo que, con la cabeza agachada, parecía llorar.
La gota de agua, cuando iba llegando a la tierra, se dio cuenta de que la manzanilla estaba llorando.
¿Qué le pasará? -pensó-. ¿Por qué estará tan triste? Caeré sobre ella y veré si puedo ayudarle en algo.
Y, dejándose llevar de un pequeño soplo de viento, se posó, justo, encima de la manzanilla.
-¿Qué te pasa, manzanilla? ¿Por qué estás con la cabeza agachada? ¿Estás llorando? ¿Estás enferma?
-¡Sí, sí..! -exclamó la manzanilla-. Estoy llorando porque me voy a morir de sed. Tengo mucha, pero ¡qué mucha sed! Y mi raíz es tan pequeña que, con una sola gota de agua, podría seguir viviendo.
-¡Yo soy una gota de agua! ¿No me ves? Levanta la cabeza y mírame -dijo la gota de agua-. Ahora mismo voy a salvarte.
-¿Tú puedes salvarme? ¿Tú puedes quitarme la sed? -preguntó la manzanilla, levantando, al fin, su cabeza de flor.
-¡Ahora verás! Mi mamá nube me ha mandado a la tierra para que vaya aprendiendo a hacer cosas buenas. Así que... ¡Allá voy!
Y dicho esto, la gota de agua, con su regadera, se sumergió en la tierra hasta llegar a la pequeña raíz de la manzanilla.
En un minuto la manzanilla notó que la vida volvía a su marchito corazón. Se notaba fresca y la sed le había desaparecido.
-¡Ay, qué bien me siento! -exclamó estirando sus pequeños pétalos con todas sus fuerzas-. ¡Si parezco otra!
Y, cuando la gota de agua apareció de nuevo, la manzanilla le dijo:
-Gracias, gota. ¡Muchas, pero que muchas gracias! Me has salvado la vida y te estoy muy agradecida.
A las pocas horas, cuando el sol comenzó a calentar, la gota oyó la voz de su mamá nube que la llamaba:
-¡Ya puedes subir! -le decía-. No debes quedarte en la tierra para siempre. Las gotas de agua tienen que estar vigilando para ayudar a todos los seres vivos de la tierra.
Y la gota, muy contenta, cogió su macuto, su regadera y su paracaídas y... subió y subió, hasta llegar, de nuevo, a la barriga de su mamá nube.
Una vez allí, exclamó:
-¡Qué cansada estoy!, pero muy contenta: ¡He salvado a una florecilla que tenía mucha sed!
Y se durmió, y soñó que era una gota viajera que, de un lado para otro, iba regando las hierbas, las flores...
Y también, junto con otras gotas, hacían charcos en las calles, y arroyos que corrían en busca del mar.
Entre tanto, su mamá  nube le cantaba:
Mi gota viajera

se quiere casar

con el Niño chiquito

que hay en el altar.

A la gota viajera

le voy a regalar

un traje de novia

un ramo de azahar.











martes, 11 de septiembre de 2012

Qué precisa un alumno/a

EDUCACIÓN/ DIARIO CÓRDOBA
127972012
ISABEL AGÜERA
Queridos lectores, maestros/as  de este blog: De corazón os deseo un feliz curso que puede serlo, si sabeis mirar a los ojos de cada posible alumno/a. Que no os falte la ilusión de cada día porque sin ella solo transmitiréis apatía y desprecio por lo más preciado que, en cualquier circunstancia, en cualquier tiempo, podemos dar: alegría y afán por aprender. Creatividad, cultura y reflexión son ingredientes que pueden salvar a este mundo tan cargados de puntos negros por donde se nos escapa la oportunidad de vivir el nuevo día que es hoy.
Con cariño os dedico este primer artículo del curso. Espero que lo entendáis en la justa dirección que he querido darle.



Un nuevo curso que debe estar, ¡cómo no!, abierto a la ilusión y esperanza. También yo, desde el aula de mi ordenador, quiero colaborar a que así sea, sencillamente, dejándome llevar siempre, ante todo, por mi amor al magisterio y a los niños.
De ahí, que este año quiero que ellos sean los protagonistas que brillen en esta humilde columna. Decía mi padre, y lo he podido corroborar en otros tiempos, que todo lo que precisa un alumno para aprender cabe en la palma de una mano.
Efectivamente, hubo un tiempo en el que los alumnos, al menos los de la escuela pública, asistían a clase cuando podían y con las manos en los bolsillos, si los tenían. Ni mucho menos quiero decir que esta situación sea deseable ni reivindicable. Atrás quedaron aquellas grandes penurias y habíamos, al fin, aterrizado, en tierra abonada donde era posible crecer y aprender con medios que favorecían y estimulaban tanto a profesores como alumnos.
No obstante, desde mi punto de vista, nos habíamos excedido en medios complementarios como es el tema del material escolar. Grandes listas que pasaban por las más variopintas obligaciones para los alumnos y que los padres aceptaban sin dejar de expresar su malestar por el gasto añadido que a otras muchas necesidades sumaba.
En definitiva, la vuelta al cole suponía un golpe a la economía casera. Muchas veces he repetido, porque así lo creo, que donde hay un maestro y un alumno, hay una escuela. Todo lo demás puede resultar miel sobre hojuelas, pero lo fundamental y necesario no consiste en tener más o menos cuadernillos, cajas, rotuladores, etc. sino en entender que los niños son como vasijas que esperan llenarse con el grifo de nuestra enseñanza, educación y, sobre todo, con el agua fresca y limpia de nuestra verdadera vocación, capaz de sacar de la nada, si es preciso, competencias y alegría.
No los dejemos escapar con las manos vacías.