DIARIO CÓDOBA / OPINIÓN
Dada la importancia
del tema, considero necesario dedicarle algo de atención, si bien ya me he
referido a ello en diversas ocasiones. Como apunta Teresa Bazo, catedrática de
Sociología de la Facultad de Económicas del País Vasco, la sociedad no es algo
abstracto o intangible, sino una realidad formada por personas concretas e instituciones.
Por ello, la responsabilidad de las actitudes más agresivas de nuestros niños y
adolescentes ha de repartirse entre la familia, el colegio y el entorno social,
en la medida que corresponda a cada cual. La familia es, según la socióloga, la
célula fundamental de la sociedad, la ‘primera sociedad’ y la que más debe
responsabilizarse de la educación de los pequeños. «La autoridad que falla en
los padres y los abuelos, dice, falla también en los profesores. Valores como
el respeto son prácticamente inexistentes y los propios padres no otorgan la
idea de respeto al profesorado». Chesterton, genial maestro contemporáneo de la
paradoja y del sentido común, se sorprendía de lo absurdo de un mundo, como el
nuestro, que valora socialmente más la actividad de un educador que enseña la
regla de tres a cincuenta alumnos que la de una madre que enseña a su hijo todo
sobre la vida. Efectivamente, todos los esfuerzos por mejorar la enseñanza, por
hacer de nuestros niños y jóvenes los hombres de futuro que deseamos, pasa, no
sólo por decisiones políticas, presupuestos, etcétera, sino ante todo, pasa por
la forma más universal de educación, la educación privada en el hogar que,
comparada con la impartida en las aulas, esta pueda resultar escasa y limitada,
y es que el hogar, la familia, sigue siendo el núcleo básico de transmisión de
valores. Y la familia,
inmersa en numerosos y cotidianos vaivenes sociales, se olvida de esos hijos,
objeto primordial de su atención, dedicación y educación