miércoles, 23 de enero de 2019

PRIMERA SOCIEDAD

DIARIO CÓDOBA / OPINIÓN
Dada la importancia del tema, considero necesario dedicarle algo de atención, si bien ya me he referido a ello en diversas ocasiones. Como apunta Teresa Bazo, catedrática de Sociología de la Facultad de Económicas del País Vasco, la sociedad no es algo abstracto o intangible, sino una realidad formada por personas concretas e instituciones. Por ello, la responsabilidad de las actitudes más agresivas de nuestros niños y adolescentes ha de repartirse entre la familia, el colegio y el entorno social, en la medida que corresponda a cada  cual. La familia es, según la socióloga, la célula fundamental de la sociedad, la ‘primera sociedad’ y la que más debe responsabilizarse de la educación de los pequeños. «La autoridad que falla en los padres y los abuelos, dice, falla también en los profesores. Valores como el respeto son prácticamente inexistentes y los propios padres no otorgan la idea de respeto al profesorado». Chesterton, genial maestro contemporáneo de la paradoja y del sentido común, se sorprendía de lo absurdo de un mundo, como el nuestro, que valora socialmente más la actividad de un educador que enseña la regla de tres a cincuenta alumnos que la de una madre que enseña a su hijo todo sobre la vida. Efectivamente, todos los esfuerzos por mejorar la enseñanza, por hacer de nuestros niños y jóvenes los hombres de futuro que deseamos, pasa, no sólo por decisiones políticas, presupuestos, etcétera, sino ante todo, pasa por la forma más universal de educación, la educación privada en el hogar que, comparada con la impartida en las aulas, esta pueda resultar escasa y limitada, y es que el hogar, la familia, sigue siendo el núcleo básico de transmisión de valores. Y la familia, inmersa en numerosos y cotidianos vaivenes sociales, se olvida de esos hijos, objeto primordial de su atención, dedicación y educación

jueves, 10 de enero de 2019

Pilares de la Educación

 DIARIO CÓRDOBA / EDUCACIÓN
Estoy convencida, y así lo he practicado y reivindicado desde todos los medios a mi alcance, que la verdadera pedagogía, aquella que libera del fracaso y logra autoestima, tan imprescindible para que el ser humano, en la medida de sus capacidades, sea un triunfador, debe estar basada en tres pilares: amor, ilusión y creatividad.
Posiblemente, cada uno de ellos precisaría todo un tratado de pedagogía, aunque todo se podría resumir en una sola palabra que ha sido dominante en mis años presenciales en las aulas: creatividad. Concepto que debe ser entendido como la práctica de una educación concebida con respeto absoluto a la unicidad y convencimiento pleno de que todos los alumnos pueden y deben sentirse valiosos, si bien entendiendo que jamás en educación uno más otro dará como resultado dos.
Es decir, que hay que tratar de suprimir del lenguaje de un maestro, y máxime de sus actitudes, la palabra más o menos, ya que el aprendizaje puede ser cualquier cosa menos una maratón de meta única, o dos signos matemáticos. 
No todos los alumnos pueden correr en la misma dirección ni hacia la misma cima, pero, eso sí, todos y cada uno tienen que llegar al convencimiento de sus competencias y posibilidades para lograr éxito en un futuro laboral y, sobre todo, éxito y confianza en sí mismo para afrontar los grandes retos que le deparará la vida.
Hasta aquí  el artículo al que añado:

Es lamentable el espectáculo de una sociedad como la nuestra, que a mí, particularmente, se me antoja eclipsada en un desánimo sin salida. Falta entusiasmo, falta confianza, falta más que nada, creatividad para emprender caminos nuevos, caminos luminosos, caminos, en definitiva, porque estamos estancados en una  desilusión total  de los maestros que no entienden tantas exigencias administrativas, por un lado, de los padres por otro y por el alumnado, que llegado de países extranjeros, ni tienen medios, ni cultura, ni saben el idioma, ni una mínima estética, a veces, para acudir a las aulas como mínimamente es necesario en pro y beneficio de los demás, a veces marginados para atender tan variopintas necesidades. Y no se trata  de xenofobia, ni mucho menos, se trata de una integración pausada, guiada por profesores especializados, y no por dejar todo en manos de un maestro que tiene que atender a todos, a uno por uno, y se siente impotente y desmoralizado.