Estoy convencida, y así lo he practicado y reivindicado desde todos los
medios a mi alcance, que la verdadera pedagogía, aquella que libera del fracaso
y logra autoestima, tan imprescindible para que el ser humano, en la medida de
sus capacidades, sea un triunfador, debe estar basada en tres pilares: amor,
ilusión y creatividad.
Posiblemente, cada uno de ellos precisaría todo un tratado de pedagogía,
aunque todo se podría resumir en una sola palabra que ha sido dominante en mis
años presenciales en las aulas: creatividad. Concepto que debe ser entendido
como la práctica de una educación concebida con respeto absoluto a la unicidad
y convencimiento pleno de que todos los alumnos pueden y deben sentirse
valiosos, si bien entendiendo que jamás en educación uno más otro dará como
resultado dos.
Es decir, que hay que tratar de suprimir del lenguaje de un maestro, y
máxime de sus actitudes, la palabra más o menos, ya que el aprendizaje puede
ser cualquier cosa menos una maratón de meta única, o dos signos matemáticos.
No todos los alumnos pueden correr en la misma dirección ni hacia la misma
cima, pero, eso sí, todos y cada uno tienen que llegar al convencimiento de sus
competencias y posibilidades para lograr éxito en un futuro laboral y, sobre
todo, éxito y confianza en sí mismo para afrontar los grandes retos que le
deparará la vida.
Hasta aquí el artículo al que añado:
Es lamentable el
espectáculo de una sociedad como la nuestra, que a mí, particularmente, se me
antoja eclipsada en un desánimo sin salida. Falta entusiasmo,
falta confianza, falta más que nada, creatividad para emprender caminos nuevos,
caminos luminosos, caminos, en definitiva, porque estamos estancados en
una desilusión total de los maestros que no entienden tantas
exigencias administrativas, por un lado, de los padres por otro y por el
alumnado, que llegado de países extranjeros, ni tienen medios, ni cultura, ni
saben el idioma, ni una mínima estética, a veces, para acudir a las aulas como mínimamente
es necesario en pro y beneficio de los demás, a veces marginados para atender
tan variopintas necesidades. Y no se trata
de xenofobia, ni mucho menos, se trata de una integración pausada,
guiada por profesores especializados, y no por dejar todo en manos de un
maestro que tiene que atender a todos, a uno por uno, y se siente impotente y
desmoralizado.
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