miércoles, 17 de junio de 2015

Don Juan

Buenos días, amigos: termina el curso escolar y yo me solidarizo con el magisterio y, desde este aula de mi ordenador, os iré transcrbiendo historias, relatos vividos en el aula donde siempre me sentí feliz. 
Un maestro/a debe ser  la almohada 
donde mejor puede un alumno depositar sus sueños     

El pequeño Juan me llegó a mediados de curso, por un traslado de su padre, que era militar. Repetía quinto de EGB. Aquel chavalillo, rubio, pecoso, mellado, media lengua... era insoportable. A todas horas incordiaba a los compañeros, alborotaba, era indisciplinado, rebelde... Un día, se llega a mi mesa y exclama: ¡Yo soy médico! ¿No lo sabías? Si quieres, te mando algo para el dolor de cabeza -andaba yo por aquellos días con neuralgias-. Siguiéndole el juego, contestó: ¡Vale! ¡Anda, recétame algo! 
Con toda la soltura del mundo, coge un papel y escribe:  Antes del desayuno y cena, tomará dos cucharadas de jarabe para la cabeza.  Y se firmaba: "Don  Juan", y el nombre lo rodeaba con un círculo. A los dos días, sorprendentemente, vuelve a la mesa y exclama:¡Yo soy cantante! Si quieres, te dedico una canción. Algo más tarde, deposita sobre mi mesa una carta. Dice así:  Querida Isabel: Soy tu amigo Juan. Quiero ir a tu casa y que me enseñes tus libros. Quiero estar a solas contigo en el sofá de tu casa. Firmado: "Don Juan". Y volvía  a rodear su nombre con un círculo.
La verdad es que empecé a comprender algo su mal comportamiento: tal vez fuera deseo de notoriedad. Mi atención hacia él  fue ya absoluta. 
Un día, en el recreo, se me acerca: Isabel -me dice-, yo tengo un almacén donde guardo las cosas que quiero. ¿Y qué cosas tienes guardadas?  ¡Tu nombre, tu nombre...! -vocea, mientras se aleja corriendo
Me veo allí, en el recreo, en la esquina de confluencia de dos patios, en una mañana de mucho frío, rodeada de casi mil niños, con unas lágrimas que me nublan los cristales de las gafas. ¡Yo, sólo yo era objeto del cariño de aquel pequeño! ¿Cómo era posible aquello?  Juan se convierte en mi obsesión: lo siento a mi lado, le hago algunos sencillos test, entre ellos el del dibujo de la familia. Me llama la atención la dispersión  de personajes que observo en sus dibujos. Lo interrogo: ¿Quiénes son estas personas? ¡Pues mi padre, mi madre, mis hermanas, mi abuela, mi madre otra vez...! Pero, ¿y tú?  Yo no estoy. A mí no me quieren. Mi madre me dice que   ¡ojalá me salga un cáncer en la boca para que no hable tanto!  Pero yo tampoco los quiero a ellos y, cuando gane dinero, me voy de mi casa para siempre. Me caso y tengo mis niños.
¡Pobre "don Juan"! ¡Cuánto amor quise darle! Lo invité a merendar aquí conmigo. Se me presentó arreglado de pies a cabeza. Parecía un hombre con su traje de chaqueta y su pajarita de corbata. Se interesó por mis libros, por mis pinturas... Todo lo miraba con atención, todo era objeto de su curiosidad; la felicidad era como luz en sus ojos.
Después se volvió a cambiar de colegio. Le perdí la pista. Hace aproximadamente un año, en unos grandes almacenes, un guarda jurado me afrontaba: ¿Se acuerda de mí? Soy Juan. Y allí, todo uniformado, con sus pecas y su pelo rubio, transformado en hombre, nos abrazamos sin más palabras, pero los recuerdos se evidenciaban en el silencio que en aquellos primeros momentos nos aunaron.




No hay comentarios:

Publicar un comentario