miércoles, 3 de junio de 2015

Una alumna deprimida


No podemos conocer las maravillas del mar, si sólo nos interesamos por la superficie. Tampoco un maestro podrá serlo en plenitud si sólo son alumnos sus alumnos, cuando los tienen delante para enseñarles las “cuatro reglas” 
I. Agüera

Hoy reuerdo especialmente a mi alumna, Carmen –nombre falso-, morena, silenciosa, tímida... Estuvo ausente  del aula una semana Interesada por ella, pregunté a los compañeros si sabían qué le sucedía: ¡Ésa está “chalá”! -exclamó  un uno de ellos- Le dan depresiones y se pasa los días llorando.
Necesitaba urgentemente hablar con ella. La llamé por teléfono. No se moleste -me decía una voz, suplicante y melodiosa-:  soy su madre. Ya está bien. Mañana va ya al colegio.
¡Cómo recuerdo a aquella pobre niña! Asustada, sentada a mi lado, me contaba en voz muy bajita: me pongo muy mala. Me siento como dentera por todo el cuerpo y me tienen que llevar a urgencias. No sé decirle al médico qué me pasa pero me quiero morir de mal que me pongo. Yo no quiero vivir así.
Sabía exactamente de qué me hablaba porque también yo, en ocasiones, había sufrido de tan penoso  mal. Traté de conocer algo de su vida en familia, con los amigos, etc. Y no me hizo falta gran esfuerzo. A poco que le insinué temas, me contó que su padre bebía y trataba mal a su madre, y que ella se encerraba en su dormitorio a llorar.
Sinceramente, no sabía qué hacer. La historia de aquella niña sobrepasaba mis competencias, porque, ¿cómo intervenir  en algo tan enquistado en el seno familiar? De sobra sabía que de poco sirven en estos casos medicinas, palabras de aliento y  aparente comprensión. El deprimido las recibe con indiferencia, y es ahí donde radicaba mi dificultad. Decidí, por tanto, evitar “los consejos” y actuar en línea de acompañarla cuánto pudiera y ganarme totalmente su confianza.
Así me convertí en su mejor amiga. Venía a mi casa, me llamaba por teléfono, la invité y fuimos al cine varias veces, etc. Poco a poco fue cambiando su rostro triste, sus ausencias y comenzó a interesarse por los trabajos del aula compartiendo con todos  recreos y actividades.
Un día, como todos los alumnos, voló. Estuve años sin verla pero  una mañana  la encontré en unos grandes almacenes. Iba acompañada de un chico: ¡Qué alegría! –exclamó  al verme- Mi maestra –se dirigió al chico-.   Ella me ayudó tanto…Si no hubiera sido por ella…Todavía recuerdo lo sola  que estaba y lo mal que me sentía…
Hoy día está casada, tiene dos preciosos hijos y es feliz.

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