miércoles, 5 de octubre de 2016

DÍA MUNDIAL DEL DOCENTE

Buenos días, amigos: hoy se celebra el Día Mundial del Docente y eso quiere decir  que es el día de todos, ya que todos, de una manera o de otra, tenemos la obligación de educar, enseñar, conducir por el camino de la verdad y el progreso a nuestros hijos, nietos, alumnos…
No  obstante, me voy a referir  a los maestros, a los que hemos elegido, por vocación, el dedicarnos a la enseñanza: ser maestros, profesión que abarca todo un universo de inquietudes, porque ser maestro, ante todo y sobre todo, es ser un luchador, cuyo campo de batalla es el mundo y cuya causa, la vida en toda su amplitud, en todas sus facetas llevadas al aula y por consiguiente tan importante debe ser para él, cumplir sus horarios y programas, como la preocupación por una fábrica lejana donde se elaboran los ladrillos para las paredes de las escuelas, o por los albañiles que construirán tales edificios, o por los carpinteros que diseñan y trabajan en nuevos  y mejores modelos de mobiliario, y por un larguísimo etcétera.
Un maestro  no puede caminar con la vista  hacia atrás. El progreso no es solamente mejorar el pasado: es moverlo hacia el futuro. Por eso, los cambios no pueden ni deben 
generar nostalgias e inseguridades. Un maestro, sin hacer proselitismo, debe presentarse al mundo, a pecho descubierto  y no tratar, en aras de una legítima moral, arropar con sus mejores fervores, la definición sincera y clara de toda la gama de sus ideologías, porque el mérito del hombre no está en su color, ni en su fe, ni en su raza, ni en su origen, radica, y no puede ocultarse,  en su conocimiento y en sus hechos.
Un maestro tiene que vivir inserto en la realidad social de sus alumnos: conocer el barrio, saber a qué huelen sus calles, qué pasa en sus esquinas, cómo son por dentro las caras de sus  gentes, en qué sueñan, cuál es su dios, quién su esperanza, dónde sus alegrías y dónde sus tristezas.
Un maestro   no puede dormir tranquilo,       mientras sus alumnos carezcan de bibliotecas, de laboratorios     de gimnasios, de profesores especializados en determinadas áreas, mientras la masificación siga siendo una agobiante realidad con el consiguiente deterioro para la calidad de la enseñanza, mientras los colegios no dispongan de un mínimo de calefacción real y refrigeración, a nivel siquiera de cualquier oficina o edificio público, mientras los alumnos, en nubes de polvo o en lagunas embarradas pasen sus ratos de recreo, mientras los colegios, limpios y acomodados no sean una prolongación de nuestras casas.
Un maestro tiene que estar al día en las innovaciones pedagógicas, en todo lo referente a su profesión, en todo lo que de una forma o de otras implique a la escuela. No puede enquistarse ni quedar desfasado. Su formación sigue una trayectoria que no admite pausas ni nostalgias.
Que nadie pueda decir, maestro de escuela, que estamos llenos de ruidos y vacíos de sonidos, que somos como esos saltimbanquis que nos hacen reír cuando lloran y
nos hacen llorar cuando ríen, que entre nuestra corona de espinas no hay también oculta una de laureles.



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