sábado, 21 de septiembre de 2013

Cuento para recibir el otoño



                                      Nunca sabremos para qué podemos servir.
Para mí, esta hoja seca es una maravillosa imagen, 
alfombra de mis pasos.

Había llegado el otoño. Los jardines y paseos se iban quedando solos. Los árboles iban perdiendo sus hojas y nubes negras comenzaron a aparecer por el cielo cantando:
Ya estamos aquí
Nos queremos divertir
mandando la lluvia
a la rosa y al jazmín.
Ya estamos aquí
somos nubes del Señor
sacad los paraguas
que ya se va el sol. 
Las hojas de los árboles empezaban a tiritar de frío y los pajarillos, que dormían entre ellas, se buscaron otro  lugar más calentito.
Una mañana llegó el viento cantando también y muy contento:
Vengo por las hojas
de este jardín
me las llevaré lejos.
¡muy lejos de aquí!
Soy la escoba del otoño
barro y barro sin cesar,
papeles y hojas con mi soplo volarán. 
Una hoja  se agarraba fuertemente al árbol y llorando repetía:
-¡No quiero irme! ¡Tengo mucho miedo! ¿Qué puedo hacer yo sola por la tierra? Te necesito, árbol, para que me sigas alimentando.  Además, me da pena dejarte.
El árbol, muy sereno, le contestó:
-No tienes que preocuparte por mí. Ahora, durante el invierno, me quedo dormido y, cuando llegue la primavera, despertaré con ramas y hojas nuevas.
-Ahora lo entiendo –replicó enfadada la hoja-. No me quieres porque soy vieja y no te sirvo para dar sombra. Eres un árbol muy egoísta. No te preocupes que ya me voy.
-No entiendes nada, pequeña. Tú no eres vieja. ¡Si tan solo tienes un año! Pero la naturaleza ha dispuesto que sea así. No tengas miedo. Todavía te quedan cosas por hacer…
Estaba hablando el árbol, cuando una fuerte racha de viento arrancó la hoja de un golpe.
-¡Hala! -exclamó el viento-. Vámonos que tenemos que hacer un largo viaje.
La hoja, arrastrada por el viento, cayó a orillas de un arroyo donde un gusanito pedía socorro.
-¡Que me ahogo, socorro! –gritaba el gusanito-. ¡Que alguien me ayude, por favor! ¡Hoja, hoja, auxilio!
La hoja, envalentonada, contestó:
-¡No tengas miedo! ¡Aguanta! ¡Ahora mismo voy!
Y así, cuando la hoja  estuvo cerca, el gusanito dio un pequeño salto y se subió sobre ella que flotaba en el agua como un barquito.
Y el gusanito muy contento gritaba:
-¡Bien, bien! ¡Me has salvado! Ahora podremos navegar hasta el mar.
Y la hoja, con el gusanito a cuestas, navegó, navegó en busca de un lejano mar. De vez en cuando miraba hacia atrás y parecía escuchar la voz del árbol que le decía:
-¡No te detengas! ¡Al fin, has comprendido que siempre nos queda algo por hacer!
Y la hoja y el gusanito cantaban:
Somos dos amigos
caminos del mar.
Jugaremos con estrellas
con sirenas muy bellas,
jugaremos, bailaremos
y muy felices seremos.
¡Que sí, que no!
que vaya usted a saber
para que servimos
una y otra vez!
 










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